Aquella urbanización parecía un lugar agradable para vivir.
Chalets con una buena parcela en un recinto privado, centro social, colegio
para sus futuros niños…. Además con la crisis el banco daba un precio y unas condiciones
espectaculares, a personas solventes como la pareja que formaban Julio y Elena.
Julio era militar de carrera. Tras ingresar en el ejército, había seguido
estudiando y se había convertido en un experto en telecomunicaciones. Ostentaba
el grado de teniente de la escala técnica en una base de la OTAN a más o menos
media hora del chalet. Elena era diseñadora grafica y trabajaba desde casa como
free lance para varias agencias publicitarias. En aquella casa podría montar un
estudio como Dios manda y en un tiempo, tal vez…. plantearse el ampliar la
familia.
El agente inmobiliario trajo el contrato de arras y Julio y
Elena hicieron entrega de la cantidad acordada como señal. En el plazo de un
mes se volverían a ver en el notario para escriturar el chalet.
El tiempo pasa volando. Cuando la pareja se quiso dar cuenta,
era la víspera de firma de las escrituras. A última hora de la mañana quedaron
en la notaría. Firmaron y recibieron las llaves de la nueva casa. Pasaron por su
antiguo piso a recoger a Tula su perrita, el único miembro de la familia que no
conocía la nueva vivienda. Aún iban a tardar un par de meses en habitar el
chalet. Pintura, algunas reformas menores y la mudanza que pensaban hacer de
manera escalonada. Lo primero que trasladarían serían las cosas de trabajo de
Elena, así podría controlar la obra mientras seguía con su actividad. Cuando
llegaron al chalet, Tula muy contenta comenzó a recorrer el jardín moviendo su
corto rabito hasta que llegó a la puerta de acceso al sótano. La perrita
olisqueó con detenimiento, emitió un gemido y comenzó a gruñir y a ladrar a la
puerta cerrada.
-Seguramente tenemos ratas- Dijo Julio abriendo la puerta
con la llave para echar un vistazo.
El sótano parecía limpio y vacío, como cuando lo habían
visto con el agente inmobiliario, pero algo olía mal, una mezcla extraña de
podredumbre y humedad.
-No hay cagadas, pero es posible que algún bicho se haya
muerto aquí dentro y esté pudriéndose en el falso techo o una bajante. Dejaré
la puerta abierta para que se ventile-
A la mañana siguiente Julio se fue al cuartel y Elena
preparó unas cuantas cajas de papeles para llevárselas al chalet. Las montó en
el coche grande, cogió a Tula y se marchó para la urbanización. El campo estaba
muy bonito tras las copiosas lluvias de las semanas anteriores. El monte cercano
era todo un espectáculo de colores, una paleta con todos los tonos de verde y
marrón. Elena comenzó a descargar las cajas, con Tula correteando a su lado.
Para su estudio había elegido una amplia habitación con un par de ventanas que
daban a la piscina. La sensación desagradable que había tenido la tarde
anterior cuando Julio había abierto el sótano era sólo un recuerdo. Recorrió
toda la casa, sótano incluido y no percibió en ningún momento aquel nauseabundo
olor. Por la tarde llegó Julio con más trastos. Estuvieron limpiando y
colocando hasta que comenzó a anochecer. Hacía muchísimo frió. Ya sabían que la
zona era fría, pero aquello era demasiado para finales del mes de octubre. La
corta tarde otoñal comenzó a extender un manto de sombras sobre la casa dejando
a la pareja sumida en un pozo de tristeza y desaliento, que no desapareció
hasta que estuvieron juntos en el antiguo piso.
Las obras avanzaron a buen ritmo. En menos de un mes el
chalet reunía las condiciones necesarias para que Elena y Julio se mudasen.
Aprovecharon un día entre semana en el que Julio libraba y acometieron el
traslado. Terminaron bien entrada la tarde. Despidieron a los de la mudanza y
encendieron la chimenea. Las llamas calentaron aquel esqueleto de hormigón y
ladrillos. Pronto la casa casi parecía un hogar ¡Su hogar! Tomaron una cena
sencilla en la mesita baja del salón: Una ensalada, un poco de queso, fruta…
Julio abrió una botella de buen vino tinto. Tras la cena, hicieron el amor en
el sofá mientras se consumía el último leño de la chimenea, luego se marcharon
a la cama, ya que Julio tenía que madrugar bastante al día siguiente.
En un momento de la noche, Tula salto sobre la cama
despertando a la pareja. De la lumbre no quedaba ni el más mínimo rescoldo y en
la casa reinaba un frío intenso. La perrita estaba bien educada y siempre
dormía en su cesta. Tal vez fuese por que extrañaba la casa o por el frío, el
caso es que Julio bajo hasta el salón y subió la cesta de Tula hasta la
habitación. Cuando la estaba colocando a los pies de la cama, oyeron un ruido
procedente del sótano o del garaje, no lo sabían muy bien. Encendieron las
luces y bajaron juntos. Según iban descendiendo, aquel olor que habían
percibido el primer día se iba haciendo cada vez más intenso. En el garaje
parecía todo en orden, sin embargo en el sótano un par de cajas que habían
colocado en una estantería estaban caídas y su contenido desparramado por el
suelo. Ambos convinieron que aquello sin duda se debía a una infestación de
ratas, aunque en su fuero interno no lo tenían tan claro. Regresaron a la cama,
pero ninguno de los dos pudo pegar ojo el resto de la noche.
Al día siguiente los operarios de una empresa de
desratización inspeccionaron la casa y dejaron unas cuantas bolsitas de veneno
en el sótano y el garaje.
Desde la noche en la que cayeron las cajas del sótano, la
perrita nunca se separaba de la pareja mientras estaban en el chalet. Cuando
Julio y Elena la tenían que dejar sola prefería quedarse en el jardín.
Aquel día llovía copiosamente sobre la urbanización, por lo
que Elena y Tula no dieron su habitual paseo por el monte. Elena estaba
trabajando en su estudio, cuando la perrita, que estaba tumbada en la alfombra,
comenzó a gruñir en dirección la ventana. Elena primero miró a su mascota y
luego al objeto de sus gruñidos. Un latigazo de electricidad recorrió su
columna al observar como unas huellas de manos y un rostro se dibujaban sobre
el cristal empañado. Cuando Julio volvió, su mujer le contó lo sucedido. Ambos
eran personas modernas y preparadas y se resistían a creer en fenómenos
paranormales o casas encantadas, pero que allí sucedían cosas extraordinarias
nadie lo podía negar.
Aunque no practicantes, los dos eran católicos y pensaron
que tal vez fuese la solución (Por lo menos no empeoraría el problema) pedirle
al párroco del pueblo que bendijese la casa. Era una costumbre antigua, ya casi
caída en desuso pero que no creían que al cura le sorprendiera demasiado. Esa
noche volvieron a moverse objetos en varios puntos de la casa, incluso llegaron
a ver una sombra que se movía por la cocina y que se disipó cuando encendieron
las luces. El cura del pueblo, un hombre mayor de aspecto bondadoso, accedió a
ir hasta el chalet y rezar unas oraciones junto con sus moradores. Las
oraciones no obtuvieron respuesta ninguna. Los extraños fenómenos continuaron e
incluso aumentaron. El mal olor se había extendido de manera permanente como
una sabana pegajosa. Se movían los objetos delante de sus narices, las luces se
encendían y apagaban solas y al caer la tarde la siniestra sombra crecía y se
movía a sus anchas por toda la casa. Sólo parecía detenerla el fuego que
permanentemente tenían encendido
Julio no era ni mucho menos una persona miedosa. Había
servido en Bosnia y en Afganistán, pero en ambos sitios sabía a quien se
enfrentaba. Ahí estaba el quid de la cuestión “a quien” o a que se estaba enfrentando, claramente este problema
le rebasaba. Él no era ni mucho menos quien peor lo estaba pasando. Elena
apenas dormía ni comía. Se estaba consumiendo a ojos vista. Además habían
sabido recientemente que esperaban un bebé.
Recurrieron a los servicios de parapsicólogos, exorcistas y
otros de charlatanes que les sacaron el dinero y no obtuvieron resultados. Es
más, cuando se marchaban, la sombra, el ente o lo que fuera que habitaba la
casa junto a ellos redoblaba su actividad impidiendo el descanso y la paz en
aquella morada. De buena gana hubieran abandonado el chalet y vuelto a su
antiguo piso, pero habían tenido que alquilarlo para poder afrontar la hipoteca.
Las cosas llegaron a un punto insostenible. Elena enfermó a
causa de su estado de nervios y tuvo que recibir asistencia hospitalaria ante el
deterioro de su salud y el riesgo que corría el bebé. La noche que la ingresaron
su madre se quedo con ella en el hospital ya que Julio tenía que trabajar al
día siguiente y estaba completamente agotado. Ya en el coche, se planteó la
disyuntiva: Irse a un hotel o volver a casa. Optó por lo segundo.
El chalet se encontraba completamente a oscuras. Tula se
había quedado en el jardín pese al tremendo frío reinante. Julio entró y
advirtió aquel hedor tan característico. Al fondo, la sombra, que cada vez era
más grande, más rotunda, se movía despacio entre las habitaciones. Fue
encendiendo luces según iba entrando en la casa.
-¿Quién eres y que quieres de nosotros?- Preguntó mientras
se dirigía hacia la habitación.
La sombra pareció agitarse y varios objetos cayeron al
suelo. Julio abrió el armario y saco de su funda la pistola reglamentaria.
-¿Qué quieres de esta familia?- Preguntó Julio al tiempo que
avanzaba hacia aquel ente.
Las luces parecían haberse vuelto locas, las puertas se
abrían y se cerraban y los objetos caían por doquier.
-NO VAS A CONSEGUIR QUE NOS VAYAMOS ¡ESTA ES NUESTRA CASA!-
La sombra retrocedía cada vez más ante los decididos pasos
del hombre. Finalmente llegaron al garaje y la puerta del trastero se cerró detras
de aquella cosa. Julio giro lentamente el picaporte y encendió la única
bombilla que iluminaba la abarrotada estancia. Ahí estaba la sombra, en un
rincón al fondo del sótano. Parecía más pequeña y difusa. Julio levantó su arma
y exclamó:
QUIERO QUE TE VAYAS AHORA MISMO DE ESTA CASA Y QUE NO
VUELVAS MÁS ¡ESTA ES NUESTRA CASA!
Julio no supo si aquella cosa había gritado realmente, el
caso es que la bombilla del sótano explotó y un vendaval de objetos impactó
contra él. Al día siguiente, nueve balazos adornaban la pared.
Elena salió del hospital pocos días después. Era una mañana
soleada en la que casi se podía sentir ya la cercana primavera.
-¿De verdad que no ha vuelto a suceder nada desde aquella
noche?- Preguntó Elena a las puertas del chalet.
-No, nada, además ha desaparecido completamente aquel mal
olor. No se que era aquello, tal vez era algo… algo oscuro que estaba en
nuestro interior. No se…-
Elena sintió un escalofrío por la espalda y se tocó el
vientre que ya comenzaba a abultarse. Sin mediar más palabras los dos entraron
en el chalet seguidos de la perrita que se paro en la entrada y olisqueó el
aire.
Doctor Miriquituli.