martes, 4 de agosto de 2020

EL JUANCARLISMO

EL JUANCARLISMO


Juan Carlos I ha sido una figura importante en la historia española de este siglo pasado.

Creo que, en realidad, poca gente ha sido monárquica en España, pero muchos si han/hemos sido en algún momento juancarlistas.

Franco, del que se podrán decir muchas cosas, pero nunca que fue un idiota, recibió tácitamente de parte las fuerzas conservadoras a las que representaba en la guerra, el encargo de restaurar la monarquía.

Esa restauración monárquica no era ni mucho menos la prioridad del Caudillo, pero muchos monárquicos convencidos lucharon al lado de Francisco Franco con esa idea.

Franco, que fue el general más joven de Europa y en su día estuvo al servicio de Alfonso XIII, debía saber perfectamente con quien se estaba jugando los cuartos. También supongo que, dada la naturaleza de su mandato, en algún momento pudo barajar la posibilidad de trasmitírselo a su descendencia, pero como ya hemos dicho, Franco de tonto no tenía un pelo y conociendo el paño sabía que aquello no iba a funcionar con respecto a su familia y optó por solucionarles la vida generosamente y buscar otra fórmula para la sucesión.

En 1948 se optó por volver a explorar la vía monárquica para la sucesión del Caudillo y se acordó una entrevista entre el hijo de Alfonso XIII, Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona y Franco en el Ferrol a bordo del yate Azor.

Aunque ya iba prevenido, el dictador pudo constatar en persona que Juan de Borbón era un perfecto imbécil.

Quiero creer que, a su manera, Franco quería lo mejor para España y que por eso no abandonó a la primera aquella vía. El conde de Barcelona tenía un hijo de diez años, que a decir de los que habían indagado sobre la Familia Real en el exilio, era bastante despabilado. La alternativa a una monarquía tutelada por él mismo era el ejército y Franco conocía demasiado bien a aquella manada de lobos, de hecho, él, aquel hombre bajito y regordete, con voz de pito, era el lobo alfa.

Juan Carlos se vino a España y se formó como español. A la muerte del dictador en el setenta y cinco, le sucedió en la jefatura del estado.

En 1978 el país se abrió al mundo y se democratizó. Lejos de lo que algunos que no vivieron aquella época afirman, la transición no fue un asunto nada fácil.

Los comunistas, líderes de facto de la oposición al franquismo y de lo que quedaba del bando perdedor en la guerra, no estaban muy por la labor de aceptar un rey y menos uno puesto por Franco. El Partido, en los países de nuestro entorno, había evolucionado a lo que entonces se dio por llamar “Eurocomunismo”, una suerte de socialismo integrado en las democracias parlamentarias occidentales, ya lejos de la obediencia soviética anterior.

Para llevar a los comunistas al redil de lo que pretendía ser un régimen homologable con el resto de democracias occidentales, se trató el asunto con un comunista de la vieja guardia que vivía exiliado en la Rumanía de Ceaucescu y que no era otro que Santiago Carrillo.

Ceaucescu vino a España en el setenta y nueve, siendo el primer líder de detrás del Telón de Acero que lo hacía en toda la historia. El mandatario comunista, medió entre Juan Carlos y Carrillo, para que este último aceptara integrar al partido en la naciente democracia española.

La jugada les salió a pedir de boca a los dos. Juan Carlos conseguía que el Partido abandonase la vía de la clandestinidad y Carrillo, tras haber perdido parte de su protagonismo en los últimos años del dictador, volvía con fuerza a la primera fila del PCE.

Todos estos cambios no gustaron al sector inmovilista, con fuertes conexiones en la economía, el ejército, la judicatura y la policía. Juan Carlos supo maniobrar con gran habilidad entre estos poderes que amenazaban con una regresión a tiempos pretéritos en los que las libertades individuales que los españoles habían adoptado por derecho corrían serio peligro.

Con el terrorismo de ETA sobrevolando la vida pública, el ruido de sables llegó a hacerse atronador.

De nuevo Juan Carlos, que tenía mucho contacto con los militares, supo obrar con gran habilidad y nadar entre dos aguas.

El 23 de febrero de 1981, se produjo una seria intentona golpista, con un grupo de guardias civiles armados irrumpiendo la sesión del congreso que tenía que investir al nuevo presidente del gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo y los tanques por las calles de Valencia, Alfonso Armada, el líder en la sombra de aquella asonada, creía que el rey apoyaba su causa.

Aquella celebre noche, un alto mando militar habría de comparecer en el congreso de los diputados, el llamado “Elefante Blanco” no era otro que Juan Carlos Borbón que, en lugar de ir al congreso a la una y media de la madrugada lanzó un mensaje televisado que desarticuló de hecho el golpe.

Las malas lenguas han acusado a Juan Carlos de no tomar la decisión de desvincularse del golpe hasta comprobar que este no contaba con los suficientes apoyos. En cualquier caso, aquella jornada sirvió para hacer una profunda purga, que modernizó definitivamente nuestras fuerzas armadas.

Aquel suceso consolidó, con sus virtudes y defectos la democracia española y con el PSOE, un partido de izquierdas en el poder, España entró por fin en las principales organizaciones internacionales, la OTAN y el Mercado Común Europeo.

Un problema que ha prevalecido hasta nuestros días ha sido la complicada organización territorial de España. El rey Juan Carlos sirvió de enlace entre los intereses económicos de Cataluña y los del resto del estado. Aquellos besamanos de Baqueira Beret entre la familia real española y los Pujol, virreyes de facto en la autonomía catalana, acabaron culminando en las olimpiadas del 92, pistoletazo de salida de una corrupción sistémica que ha llegado hasta nuestros días.

De aquellos polvos estos lodos… Juan Carlos pasó a ser “el Campechano”, una especie de super embajador y conseguidor de grandes negocios para las empresas españolas. Esa faceta, que en sí misma no es algo negativo, ha acabado degenerando en una suerte de asuntos turbios, de comisiones y de relación con personajes dudosos con los que un jefe de estado de una de las naciones históricas más importantes del mundo, nunca deberían de haberse producido.

Del caso Urdangarín la Familia Real salió gravemente tocada y nadie se creyó entonces, ni se cree ahora que Juan Carlos no tenía ninguna vinculación con los sablazos que su yerno iba pegando por ahí.

El principio del fin del juancarlismo fue el caso conocido como “asunto de Botsuana”. En medio de una profundísima crisis económica y con millones de españoles en el paro, un decrépito Juan Carlos se rompió una cadera durante una cacería de elefantes en el país africano. Para más Inri, Campechano no estaba solo en aquella inoportuna aventura. Le acompañaba una mujer que, por supuesto no era su legítima esposa, sino una “amiga entrañable”, la princesa alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein, una aristócrata devenida en testaferro de los tejemanejes del rey y alcahueta de altos vuelos. Este affaire y otros muchos, eran del dominio público desde hacía muchísimo tiempo.

Nadie debería ponerse en una posición moral superior y no voy a ser yo el que lo haga. Creo que España tiene mucho que agradecerle a Juan Carlos de Borbón en el pasado, pero también creo que, al mismo nivel que cualquier otro ciudadano, debería someterse a la acción de la justicia y pagar como cualquier otro.

¿De qué manera afecta todo esto al actual rey Felipe VI? Creo que más pronto que tarde, la monarquía va a tener que someterse al dictamen de las urnas.

Yo nunca he ocultado mi republicanismo, ni cuando ser republicano no estaba de moda como ahora, pero creo que esto no va sólo contra la monarquía. Esto va contra un régimen de libertades que los españoles conseguimos en el 78 y que unos nuevos inquisidores nos quieren arrebatar.

No es casual que todo esto salga en un momento en el que un personaje, que reconozco que despierta en mí un enorme recelo y antipatía, como es el vicepresidente del gobierno, Pablo Iglesias, ha tenido acceso a la información secreta del Centro Nacional de Inteligencia.

Iglesias, claramente no es el profesor, ni el militante altruista que nos querían vender. El vicepresidente es un tipo muy ambicioso, que recientemente se está viendo cercado por asuntos turbios y que bien pudiera con lo que se está sabiendo de Juan Carlos I desviar el foco mediático de sus propias corruptelas.

¡Insisto! Creo que en este asunto el que la haya hecho debe pagar, pero debemos mantenernos ojo avizor para que este país siga siendo igual de libre de lo que era y que no nos sea impuesta una nueva dictadura de lo políticamente correcto.