domingo, 27 de noviembre de 2011

EL VIAJE DE KIRI

EL VIAJE DE KIRI

Kiri y sus compañeros, se preparaban para partir de nuevo. Engrasaban sus capotes, ante el tiempo lluvioso que se avecinaba. También preparaban las mercaderías para intercambiar en el lugar de destino, un poblado costero donde una gran parte de la tribu se desplazaba en los meses de verano. En el pasado habían tenido problemas, con aquella gente, a causa de algunos robos y violencias que habían sucedido por uno y otro lado, pero con el tiempo todo se había resuelto. Una serie de enlaces entre miembros de ambas tribus, habían sellado la alianza, incluso una hermana de Kiri, se había unido a uno de los miembros del clan de la costa.

El poblado de la costa se encontraba a tres días de camino, bajando primero el arrollo y luego el río en el que este desembocaba. Kiri, acompañado por  Bocos y Sus, que así se llamaban los compañeros que le habían acompañado en su visita al chaman, y su inseparable perro, salieron a primera hora de la tarde con intención de llegar antes de la noche a un refugio que utilizaban en sus expediciones de caza. Era una visera rocosa, parcialmente cubierta con un parapeto de piedra, a la que se accedía con unas escalas de cuerda. Este sistema de acceso tenia la ventaja de que no podían usar el refugio como madriguera, ni osos ni lobos. Encendieron un fuego y prepararon su cena, el perro se quedó abajo guardando el sueño de los tres cazadores.

A medio día de la tercera jornada, alcanzaron la desembocadura del río y por lo tanto la costa. El poblado se encontraba en la margen sur, a unos cientos de metros del río y tras unas dunas que les servían de protección cuando el mar estaba embravecido. Fuera del poblado, grandes montones de conchas vacías, revelaban la base de la dieta del clan de la costa. El oscuro cielo presagiaba un fuerte aguacero. Las mujeres, los niños y unos pocos varones adultos, se ocupaban alrededor del fuego, de distintas tareas. Los hombres no tardaron en volver. La acogida a los tres cazadores fue fría y distante, los habitantes del poblado murmuraban en voz baja y no parecían tener demasiado interés en las mercancías que traían Kiri y sus compañeros. Tras la comida canjearon las pieles y algo de carne seca, pero las puntas y cuchillos de sílex no encontraron comprador.

Los tres hombres se retiraron a descansar a la cabaña de Luri la hermana de Kiri que recientemente se había quedado viuda. Cuando se encontraron solos con la mujer. Esta les habló:
-Debéis marcharos, cuanto antes. El jefe Friu a comprometido a la tribu en un pacto con unos hombres que viven a muchas jornadas de aquí en dirección Sur y que han traído regalos nunca vistos, como cuencos de una extraña piedra muy ligera que pueden ser puestos directamente sobre el fuego o puntas de piedra pulimentadas, de mejor calidad que las vuestras. Un grupo de estos forasteros ha establecido un campamento a un día de camino siguiendo la costa hacia el sur. Es desde allí, desde donde comercian con las gentes de la zona. Seguro que Friu a mandado a alguien a avisarles de vuestra presencia. ¡Si os quedáis esta noche no amaneceréis con vida!

Fuera de la choza, descargaba un fuerte aguacero, Kiri consideró que era un momento idóneo para salir del poblado sin ser vistos y así lo hicieron tras despedirse de Luri.
Una vez se alejaron, Kiri ordenó a sus hombres que regresaran a la sierra y que organizaran la vigilancia ante el posible peligro que corría el clan. Estos al principio protestaron alegando los numerosos riesgos que podía correr su amigo en un territorio hostil y desconocido, pero este les convenció de que era imprescindible conseguir más información sobre esos misteriosos hombres que habían aparecido en escena. Además, Kiri era un cazador muy experimentado, capaz de moverse con mucho sigilo y el perro que le seguía a todas partes le avisaría de la posible presencia de fieras. Sus y Bocos, cargaron los pertrechos dejándole solamente el equipo imprescindible y regresaron a su poblado. Kiri dio un rodeo para alcanzar de nuevo la línea de la costa y seguirla alejado unos cientos de metros hacia el interior.

Ya había anochecido cuando divisó el campamento que le había descrito su hermana. Eran apenas un par de chamizos y un hogar para el fuego. Inspeccionó todo pero solamente encontró restos de comida. Borró cuidadosamente sus huellas y se alejó para acampar en lugar seguro esa noche. Encontró una oquedad bajo las raíces de un gran pino y encendió una hoguera en la entrada. El perro permaneció fuera con las orejas muy tiesas escuchando los aullidos de sus hermanos salvajes.

Con las primeras luces del alba, hombre y can siguieron su camino hacia el Sur. Vagaron por una costa prácticamente despoblada, durante muchos días, dando a veces grandes rodeos para evitar zonas escarpadas o pantanos. Se alimentaban normalmente al amanecer y al atardecer, de moluscos y peces que capturaban en esteros que dejaba la bajamar, de raíces y de conejos o pájaros que Kiri capturaba con improvisadas trampas. Una tarde, Kiri, pudo abatir una corza joven con su arco dándose los dos viajeros un magnífico festín. Ahumando los restos consiguieron unas valiosas provisiones, que les podían permitir avanzar más deprisa.

Cuando el cazador ya había perdido la cuenta de los días de viaje. En un altozano junto a un río, no lejos de la costa, vio algo muy parecido al poblado que había soñado en la cueva de Frem el chamán. Estaba anocheciendo y le pareció lo más prudente, alejarse del lugar para al día siguiente estudiar el terreno y apostarse en un buen sitio donde poder ver sin ser visto. Esa noche Kiri durmió junto a su perro en una tosca choza de ramas, sin encender fuego para no atraer la atención de los habitantes del poblado.

Con las primeras luces del día Kiri, pudo apreciar el enorme tamaño del poblado. Por la cantidad de columnas de humo debía de haber más de 100 personas ¡Nunca había visto tanta gente junta!

En la primera jornada observó los cercados, con animales como los que había soñado y como los conducían a pastar. A punto estuvieron los perros de delatar su posición, pero esos perros ladraban mucho, ya que no conocían a la mayoría de la gente y sus dueños no les hacían demasiado caso.  

Al día siguiente una cuadrilla de hombres se dirigió a un prado cercano, armados con palos y seguidos de mujeres con cestos. Con los palos, comenzaron a cavar la tierra y las mujeres a enterrar minuciosamente el contenido de los cestos. Esa noche Kiri descendió sigilosamente y extrajo un puñado de doradas semillas de la tierra cavada.

El tercer día, Kiri hizo un descubrimiento aún más sorprendente. Unos hombres cavaban una porción pequeña de tierra y la regaban con abundante agua. Luego descalzos pisaban el barro. Más tarde  moldeaban recipientes de distintas formas y finalmente los cocían cubriéndolos con brasas y tierra.

Kiri permaneció unos pocos días más observando a los enterradores de semillas sin descubrir nada nuevo, finalmente cuando decidió emprender el regreso a casa, sucedió algo inesperado. Ni el, ni el perro detectaron la presencia de un grupo de mujeres y niños que estaban recolectando caracoles. Estos, asustados ante la presencia del extraño, comenzaron a gritar y a huir hacia el poblado. Al momento un nutrido grupo de hombres armados con garrotes y arcos salieron en persecución del cazador.

Kiri y el perro emprendieron la huída, alejándose de la costa. El grupo perseguidor poco a poco fue cediendo terreno. Al anochecer, aparentemente, habían abandonado la persecución. El cazador consideró que lo más prudente era buscar un refugio donde pasar la noche. Permanecieron alerta hasta que amaneció y ambos emprendieron de nuevo el camino de la costa, dando un amplio rodeo.

Anduvieron mucho tiempo sin encontrar a nadie, aún así no encendían fuego cuando acampaban. Consumían los alimentos crudos y avanzaban con mucho sigilo. Cerca ya del campamento avanzado de los enterradores de semillas, Kiri decidió dar un gran rodeo para evitarlo y evitar también el poblado de la costa, que había dejado de ser un lugar seguro. Atajó en dirección Noroeste con la intención de alcanzar el río y el arroyo de la sierra.

Ya reconocía las montañas que constituían su hogar y tenía a la vista el río, pero para su sorpresa en un alto que dominaba todo el paraje había una tropa de seis hombres y un par de perros acampados. Reconoció a Friu el jefe del clan de la costa, pero el que parecía llevar la voz cantante, era un hombre completamente calvo, muy corpulento que por su vestimenta pertenecía a la tribu de los enterradores de semillas. Era imposible que pudieran pasar, sin ser vistos. Aguas arriba el río discurría por un angosto cañón de altas paredes verticales que terminaba en las montañas. Ese era el único paso y esos hombres lo sabían igual que el. Por la noche no se podía aventurar a cruzar sin una antorcha y en el caso de que lo intentase a oscuras, con toda seguridad sería detectado por los perros. Debía idear una maniobra de distracción.

Retrocedió sobre sus pasos y rodeando un cerrillo alcanzó la orilla del río, aguas abajo, en un tramo imposible de vadear. Prendió una hoguera y la cubrió con ramas verdes inmediatamente se elevó una densa columna de humo blanco visible desde una gran distancia. Como Kiri había supuesto, el grupo se dividió, cruzando tres hombres el vado y manteniendo otros tres la posición. El cazador y el perro permanecieron agazapados hasta que hubieron pasado. Kiri abatió al último en pasar, con una flecha por la espalda. Cuando los otros dos se volvieron, uno recibió una flecha en el pecho y el último fue derribado por el perro y rematado con una gran piedra. Aún se encontraba en una gran desventaja, pero tenía que intentarlo. Sin duda aquellos hombres no eran tan buenos arqueros como él. Avanzó decidido hasta el vado y lo cruzó seguido por el perro. Inmediatamente el grupo salio a su encuentro. El cazador abatió a los dos perros de sus rivales, estos lanzaron una andanada pero con poca fortuna. El gigante calvo que permanecía unos pasos atrás lanzó una flecha que alcanzó al perro de Kiri en una pata trasera. Este enrabietado alcanzó con una flecha al hombre mas adelantado pero no pudo esquivar la que salió del arco de Friu y que se le clavó a un lado, encima de la ingle. Kiri y el perro retrocedieron con gran esfuerzo hasta unas rocas donde pensaban vender muy caras sus vidas.

Los dos hombres avanzaron precavidos. No en vano Kiri, había eliminado a cuatro de los suyos y dos perros. El cazador, parapetado en las rocas, había podido extraer la flecha de la pata del can y quebrar el asta de la que llevaba clavada. Solamente le quedaba una flecha. Decidieron atacar cada uno por un lado. El primero que tuvo a tiro a Kiri fue el gigante calvo, tensó la cuerda del arco, pero el cazador fue más rápido y su flecha le produjo un corte en la mano que tensaba la cuerda, cortándole también la cara. Con las pocas fuerzas que le quedaban Kiri arrojo el arco a Friu evitando que este pudiera disparar su flecha.

Los dos atacantes se rehicieron, y tensaron sus arcos dispuestos a acabar con el cazador. Desarmado y mal herido, Kiri enfrentó a sus adversarios con la mirada, esperando las flechas que terminarían con su vida, cuando advirtió una expresión de terror en sus rostros. Un gran oso apareció encima de la roca en la que Kiri se apoyaba y se irguió sobre sus patas traseras gruñendo amenazador. Friu y el gigante calvo retrocedieron lentamente sin perder de vista al animal. Cuando estuvieron a unos metros echaron a correr a toda velocidad. El oso olisqueo un rato desde la roca y se retiró sin prestar atención a Kiri y al perro.

Kiri cayó de rodillas y se desmayó. Había perdido mucha sangre. El perro le lamió la cara y luego se lamió su pata herida. Cojeando se dirigió hasta el poblado a donde llegó en unas pocas horas. Dando fuertes ladridos llamo la atención de todo el grupo. Sus y Bocos inmediatamente reconocieron al can y vieron la herida de su pata. Un grupo de cazadores partió al instante siguiendo al perro, que a pesar de ir cojo iba por delante dando fuertes ladridos para que le siguieran. Al atardecer encontraron a Kiri tumbado inconsciente y ardiendo de fiebre. Le subieron en unas improvisadas parihuelas y le trasladaron al poblado donde llegaron bien entrada la noche.  


Continuará.

Dr Miriquituli

jueves, 17 de noviembre de 2011

ME DA IGUAL UN BARBUDO QUE OTRO

ME DA IGUAL UN BARBUDO QUE OTRO

Me da igual un barbudo que otro, siempre y cuando “den la barba”  Eso es lo que necesita España, alguien con redaños que devuelva la ilusión a la ciudadanía. No nos equivoquemos, necesitamos muchas cosas, pero sin ilusión, sin fe, no vamos a ninguna parte.

Parece que la sociedad española, sobrealimentada y sobreprotegida, sufre el virus del desánimo. Vuelve un fatalismo histórico del que parece contagiada hasta “la roja” que aún sin jugar demasiado mal, en Wembley dio una imagen, como de conformismo que no me gustó nada y mucho menos ante un país (Ya se que suena un poco a rancio, pero es la pura verdad) tradicional enemigo nuestro y que además, desde sus sacrosantos medios financieros, nombran a España como un país de los denominados pigs  ¡Un país cerdo! ¡Me cago en su….! Bueno voy a dejar este tema, por que me enciendo.

Para el fin que nos ocupa,  parece mejor colocado el barbudo de la marca de la gaviota que el de la marca de la rosa, dada la pésima gestión del antecesor del barbudo de la rosa. En cualquier caso creo que los dos son políticos solventes que harán lo que tengan que hacer, aunque en periodo electoral digan cualquier cosa con tal de arañar un puñado de votos.

Lo que espero de los dos líderes barbudos, es un poco de cordura y que lleguen a acuerdos de futuro. En lo económico: que se cambie el sistema productivo, que se vuelva a la senda abandonada durante los últimos años de la industrialización, la investigación y la formación. En lo político: que se ponga tasa al disparatado estado de las autonomías y se frene de una vez por todas, la avidez de los caciques nacionalistas que cambian sus apoyos por privilegios económicos. Que de una vez se por todas sean más representados los votantes y no tanto los territorios.

El 20-N fecha evocadora de recuerdos infantiles, de esa España cutre, que olía a meados, a ozono pino y a repollo en las escaleras de mi casa. De raciales Manolos que peregrinaban a Perpiñan a ver el Ultimo Tango en París y que bien por convicción o bien por el bocadillo de mortadela, Iban como un solo hombre a la plaza de Oriente a jalear a Franco. Esa España si tenía ilusión a pesar de tener el peor sistema de gobierno posible ¿Por qué?  Por que todo el mundo arrimaba el hombro: En una industrialización, con muchas carencias, pero en expansión o trabajando en el extranjero y enviando unos ingresos muy necesarios o construyendo Benidorm y Torremolinos, ejemplos de esa cosa que aún funciona que es el turismo. 

¡Españoles todos! como decía el caudillo.  Este 20-N tenemos que ir a votar al barbudo de nuestra preferencia (O a quien les de la gana que también hay alguno y alguna sin barba) y esperar a que desde el gobierno o la oposición, nuestros políticos,  repito “den la barba” y España recupere la ilusión perdida.

Dr Miriquituli

domingo, 13 de noviembre de 2011

EL CHAMAN


EL CHAMÁN

(Sureste de la Península Ibérica aproximadamente 6000 años A.C.)

Kiri había vivido tantas primaveras como dedos tenía en manos y pies, era el líder del clan de la sierra. Unas veinte almas en total, entre cazadores, mujeres, niños y un par de ancianos de más de treinta años. Su mujer Uma había tenido siete hijos de los que solamente habían sobrevivido 3: una niña de 8 años que estaba apunto de entrar en la edad núbil, un niño de 6 y otro niño de unos pocos meses. Vivian de la recolección de frutos del bosque, miel y de la caza. También explotaban, una rudimentaria ganadería de animales salvajes, que capturaban de crías y que mantenían con vida hasta que tenían un buen tamaño, incluso, habían logrado la reproducción en cautividad, de varias hembras de jabalí. También eran diestros en la fabricación de útiles de silex, muy abundante en la zona. Con el comercio de esta pequeña industria obtenían, de otros clanes cercanos, algunos productos imprescindibles de los que carecían, como sal marina o pescado seco.

Esa noche mientras dormía junto a Uma, Kiri tuvo un sueño muy extraño: Vio un enorme uro en un claro del bosque. El animal pacía tranquilamente y en un momento dado, comenzaba a desprendérsele la piel y la carne, quedando en pie la blanca osamenta del bóvido. Al final, el esqueleto se desplomaba y se convertía en polvo que era barrido por el viento. Se despertó inquieto, sentía que algo en su mundo, no marchaba bien. Abrigado con un manto de pieles de lobo salio fuera de la cabaña. Aún no había amanecido pero la luna estaba llena y se veía la cinta de plata del arroyo que corría unos metros más abajo. Pronto se le acercó uno de los perros del poblado y le lamió las manos. Kiri le acarició distraídamente detrás de las orejas y se puso a mirar la blanca luna, mientras meditaba  sobre lo que había soñado.

A la mañana siguiente, mientras el clan se reunía junto al fuego a desayunar unas tortas de harina de bellota, acompañadas de carne de ciervo seca, Kiri les contó lo que había soñado la noche anterior. Ningún miembro de la tribu encontraba un significado a su sueño. Bato, el más anciano de todos los miembros del clan, sugirió a kiri la idea de consultar el significado con Frem, un hechicero que vivía en una cueva en la falda de la montaña a media jornada de camino. Frem era un individuo viejísimo y pese a que era capaz de curar muchas dolencias,  era temido por los hombres y mujeres de la zona. Se decía que practicaba oscuros rituales mágicos, en los que ocasionalmente se sacrificaban seres humanos.

Kiri partió con un par de hombres del poblado y el perro al que había estado acariciando la noche anterior. Llevaban sus grandes arcos y vestían zahones de piel de uro para no dañarse con los recios matorrales de la montaña. Kiri lucia un vistoso tocado de plumas, que indicaba su categoría de guía y jefe del clan. En sus morrales llevaban presentes para el chaman. El día se fue nublando. En el cielo plomizo se recortaban formaciones en forma de flecha, de chillonas grullas, emigrando hacia el sur, anunciando que no tardaría en llegar el frío.

Bajo una fina lluvia, el grupo, se internó en un barranco sin árboles, jalonado por formaciones rocosas de formas extrañas. Las paredes estaban perforadas por multitud de agujeros de distintos tamaños. Parecía que la montaña les observara. Al fondo, una fina columna de humo indicó  al grupo, que habían llegado a los dominios del mago.

Un muchacho que lucia extraños tatuajes, se afanaba en despellejar un par de conejos junto al fuego. Era uno de los ayudantes del brujo, estos acólitos cuidaban de su fuego y su comida, también dormían con el anciano. Aunque eran  frecuentes, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, estaban mal vistas e incluso, si no se llevaban con discreción, eran reprimidas con mucha dureza. Pero el chaman estaba por encima de esta ley. El muchacho les indico donde podían encontrar a Frem. Los tres cazadores hallaron al chaman sentado bajo una visera de piedra, pintando un uro con pintura roja. Al aproximarse un  gran búho que estaba posado cerca del chaman echó a volar hasta una peña próxima.

Sin volverse Frem, saludó  con la mano y dijo:

 – Bien venido Kiri, te estaba esperando-

El chaman se dio la vuelta y observó al grupo con expresión inescrutable. Tenía el rostro y la cabeza completamente afeitados. Su cara estaba surcada por innumerables arrugas. Kiri trató de iniciar la exposición de los motivos que les habían llevado a los dominios de Frem, pero el mago le interrumpió con un gesto de la mano.

- Es hora de descansar y reponer fuerzas ¡Seguidme! – dijo saltando de la cornisa con sorprendente agilidad y se fue caminando a grandes pasos hasta el hogar donde el muchacho cocinaba los dos conejos.

Durante la comida Kiri contó su historia. El chaman no emitió ninguna opinión. Al finalizar, el anciano dijo:

 –Esta noche, invocaremos a los espíritus del sueño, ellos nos desvelarán más cosas sobre tu visión-

Frem se adentró en la cueva, junto a su ayudante para preparar el ritual mágico. No salió nadie hasta que casi se habían extinguido las últimas luces de la tarde. El muchacho traía un cuenco de madera que contenía pintura blanca. Se acercó a Kiri y trazó con las yemas de sus dedos, varias líneas en su torso y  rostro. Cuando termino, le pidió que le siguiera hacia la cueva, El interior estaba iluminado por varios pequeños pebeteros de piedra en los que ardía grasa animal. Frem, se encontraba al fondo de la cueva, imponente, tocado con los largos cuernos de un macho de cabra montés. Las paredes de la cueva estaban decoradas por figuras de aspecto lejanamente humano y que parecían implorar con los brazos alzados El muchacho ofreció a Kiri un brebaje hecho de varias plantas y semillas, este lo bebió y al poco rato los sonidos comenzaron a distorsionarse, un torbellino de imágenes daba vueltas en su cabeza. El cazador sintió unas fuertes nauseas y vomitó todo lo que tenía en el estómago. El mago y su ayudante le tendieron en un lecho de pieles donde, entre convulsiones, tuvo extraños sueños.

 Kiri se despertó con una fuerte jaqueca. Encontró a sus compañeros de viaje en el exterior de la cueva, jugando con el perro para matar el tiempo. El sol estaba muy alto ya, Uno de sus hombres partió presuroso en busca del mago y el otro le alcanzo un cuenco de madera con sopa de verdura y hongos y un tasajo de carne seca, Tras tomar unos sorbos, Kiri comenzó a sentirse un poco mejor. Pasado un rato aparecieron el mago y el muchacho con un cesto de hierbas, seguidos del otro cazador.

Frem pidió a Kiri que le contara, lo que recordaba, de lo que había visto en sus sueños la noche anterior, este comenzó su relato:

-Recuerdo en mi sueño el mar y un gran poblado en la desembocadura de un río. Recuerdo también un campo con unas yerbas, que no había visto nunca, que se mecían al viento como las olas del mar. También vi manadas de extraños animales parecidos a las cabras monteses pero con los cuernos más pequeños y otros, que tenían la piel blanca y rizada, no se parecían a nada que hubiera visto antes. Varios hombres cubiertos por extrañas ropas, caminaban al lado de los animales, con perros. El resto de mis sueños esta borroso-

El chamán permaneció unos segundos en silencio y luego habló –Desde hace años, observo cambios en el comportamiento de los hombres. Todos habréis oído las viejas historias que hablan de los antiguos cazadores que seguían a las grandes manadas en tiempos en los que los inviernos eran mucho más largos y rigurosos, Yo he viajado mucho y he oído historias muy parecidas junto a los fuegos de otros hombres que viven en sitios muy lejanos, creo que esas historias son verdad y que igual que el mundo a cambiado desde esos tiempos antiguos, ahora mismo se están produciendo cambios importantes para la vida de los hombres. Kiri, el gran uro representa el espíritu de los bosques de los que tu clan vive desde hace muchas generaciones, tu has sido elegido por ese espíritu, para que conduzcas a los clanes de cazadores ante los cambios que se avecinan, Debes emprender un viaje. Cuando encuentres las cosas que has soñado, aprende de ellas y vuelve para contarme lo que has aprendido.

Tras despedirse, el anciano y el muchacho siguieron con sus quehaceres y los tres hombres y el perro iniciaron  presurosos el regreso, para que no les sorprendiera la noche lejos de su poblado.

Continuara…..

Dr Miriquituli.

lunes, 7 de noviembre de 2011

LA MUJER JUNTO A LA VENTANA

Cuando Julio llegaba del colegio, su madre, en la cocina de la casa familiar, le daba un bocadillo o pan con chocolate para merendar. Vivian en un piso del centro, rodeado de otras viviendas por los cuatro costados. Tras los visillos se intuía la vida de los vecinos cercanos.

Una pareja madura tenía su sala de estar, frente a la cocina, justo un piso más abajo, en un patio de luces. A la hora en que Julio merendaba ellos solían ver la televisión. Como eran muchos en casa, cuando fue un poco más mayor, comenzó a hacer los deberes en la cocina, en la mesa donde la familia solía comer los días de diario, justo en frente de la ventana.

Los vecinos regentaban un bar un par de calles más abajo y en épocas del año que el trabajo en el campo se lo permitía, una hermana de la mujer, más joven que ella, venía del pueblo a echar una mano en el bar. Tendría cuarenta años era de mediana estatura y un poquito entrada en carnes, aunque iba muy erguida, caminaba y se movía, con la agilidad propia de las personas que entonces, vivían en los pueblos.

Era época de exámenes y después de cenar Julio tenía que seguir estudiando. Aburrido de los libros la vista se le iba a la ventana de los vecinos. En un momento dado el hombre se fue a la cama y las dos mujeres apagaron la televisión y abrieron un sofá cama. La hermana mayor se retiró, la menor apagó la luz y comenzó a desnudarse, para ponerse el camisón. Pese a estar a oscuras la habitación, se veía lo suficiente. Era una mujer hermosa de pechos llenos, ligera barriguita y anchas caderas redondas. Era la primera vez que Julio veía una mujer desnuda, sin contar a su madre, aquello le causó una honda impresión.

La escena se repitió durante varias semanas. Cuando Julio veía que las hermanas se disponían a acostarse, apagaba la luz para así poder ver sin ser visto. Un día la vecina no estaba. Había vuelto al pueblo. Una gran desazón hizo mella en su ánimo. Perdió el apetito, incluso bajaron sensiblemente sus notas escolares durante la temporada en que la mujer de la ventana estuvo fuera.

Quedaban pocos días para que diera comienzo el verano y la mujer volvió. Julio andaba de exámenes y retomó sus observaciones nocturnas. La mujer ante el calor reinante prolongaba sus sesiones televisivas. Cuando se quedaba sola, se quitaba el camisón y se quedaba viendo la tele vestida solamente con unas escuetas braguitas.

La noche anterior a que la familia de julio partiera de vacaciones a la playa, fue especialmente calurosa. Julio observaba como cada noche. Después de ver la tele, la mujer se metió bajo la sabana tal cual, sin ponerse el camisón, se destapó hasta debajo de su redondo ombligo y saco una pierna fuera de la sábana. Julio observó como la mujer se secaba el sudor alrededor de los pechos con el camisón. En un momento dado la mano de la mujer se introdujo debajo de la sábana y comenzó a moverse despacio en el lugar donde se intuía su pubis. En el silencio de la noche, Julio podía oír la respiración agitada de la mujer.

Al día siguiente mientras la familia de Julio cargaba el coche, se encontró con la mujer cuando se disponía a subir en el ascensor. Ella vestía el uniforme del bar, una especie de bata de cuadros rosas, que le llegaba por encima de la rodilla. A la altura del pecho el espacio entre los botones se abría dejando entrever el generoso pecho enfundado en un sujetador negro de encaje. La mujer olía muy bien, a jabón, a cremita y a algo indefinido, un olor como a…. niño pequeño. Antes de llegar a su piso ella le hablo:

-He visto a tus padres cargando el coche ¿Te vas por mucho tiempo?

-Nos vamos a la playa hasta final de mes -

¡Que suerte! Aquí te estaré esperando, bueno, dame un beso, hasta pronto guapo.

Julio acercó la cara a su mejilla y ella le beso suavemente en la comisura de los labios.

Durante el mes que Julio estuvo de vacaciones mantuvo sus primeros escarceos sexuales con una chica de la urbanización algo mayor que el. Fue un encuentro torpe y desangelado pero a Julio le infundió una gran confianza en si mismo.

La familia regreso una tarde de sus vacaciones y Julio se fue con su madre a comprar algo para la cena. Al bajar por la calle en dirección a la galería comercial se encontraron con las dos hermanas que venían del bar. La madre de Julio se puso a hablar con ellas. Julio dirigía furtivas miradas a la hermana menor. Cuando ya se iban a despedir de su madre, las dos hermanas repararon en Julio, fue la mayor la que primero hablo:

-¡Pero que estirón a dado este chico! Anda que cualquier día te vemos con novia.

Su madre intervino- Que se deje de novias y se centre en los estudios pare ser una persona de provecho el día de mañana.

La hermana pequeña dijo mirando a Julio provocativamente: Si que esta mayor y además muy guapo.

Las tres mujeres siguieron conversando un poco más y luego se separaron.

Julio esperaba con ansiedad a que llegara la noche. Cuando su familia se acostó el se fue a la cocina. Con la luz apagada se acercó a la ventana. Estaba decidido a abordar a la  mujer. Al día siguiente la esperaría a la salida del bar y le hablaría, pero esa noche volvería a mirarla. La hermana mayor dio un beso de buenas noches a la pequeña, el hombre hacia rato que se había acostado. Por fin la mujer se quedo sola junto a la ventana. A oscuras se desvistió y se puso el camisón. Se quedo de pie junto a la ventana mirando hacia la ventana de Julio. Julio creyó ver una expresión de tristeza en los ojos de la mujer. La mujer bajó la persiana. Julio estaba desolado.

Al día siguiente Julio salio a la calle y fue corriendo hasta el bar, se asomó a la cristalera pero solamente vio al matrimonio. En los siguientes días volvió, ni en el bar ni en el piso volvió a ver nunca a la mujer.

Aquella noche esa persiana se había cerrado definitivamente.

Doctor Miriquituli.