El almendro aún muestra los negros y retorcidos dedos del invierno.
Gotas de la lluvia reciente se deslizan morosas por las ramas, cayendo desde la
punta de las yemas que aún cerradas encierran la promesa de una primavera
cercana. Sólo unos pocos rayos más de sol y ese “almendro de nata” al que
cantaba el poeta será de nuevo.
Este es un momento del año que a mí particularmente me
encanta, la transición entre la negra desolación del invierno y la explosión de
vida un tanto subyugante que supone la primavera. Demasiado poco o demasiado…
verde, rojo, azul amarillo. Demasiado pesimismo o demasiado optimismo que tarda
siempre menos de lo que quisiéramos en agostarse. Este es un buen momento para
mirar la vida con cierta ecuanimidad.
Las cosas cotidianas parece que poco a poco vuelven a su
cauce. Vuelven a un cauce que no es el mismo que fue ayer pero que si es el
mismo que alguna vez fue. Y es que las cosas que siguen un cauce, en su
transcurrir perpetuo, ensanchan tanto el mismo que éste se acaba convirtiendo
en un valle fértil, del que en el surco de la sabiduría deberíamos ser capaces
de obtener abundantes frutos.
Estos años negros de crisis-saqueo en los que algunos nos
robaron el agua para llevarla a su molino, puede que estén tocando a su fin.
Sinceramente eso espero. A todos se nos ha quedado un poco cara de gilipollas
después de ver como unos cuamos han desmantelado en un abrir y cerrar de ojos lo
que entre todos habíamos construido durante tanto tiempo y con tanto esfuerzo.
La próxima primavera se presenta como un autentico tour de
force para cualquiera que este harto de cómo se han desarrollado los acontecimientos
en los 7 u 8 últimos años y quiera que de verdad cambien las cosas. Numerosas movilizaciones ciudadanas convocadas, como las columnas (Esta
izquierda nuestra… siempre evocando un pasado más idealizado que real) por la
dignidad, que se dirigirán hacia Madrid para unirse en una manifestación
multitudinaria el 22-M y unas elecciones al parlamento europeo, en las que es
preciso no caer en la trampa de la abstención, ya que con las actuales reglas
del juego no haría otra cosa que favorecer el mantenimiento de este
bipartidismo que ha permitido y que si no se lo impedimos seguirá permitiendo,
que unos cuantos plutócratas nos roben hasta la camisa.
No está en mi ánimo que nos apliquemos ese viejo refrán de
“mal de muchos, consuelo de tontos” pero si que es verdad, que por desgracia
hay una multitud de gente al otro lado de esos telones de acero que separan el
mundo opulento del misérrimo resto del mundo que carece de lo más imprescindible.
Resultan totalmente estremecedoras las imágenes y la cifra de fallecidos
durante el último asalto a la frontera de Ceuta. Sin duda la actuación de la
guardia civil no hizo más que agravar el desesperado intento de entrada de los
subsaharianos, unos hombres agotados que en muchos casos no sabían nadar y
mucho menos en las aguas gélidas del mes de febrero. Pero la culpa no es de la
guardia civil. El instituto armado no es otra cosa que una herramienta en manos
de las autoridades competentes en materia de inmigración. Al parecer hay más de
30 mil personas al otro lado de las vallas de Ceuta y Melilla esperando dar el
salto. Esta vez han sido tan solo unos cientos de personas, pero ¿Qué pasaría
si la próxima vez lo intentan varios miles? No me quiero ni imaginar la tragedia
que se podría producir… En este asunto, mucha gente olvida a uno de los actores
principales de este drama y que no es otro que el reino de Marruecos. No son
ningún secreto las aspiraciones del país alahuita a ocupar estas dos plazas
norteafricanas y los subsaharianos que hay en Marruecos constituyen un
constante foco de tensión para un país en vías de desarrollo, por lo que no
resultaría para nada extraño, que las propias autoridades marroquíes estuvieran detrás
de estas avalanchas humanas. La solución final del problema no está en que los
marroquíes impidan a los subsaharianos acercarse a su lado de la valla. La
solución pasa por ayudar a estas personas a que se queden en sus países de
origen. No estoy hablando de ayuda humanitaria, ni misioneros, ni ONGs; eso tan
sólo son remiendos. La ayuda de la que hablo pasa por unas relaciones
comerciales justas entre países, entre estos países y las empresas transnacionales
que expolian sus materias primas o en terminar con el tráfico de armas, siempre
relacionado con las guerras por controlar las materias primas antes mencionadas. Puede que
España, a través de la Unión Europea, consiga que Marruecos mediante la
violencia y la represión, mantenga a esos emigrantes dentro de sus fronteras.
Muchos pensarán: ojos que no ven, corazón que no siente, es un problema interno
marroquí. No, nos engañemos, ningún muro ha resistido nunca el hambre ni la
injusticia. Más pronto que tarde, esa legión de miserables desbordará los muros
que nos separan y vendrán a reclamar lo que en justicia les pertenece, sólo
hace falta una chispa, una causa aglutinante, un líder…
Por cierto, desde que empecé a escribir esta entrada,
algunos almendros en las solanas de las cuestas que bordean el valle, han
comenzado ya a florecer. El tiempo avanza inexorable y urge tomar decisiones. Este
que escribe ya ha tomado las suyas…¿Y ustedes?
Dr Miriquituli.