El lunes, me presenté temprano en Fresa y Menta, la simpatía
de los subalternos seguía brillando por su ausencia y en cuanto a mi jefe,
Melchor Cerrudo, yo ya no pensaba que su manera de vestir fuese hortera, creo
que simplemente le gustaba disfrazarse. Ese día llevaba una levita color rojo
burdeos con solapas y puños de seda púrpura, pantalón a juego, chaleco de la
misma seda que las solapas, camisa rosa con chorreras y rematando el conjunto
corbata de lazo como la de Gary Cooper en “Solo ante el peligro” y botines en
piel de serpiente. Fuimos a tomar un café, Melchor saludaba a todo el mundo,
llamando a cada persona por su nombre. Saludaba a los currantes y a los
patronos, saludaba a las fulanas de la esquina, al camarero, al barrendero, al
repartidor, al vendedor de la once…. La verdad es que era un hombre
simpatiquísimo. Ya de vuelta en la empresa, subimos a la oficina le entregue los
pedidos y comentamos lo acontecido en la última reunión de tapper, en la que
salí tan mal parado.
-Sigo creyendo que aquí hay mercado, pero debemos darle otro
enfoque….- Dijo Melchor, pensando en voz alta.
-Pues cuando des con el “Enfoque” me avisas, por que yo de
momento no me hago otra despedida de soltero si no es con guardaespaldas-
-Claro…. Un guardaespaldas ¡Muy bien pensado! Dices que
tienes el teléfono de Lola la Murciana… Lola tenía un chulo, no medía más de
1,50 m pero le echaba más huevos que nadie. Los dos eran una pareja de armas
tomar, eso si en plan sano, su puterío como Dios manda, sin meterse en movidas
de droga ni de nada ¿Cómo se llamaba ese tío? Manolín, Manolín el lejía.
Recuerdo una paliza que les dio a un grupo de marines americanos…. Ja ja ja ¡Como
corrían! Aunque Lola también ayudó ¡Vaya bolsazos daba!-
-Lleva una piedra en el bolso- dije yo, que me la había
enseñado, camino de su casa.
-Con esa gente podíamos, ofrecer el lote completo: Stripper-puta
y reunión tapper con protección incluida. Dame el teléfono-
Me estaba empezando a preocupar, después del susto del
viernes, ahora me veía envuelto en asuntos de proxenetismo y así se lo hice
saber a mi jefe.
-No te preocupes, se lo digo al asesor y les hace un
contrato por obra y servicio-
Melchor marco el número de Lola en su moderno smart phone y
conectó el altavoz.
-Dígame-
-Hola guapísima ¿Sabes quien soy?-
-Pues como no lo voy a saber maricón, Melchor “la de los
globos”, ya me ha dicho ese chaval tan majo que trabaja para ti, que estás
hecho todo un empresario-
-¿Cómo anda tu chico?-
-Pues ahí, echo una cataplasma, la misma mala ostia, pero
los años no perdonan-
-Me gustaría haceros una propuesta….-
A partir de aquella parte de la conversación Melchor desconectó
el altavoz y me invitó educadamente a que saliera de su despacho, para poder
tratar en privado, los asuntos referentes a la propuesta que tenia que hacer a
la aguerrida pareja. Fuera, la secretaria seguía con su cara de vinagre, yo
traté de entablar una conversación intrascendente, pero no hubo manera. Al poco
rato salio Melchor para darme las últimas indicaciones sobre una reunión mixta
que tenía pendiente. Tras informarme, se dirigió a la secretaria.
-Por favor Mercedes, déle a este señor la dirección a la que
tiene que ir esta noche.Por cierto, que no la he preguntado ¿Que tal va de la
almorrana? Si no mejora hágamelo saber que conozco un africano, experto en
aliviar esas dolencias-
La secretaria me extendió el papel impreso con la
dirección sin decir palabra, se veía que un volcán de furia reprimida ardía en
su interior. Melchor me acompaño hasta la puerta de la calle y por las
escaleras me comentó:
-La pobre es muy infeliz, estuvo casada pero el marido se
fue con una mulata y solamente le dejó deudas. Yo llevo años intentando que
Mercedes y Dimitri se líen, pero cada uno, vive aislado del mundo, en su
burbuja de mala leche. ¡Ah! Esta noche, ya que tienes una reunión en el centro,
a ver si te pasas por el Pink Pomelo, en la calle Libertad 6. Es mi cumpleaños
y doy una fiesta. Vente con tu novio ¡Verás que bien lo pasamos!-
La verdad, es que ya no podía darle mas largas a mi jefe o
iba a empezar a dudar de mi homosexualidad. Decidí no preocuparme de momento,
ya improvisaría esa noche.
Ya en mi barrio, como no tenía ganas de hacerme nada de
comer, me fui al bar el Aperitivo, a comerme un menú por 8 €. No se podía decir
que el Aperitivo fuese un sitio distinguido, ni tan siquiera se podía decir que
estuviese limpio. Lo regentaba un hombre alto y enjuto, al que nunca vi sobrio,
no sabía su nombre, pero todo el barrio le conocía como “El Chupi” no se si por
lo “Chupao” que estaba, o tal vez por lo que le gustaba “Chupar”. El se ocupaba
de la barra y su señora de la cocina. Ella una mujer rechoncha, que siempre
vestía la misma bata con lamparones. Llevaba el pelo teñido de color “rata”
recogido con orquillas y un moño, aunque lo más llamativo de su fisonomía, era
un poblado mostacho que lucia debajo de la pequeña nariz llena de puntos
negros. Tras ese aspecto poco agraciado, había una persona que poseía un don.
Cuando se encerraba en la cocina entre los fogones y las cacerolas se producía
una suerte de alquimia, una magia que hacia que cualquier alimento, por humilde
que este fuese, en sus manos se trocara en un auténtico manjar.
Herminia, que así es como se llamaba la cocinera, me
extendió una hoja de cuaderno donde, escrito a boli figuraba el menú. De
primero pedí callos a la madrileña, el plato estrella de la casa y de segundo
una caballa a la plancha. Me puse un vaso de vino con casera y pellizque el
pan, pan de tahona, nada de ese pan congelado que venden los chinos y los
supermercados. Al poco llego Herminia con un plato hondo humeante, lleno de
ricos callos, Comencé a comerlos acompañándolos de trozos de pan mojados en la
espesa salsa. Iba a llevarme una porción a la boca, cuando observé que en uno
de los callos habia un pelo corto, muy negro y curvo, sin duda pertenecía al bigote
de la cocinera. Lo deje en el borde del plato con respeto reverencial y seguí
comiendo un bocado tras otro. Rematé el segundo y el postre. Me enjuague la
boca con un trago de vino con casera y tras pagar y despedirme, palillo en boca
salí a la calle.
Hacia muy bueno, demasiado para marzo, pero ya se sabe: Cuando
marzo mayea, mayo marcea. Sin saber ni como ni por que me, Miriam se me vino a
la cabeza. No la había llamado para la reunión del jueves. Marqué su número,
estaba apagado o fuera de cobertura. Supuse que estaría llegando a casa, así
que como su casa estaba a 5 minutos de mi barrio, decidí pasarme por allí e
invitarla a un café. Así podríamos hablar del tema y por que ocultarlo, también
podría estar un rato con ella.
Cruce la carretera de Andalucía a la altura del Cerro de los
Ángeles. Pronto estuve en la urbanización de Miriam. Desde una rotonda, a unos
cien metros de su casa, pude ver como se paraba en su puerta un flamante BMW
4x4. De él se bajo un hombre alto y bien parecido, que rondaría la cincuentena.
Llamó y Miriam le abrió la cancela, rodeo su cuello con los brazos y le beso
apasionadamente. Luego de la mano, muy sonrientes, ambos entraron en el chalet.
¡Como había podido ser tan iluso! Miriam estaba con alguien,
alguien contra quien yo no tenía la más mínima posibilidad de competir.
Despaché el asunto con un mensaje al móvil de Miriam y
regresé al barrio. Unas horas después, acudí a la reunión de esa noche. Era en
un elegante inmueble del centro, muy cerca del Museo del Prado y del parque del
Retiro. Crucé un amplio portal de piedra que daba acceso al edificio. Tenía un
paso para carruajes, de cuando la gente aún andaba en carruaje por la ciudad.
Subí hasta el piso en un ascensor antiguo de madera y cristal. Toque el timbre
y me abrió la puerta una chica joven con uniforme de asistenta, Era un piso
enorme decorado con bellos muebles, valiosas antigüedades y exquisitas obras de
arte. Caminando sobre alfombras persas, la chica, me condujo hasta un salón
decorado en un estilo más moderno, donde 5 parejas de mediana edad estaban
tomando copas, alrededor de una mesita baja.
La mucama me anunció a los presentes y la dueña de la casa,
una rubia con cara de viciosa, me presentó al resto de las parejas, dejando para
el final a su marido. Cual no sería mi sorpresa, cuando comprobé que el marido
de la rubia era Cándido Carrillo, el hombrecillo del tanga de leopardo, de mi
última y accidentada reunión de tapper sex de la semana anterior.
No se si el volver a ver a Cándido, la imagen de Miriam
besándose con otro hombre o la constatación ante tanta riqueza y lujo, del
alcance de mi fracaso personal, me provocaron una cierta flojera de piernas,
pero como soy de los que no tiran la toalla, con oficio y profesionalidad,
seguí adelante con la reunión. Todo transcurrió dentro de unos cauces educados
y amables. En el aspecto de las ventas, la noche fue viento en popa.
Ya había terminado con el trabajo. Dejé a los asistentes a
la reunión en el salón acabando sus copas y salí buscando un cuarto de baño
para hacer pis, antes de marcharme. Andando por un largo pasillo vi una puerta
semientornada, al pasar pude ver a la dueña de la casa con el vestido subido y
probando en su rubio chochete uno de los juguetitos que había comprado esa
noche. Sin pensármelo, entré en la habitación y ante su estupor, le puse un
dedo sobre los labios, que luego sellé con los míos. La rubia, lejos de
arredrarse, introdujo su lengua en mi boca, llegando con la misma hasta el intestino
grueso. Luego, me bajo los pantalones y comenzó a hacerme una mamada. Yo estaba
excitadísimo, la levante por los muslos y la penetré de pie. Tras unos pocos
pasos trastabillantes, con los pantalones bajados hasta los tobillos y la rubia
clavada, acabamos sobre un magnifico escritorio Chippendale, donde la folle
rabiosamente.
Una vez que terminé, me subí los pantalones y me dirigí al
salón donde nadie parecía haberse percatado de lo ocurrido. Recogí mi
muestrario, me despedí de los asistentes y por último estreché la mano al dueño
de la casa, rogándole que me despidiera de su mujer. La criada me acompaño
hasta la puerta y al darle las buenas noches me devolvió una pícara sonrisa
cómplice.
Pese a que había echado un polvo apoteósico, después de tantísimo
tiempo, lo que sentía no era satisfacción ni tranquilidad. Era vacío, un vacío
que acentuaba aún más la sensación de desarraigo que últimamente me invadía.
Aún tenía un compromiso más esa noche, antes de volver a la
cueva, tenía que ir a un bar de ambiente en la calle Libertad, al cumpleaños de
Melchor Cerrudo, mi estrafalario jefe.
El Pink Pomelo era un sitio agradable, decorado con gran
imaginación y buen gusto. Había muchos gays, pero también chicas e incluso parejas
hetero. Yo esperaba, un antro oscuro, lleno de tipos cachas con bigote,
vestidos de cuero y en el que en menos que canta un gallo te podían poner a
cuatro patas mirando a Cuenca.
Vi a Melchor en la zona de mesas, acompañado por un grupo
numeroso de personas. En seguida que me vio, vino a saludarme. Me presento a
los invitados, un grupo humano, variopinto. Me ofreció un trozo de tarta y una
copa de champán, le conté brevemente como había ido la reunión y después ya no
hablamos más de trabajo. Contrariamente a lo que yo pensaba, en el cumpleaños
no se hablaba en “Clave gay” se hablaba de temas “normales” asuntos cotidianos:
trabajo, política, televisión, embutidos, el tiempo…. La gente, que había
asistido al cumpleaños de Melchor en general me pareció encantadora. Mi jefe
presidía la reunión con una sonrisa benevolente y un tanto cínica, como si
fuese un Pontífice del renacimiento, canalla y carismático a la vez.
Varios invitados se retiraron y la reunión empezó a tomar un
cariz más crápula, momento este, que yo aproveché para retirarme, alegando que
estaba cansado.
Había sido de nuevo un día de emociones fuertes, pero hoy,
aparentemente, no acababa mal la cosa.
Continuará….
Dr Miriquituli.