sábado, 24 de marzo de 2012

¿VIVIR PARA TRABAJAR O TRABAJAR PARA VIVIR?


Una de las preguntas del millón. Te ofrecen un millón porque los que hacen la pregunta saben que no podrás responder, porque no tienen ese millón, desde luego. Juegan sobre seguro. El otro día asistí a un concierto de música clásica. Tuvimos el placer de oír tocar a una violinista increíble. Transmitía la sensación de que podría hacer lo que quisiera con su violín, sacarle cualquier melodía y además sin parecer apenas esforzarse. Me entró envidia y de la mala, la única que realmente existe, pero nos da vergüenza reconocer. Me dije a mí misma: “ha logrado eso porque de verdad le apasiona, no le importa dedicarle horas de ensayo, de práctica, de esfuerzo y quizá seguramente, será la principal prioridad en su vida”.

Últimamente he estado leyendo sobre la figura de James Joyce: no sé dónde lo leí exactamente, pero se me quedó grabada la frase de que a Joyce le gustaba escribir sobre su vida y vivir como en su obra. Joyce tuvo que estar media vida peleándose con los editores para ver publicar sus libros, siempre metido en unos litigios u en otros. Si no le recriminaban por utilizar palabras vulgares y escenas obscenas, le acusaban de antipatriotismo; pensaban que el haber hecho “Ulises” con capítulos de distintos estilos y subgéneros era una locura. A Joyce le daban igual esas opiniones: creía en el valor de su trabajo. Luego está el caso de Van Gogh, que trabajó infatigablemente durante casi diez años dejando centenares de cuadros, bocetos y escritos. Nadie dio un duro por él en vida, pero si leemos sus célebres “Cartas a Theo”, nos encontramos con un autodidacta genial, un soberbio lector, un enamorado de la pintura con afán de perfeccionismo y superación, hasta lo obsesivo. A pesar de sus problemas mentales y de sus decepciones sentimentales, Van Gogh siguió desarrollando su obra de una manera disciplinada y coherente. El ejemplo de ambos artistas nos sugiere que no vivían para trabajar, sería quedarse corto definirlo así, sino que sentían la necesidad, el impulso de trabajar; uno sentía que tenía que escribir, el otro, pintar y dibujar. Sentían una necesidad de hacer manifiesta su creatividad, de materializar lo que les bullía en la cabeza. Su obra era su vida y su vida, su obra. Sentían verdadera vocación por su labor y lo seguían realizando al margen de las presiones personales, económicas y sociales. El resultado de su trabajo era algo más grande que ellos mismos. Esto último es un caso ideal. Ser regalado por un talento o habilidad particular, darte cuenta de ello y desarrollarlo es el caso ideal de “vivir para trabajar”. Es el trabajar por placer, es el trabajar por motivación, es el trabajar por convicción, es el trabajar por trabajar. Es, con mayúsculas, cuando “vivir para trabajar” gana el “trabajar para vivir”. El resto de los casos, estamos jodidos. “Trabajar para (sobre)vivir” es un asco: trabajar en lo que no te gusta, no saber qué trabajo te gustaría hacer, trabajar por dinero, trabajar porque todo te da igual. Intentar meterse el chip de “vivir para trabajar”, como una cucharilla de jarabe contra los fracasos personales, como un remedio contra el “horror vacui”, como una forma de evasión de los problemas reales es igual de triste y fútil. Más que fútil, es completamente estéril.

No todos somos Joyce ni Van Gogh. Ni falta que hace. No lo digo en el sentido de que no vayamos a dejar obras inmortales para la posteridad, sino en el sentido de que quizá no encontremos tan rápido ni tan claro en qué nos gustaría trabajar realmente. Sin embargo, por muy difícil que resulte encontrarlo, deberíamos ser honestos con nosotros mismos y buscar un trabajo por el que sintiéramos un interés genuino, un trabajo por el que sintiéramos ganas de trabajar. Al menos, tener esa búsqueda en la mente. El trabajo ideal no como bastión contra todas las amenazas diarias, externas e internas, que nos rodean, sino desempeñado por ver un resultado final, un producto, por curiosidad, por inquietud intelectual. Para terminar y reforzar todo lo dicho, me quedo con la imagen del dueño de una librería de segunda mano que una amiga y yo frecuentábamos: nos llamó la atención porque vendía unos dibujos fantásticos, muy originales, hechos por él. Hace como un mes, un día, hablando con él, nos comentó, para nuestra sorpresa, que había empezado a dibujar sólo hace unos cuatro años y seguramente tendrá, ¡Más de ochenta años! Así que supongo que el mensaje que os estoy vendiendo e intentando auto-creerme es que nunca es tarde para encontrar lo que te gustaría hacer de verdad. ¡A la mierda el conformismo y la resignación!

YU KYOUNG RYU


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