Pedro Pablo llego al trabajo como cada día, quince minutos
antes de su hora de entrada. Esa mañana le dolía un poco la cabeza, ya que no
había dormido bien la noche anterior a causa de los incidentes en los que se
habían visto envueltos su padre y también su hijo. A pesar de no ser aún ni las
ocho ya hacía calor. Le esperaba otra jornada agotadora bajo el implacable sol,
llamando a unas puertas que en la mayoría de los casos no se abrirían para él.
Se tomó un descafeinado en la máquina junto con otros empleados
que salían del turno de noche. Esa mañana tenían reunión de ventas. A ver que
nueva ocurrencia había parido el gilipollas del director comercial, un
jovenzuelo con apellido de calle, licenciado en económicas, pero que no había
estado en un departamento de ventas en su puñetera y corta vida laboral.
Transportes Butragueño había empezado como una empresa
familiar y había llegado a ser una de las primeras agencias de transporte a
nivel nacional. En la actualidad, pertenecía a un grupo francés, que desde la
fusión había ido vendiendo los activos más valiosos de la sociedad. El
departamento comercial, antaño ocupaba toda una planta de las oficinas
centrales, ahora se reducía a una sala de reuniones y el despacho que había
sido de Pedro Pablo y que ahora ocupaba el recién llegado Carlos Fernández de
los Ríos.
El veterano comercial se sentó ante la mesa. Extrajo de su
maletín el expediente de Plasjusa S.L. y consultó en la agenda los asuntos que
tenía anotados para ese día. Poco a poco, la sala de reuniones se fue llenando.
El último en llegar fue Fernández de los Ríos y lo hizo con un aspecto
absolutamente inadecuado en opinión de Pedro Pablo. El director comercial
rondaría los treinta años. Vestía vaqueros rotos y una camisa de tela arrugada.
Los zapatos eran de esos que parecen tener una punta postiza que los hace varias
tallas más largos. Carlos Fernández de los Ríos, pese a su solemne nombre,
vestía como si en vez de ir a un trabajo comercial de cara al público,
estuviese tomando copas en un garito de la costa. Su imagen contrastaba
vivamente con la de Pedro Pablo, siempre con trajes de buen corte, camisas
blancas y corbatas discretas. Aunque, todo sea dicho, Pedro Pablo era el único
del departamento que vestía como un comercial a la antigua usanza. El resto de
los comerciales vestían más o menos igual de estrafalarios que su director,
excepción hecha de las chicas del departamento, que con vestidos de tirantes y
enseñando todas un generoso canalillo, daban una imagen algo más comercial que
sus compañeros masculinos.
La reunión comenzó como siempre, con una recriminación
colectiva por los pobres resultados del departamento. Antes de entrar en materia,
Fernández de los Ríos nombró a dos personas del grupo, a las que mandó
despóticamente y en público, al departamento de administración a cobrar su
liquidación por despido, pues llevaban un par de semanas sin cerrar ninguna
venta. A Pedro Pablo le repugnaban los métodos de aquel tiranuelo, aunque él,
por su antigüedad en la empresa, quedaba fuera de su alcance ¡Ojalá le mandasen
a administración a cobrar el finiquito a él también! Pero seguro que no caía
esa breva.
Aquel día Fernández de los Ríos no se ocupó apenas de Pedro
Pablo, pues había cubierto con la operación de Plasjusa su objetivo de ventas
semanal. El director comercial les comunicó que “según había decidido la
dirección” ese día iban a celebrar un concurso de ventas en el que no habría
premio, si no un castigo para el equipo de tres comerciales que perdiese el
concurso. El castigo era el despido al día siguiente.
Pedro Pablo, tuvo que llevar en su coche a sus dos
compañeros, que carecían de vehículo, hasta la zona de ventas asignada para el
concurso. Le había tocado en suerte compartir la jornada con Oswaldo, un colombiano
veinteañero con los faldones de la camisa por fuera, fina corbata de cuero y
toneladas de gomina en su pelo formando una cresta. Oswaldo, pese a ser el más
joven del trío se había auto proclamado líder del grupo y nada más subirse al
coche, había cambiado la emisora de música clásica por una de reguetón sin
permiso del dueño. Aunque a Pedro Pablo se la pelaba todo aquello del concurso,
sentía curiosidad por ver en cuanto tiempo echaban a aquel payaso de la primera
empresa en la que se presentasen. El equipo de ventas para Madrid Sur y Getafe
lo completaba Miriam, una mujer de treinta y tantos, de aspecto agradable que
coincidía más con el carácter y manera de ser formal y discreta del veterano
comercial.
Aparcaron en una calle larga con naves industriales a ambos
lados y una isleta en el centro ocupada por algunas prostitutas de aspecto
triste. Tras hacer una broma sobre las hetairas que no hizo gracia ni a Miriam
ni a Pedro Pablo, el colombiano se dirigió a grandes pasos a la puerta de la
nave más cercana. Tocó el timbre y al poco rato le abrió un individuo grisáceo,
que padecía una alopecia mal llevada y que a Pedro Pablo, no sabía porque, le
recordaba a aquellos mugrientos ratones que había visto de chaval corriendo por
los sótanos del mercado, donde empezó su
andadura laboral, en la mercería-droguería de su abuela.
-Muy buenos días caballero, mi nombre es Owaldo de Jesús
Kissinger García y estoy aquí para ofreserle mis servisios como… -
-No me interesa- Dijo el calvo con aspecto de roedor,
dándole al comercial sudamericano con la puerta en las narices.
Oswaldo de Jesús tocó varias veces el timbre de la puerta de
aquel maleducado, que le había dejado con la palabra en la boca, pero aquella
permanecía cerrada y silenciosa ante las maldiciones del comercial. Unos pasos
por detrás, Pedro Pablo y Miriam sacudían la cabeza en gesto de desaprobación.
Dejaron a Oswaldo de Jesús intentarlo en un par de naves
más, con parecido resultado a la primera. El joven había perdido todo su
entusiasmo inicial. Miriam le palmeó la espalda dándole ánimos y le pidió que
le dejara intentarlo a ella. El recibimiento mejoró sustancialmente, bien por
que en el mundo de la pequeña empresa predomina el genero masculino sobre el
femenino y es cosa sabida que hay mucho salido suelto, bien por la superior
profesionalidad y el saber hacer de Miriam, más cercano al carácter austero de
la meseta castellana que a la exuberancia tropical del colombiano.
Miriam había conseguido informar a unas cuantas empresas de
las actividades de Transportes Butragueño y en algunos casos complejos, quedó
en pasar un presupuesto por escrito, pero no consiguió rematar ninguna venta,
por eso le rogó a Pedro Pablo, que hasta entonces había permanecido al margen
que tomase el relevo ¡Había llegado la hora del maestro!
Una nave de tamaño mediano con las puertas pintadas de rosa
y cuya única identificación era una placa de metacrilato en la que rezaba la
leyenda “Fresa y Menta Distribuciones, S.L.” fue el lugar indicado para el
debut de Pedro Pablo en aquel concurso de ventas. El veterano comercial observó
con ojo experto los coches aparcados en el parking y constató con satisfacción
la presencia de un imponente Mercedes blanco. Al parecer el jefe se encontraba
en la empresa, cosa muy importante, siempre y cuando pasase todos los filtros hasta
llegar a él. Tras comprobar en la ventanilla del Mercedes que su aspecto era
del todo impecable, Pedro Pablo toco el timbre. Tras él, Miriam y Oswaldo de
Jesús observaban atentamente.
Un operario abrió una puerta pequeña y preguntó que
deseaban.
-Buenos días, querríamos hablar con el responsable de
transporte y logística-
-Creo que ese asunto lo lleva directamente el gerente.
Esperen aquí que voy a ver si les puede recibir.-
Pedro Pablo le entregó su tarjeta de “comercial de grandes
cuentas” y el operario desapareció por una puerta lateral. Al poco rato les
indicó que le siguieran.
En la oficina, los tres comerciales pasaron ante la severa
mirada de dos secretarias con aspecto de esfinges. Finalmente penetraron en el
“Sancta Santorum” del despacho del gerente. Lo que allí vieron les dejó
boquiabiertos. El despacho era una especie de museo de artilugios y juguetes
sexuales. Vibradores, grandes penes de látex de todos los colores, lencería
erótica, varias muñecas hinchables, amen de látigos y atalajes de cuero de los
que se usan en las relaciones sadomasoquistas, que dispuestos en estanterías
ocupaban las cuatro paredes del despacho.
Tras una gran mesa, un individuo de edad difícilmente
cuantificable, tocado con una estrepitosa peluca rubia con tirabuzones y
vestido con ropas de buen corte de color rosa pálido, como las que décadas
atrás el actor Don Jonson había puesto de moda en la famosa serie televisiva
“Corrupción en Miami” observaba a la comitiva de comerciales con mirada vivaz.
Pedro Pablo, que hasta entonces creía haberlo visto todo en
cuestión de empresas, fue el primero en reaccionar, dando un paso adelante y
estrechando la mano de aquel pintoresco personaje.
-Pedro Pablo Cogollo comercial de Transportes Butragueño.
Estos son mis compañeros: Miriam Lorenzo y Oswaldo de Jesús Kissinger García.-
-Encantado soy Melchor Cerrudo, de Fresa y Menta
Distribuciones. Ustedes dirán…- Dijo el cliente tras invitarles a tomar
asiento.
Pedro Pablo expuso impecablemente las bondades de los
productos y servicios de Transportes Butragueño ante Cerrudo, cuya mirada ora
asentía a las minuciosas explicaciones del comercial, ora vagaba por la prieta
anatomía de Oswaldo de Jesús, haciendo especial hincapié en el marcado paquete
del colombiano.
Tras la conversación comercial, resulto que Fresa y Menta
podía ser un cliente magnífico ¡El cliente del año! Pero sus precios estaban un
pelín por encima de los que Melchor Cerrudo, sin ningún pudor, les había
mostrado de la competencia. Pedro Pablo que tenía el “culo pelao” en aquellas
lides, hizo lo que su instinto le aconsejaba, desobedecer las normas…
Pedro Pablo extendió el contrato, reduciendo un 2% los
costes actuales de Fresa y menta. Melchor Cerrudo con una bella estilográfica
de punta de oro, estampó su firma en el mismo. Era una jugada arriesgada que
hubiera requerido la aprobación de Carlos Fernández de los Ríos, pero el veterano comercial, estaba
absolutamente seguro de que la mezquindad del jefe de ventas, hubiera dado al
traste con la operación, la cual por otra parte sabía que era excelente para
los intereses de la empresa.
Ya despidiéndose en la antesala del despacho, la
conversación tomó otros derroteros más ligeros tras los formalismos de las
relaciones comerciales. Así todos pudieron saber que Oswaldo de Jesús era un
experto bailarín de ritmos latinos, cosa que encantó a Cerrudo, el cual invitó
al colombiano a un concurso de salsa en el disco bar Bearbies de Chueca, al que
prometió acudir, para regocijo del gerente de Fresa y Menta.
Llegó la hora de comer y Pedro Pablo dejó a sus dos
compañeros en un bar para que se comprasen un bocata. Él se había traído la
comida: un poco de ensalada de pasta, un sándwich de pechuga de pavo baja en
calorías con queso Filadelphia light y una rodaja de melón cortada en daditos
dentro de un tupper.
Tras terminar su sencillo tentempié (Pedro Pablo era un
hombre que cuidaba tanto su aspecto exterior como el interior) saco de debajo
del asiento, la caja de puros King Edward donde su padre guardaba la vieja
pistola “Margarita”. El comercial se la había llevado, sin tener del todo claro
que hacer con ella. En cualquier caso, no podía dejar aquel peligroso objeto en
casa, sabiendo que su progenitor estaba como una puta cabra y salía a la calle
en plan Billy el Niño. El hijo de la Reina Victoria sonreía lustroso desde la
tapa de la caja de puros. Pedro Pablo sabía que aquel rey había subido al trono
ya bastante viejo, porque su ilustre madre, matriarca de todas las casas reales
europeas actuales, había durado más que un traje de pana. Las malas lenguas
republicanas anglosajonas, habían llegado a asociar a aquel orondo barbudo con
el siniestro Jack el Destripador, el mismo que aterrorizó al Londres victoriano
e hizo correr ríos de tinta durante décadas ¡Que paradoja! Un candidato probable
a asesino en serie, envoltorio de aquel arma destinada a arrebatar la vida de
otros seres humanos.
Pedro Pablo abrió la caja y cogió la vieja pistola Astra 9
corto. Aquel trozo de hierro le aterraba y le fascinaba a la vez. El comercial
no había manejado un arma de fuego desde que hizo el servicio militar cuando
tenía diecinueve años. Pulso el botón que había junto al gatillo y el cargador salió
expulsado de la culata. Comprobó que tenía balas y lo volvió a introducir.
Luego amartilló el cerrojo del arma, quitó el seguro, apunto a una lata de Coca
Cola que había sobre un montículo y BUM… La lata salió despedida varios metros
más allá.
Pedro Pablo observó a su alrededor. Un par de lumis que había
al otro extremo del parque, permanecían indiferentes a sus actividades,
sentadas en sus sillas plegables. Un abuelo que estaba paseando un perro, a
unos cientos de metros, tampoco parecía haberse percatado del disparo y seguía
a lo suyo.
El veterano comercial dejo a “Margarita” en la caja de puros
al cuidado de su Graciosa Majestad el rey Eduardo y la guardó en el hueco de la
rueda de repuesto. Luego extrajo del maletero un aspirador a batería y un
plumero, con los que dejó incólume de miguitas y polvo la parte delantera del
coche. Tras asearse con un par de toallitas, aplicarse con generosidad un buen
chorro de su fragancia favorita y coger un par de chicles de clorofila para
después del café, Pedro Pablo se dirigió al bar donde había dejado a sus
compañeros.
La tarde deparó pocas sorpresas al equipo. La mayoría de las
empresas, hacían jornada intensiva y había muy poca gente en el polígono. A las
seis en punto, Pedro Pablo, Miriam y Oswaldo de Jesús, estaban en Transportes
Butragueño entregando el parte de visitas del día, momento que aprovecho Pedro
Pablo para mostrarle el pedido de Fresa y Menta al gerente, pasándose así por
el forro la autoridad del jefe de ventas.
Pierre Dupond, un belga al que los franceses habían nombrado
gerente para España y Portugal, le felicitó efusivamente, por aquella magnífica
operación. Pedro Pablo, hombre siempre generoso, indicó al gerente que aquel
era un logro obtenido trabajando en equipo y Dupond dijo que al día siguiente,
bajaría por el departamento comercial para hacer extensiva la felicitación a
los compañeros de Pedro Pablo en el equipo Madrid Sur-Getafe.
Cuando el veterano comercial fue a recoger su maletín a la
sala de juntas, se encontró con Miriam que le estaba esperando.
-Te quería dar las gracias por la ayuda que nos has prestado
a Oswaldo y a mi hoy. En las circunstancias actuales, tanto las mías
personales, como por la situación general, hubiera sido una tragedia perder
este trabajo, por malo que sea.-
-Tranquila mujer, yo no se hacer otra cosa más que trabajar
y actuar de manera positiva con la gente. Además, ha sido por pura casualidad
que haya sido yo, el que llevase hoy la voz cantante en Fresa y Menta
Distribuciones. He podido observar que tú eres una magnifica profesional,
metódica y minuciosa.-
-Gracias Pedro Pablo, eso intento. Nunca habíamos tenido una
conversación así antes y me preguntaba si considerarías atrevido por mi parte,
que te invitase esta noche a salir a tomar una copa. No se cual es tu situación
sentimental. Yo me he divorciado no hace mucho tiempo y la verdad es que me da
un poco de corte, pero es que contigo me siento super a gusto, no se, como si
nos conociéramos de toda la vida…-
Pedro Pablo, hombre al que habitualmente no le faltaban las
palabras, se quedo unos instantes en blanco. Por un lado, no se esperaba
aquello y por otro lado aún estaba reciente la herida que la traicionera Úrsula
había infringido a su siempre generoso y sensible corazón. Se sentía ante
Miriam, un poco como se había sentido ese medio día cuando había disparado con
“Margarita” aterrado y encantado a la vez. Finalmente, acertó a balbucear-Vale
¿Cómo quedamos?-
Miriam fijo los términos de la cita de aquella noche y Pedro
Pablo se marcho a casa con el corazón brincándole en el pecho, como un
pajarillo en una mañana clara de primavera.
Tras tres cuartos de hora de dar vueltas por el barrio para
aparcar su enorme coche, Pedro Pablo se encontró a don Ángel jugando al mus con
sus amigotes del barrio en el bar de la esquina. Parecía que al anciano se le
había pasado el berrinche de la noche anterior y que estaba más tranquilo.
Además, a las nueve, daban por televisión un partido de pretemporada del Real
Madrid, por lo que no cabía esperar nueva actividad clandestina inmediata, por
parte del patriarca de los Cogollo.
Pedro Pablo puso una lavadora. Regó las plantas del balcón. Planchó,
dobló y guardó la ropa en los armarios. Luego se duchó y afeitó cuidadosamente.
Para la cita eligió una ropa algo más informal que la habitual del trabajo: Un
pantalón tipo “chino” una camisa de seda, blanca como la cumbre de una montaña
en invierno y unos zapatos de piel flexible sin calcetines. Como había quedado
en la Gran Vía, optó por desplazarse en transporte público, más viendo como
estaba el aparcamiento en el barrio, desde que el ayuntamiento había puesto los
jodios parquímetros.
Cuando salió del metro, se alegró de haber dejado el coche
en casa. La Gran Vía estaba colapsada por una protesta ciclista. Anduvo hasta
la plaza de Callao y en la esquina vio a Miriam ¡Estaba bellísima! Llevaba su
pelo rizado suelto sobre los hombros y vestía un ligero vestido oscuro de
tirantes. Pese a que Pedro Pablo era un hombre que siempre mantenía un estricto
control sobre sus reacciones físicas, el comercial, sintió como su miembro
viril se hinchaba en una tremenda erección. Se metió la mano en el bolsillo del
pantalón, se colocó la picha hacia arriba pegada a la ingle y pillada por la
goma del calzoncillo, porque le resultaba violento en la primera cita, mostrarse en semejante estado de excitación.
-Bu, bu… buenas noches Miriam ¡Que guapa estas! Dijo Pedro
Pablo desde lo más hondo de su corazón o del miembro al que se había ido la
sangre que esta víscera tan vital bombea.-
-Gracias, tú también estás estupendo.- Dijo Miriam con un
punto de rubor en sus mejillas.
Optaron para la cena por un bar que ambos conocían, el cual
servia ricas raciones y tiraba una excelente cerveza de barril. Pidieron un par
de cañas que apuraron de prisa, ya que hacía calor y ambos tenían bastante sed.
Miriam apuró la segunda caña con la misma celeridad que la primera, pidiéndose
una tercera que también se ventiló visto y no visto. En seguida sirvieron la
comida. Pedro Pablo esperaba que con las raciones, Miriam dejase de soplar a
ese ritmo, cosa que no ocurrió. Siguió bebiendo caña tras caña, sin apenas
tocar la comida y cuando a los postres, el camarero les trajo unos chupitos de
licor de hierbas casero, la bella agente comercial, se bebió el suyo y también
el de Pedro Pablo.
Miriam quería seguir tomándola en todos los bares de la zona
de Gran Vía, pero Pedro Pablo consiguió disuadirla, ya que aún quedaban varios
días hasta el fin de semana y no estaban las cosas como para flojear en el
trabajo. Ella consintió en irse a casa, pero sólo si él la acompañaba.
En el metro, Miriam, muy borracha, ora se restregaba
sensualmente contra Pedro Pablo, ora coqueteaba con otros ocupantes del vagón.
Finalmente llegaron a la estación y se apearon.
El piso estaba a cinco minutos andando de la boca del metro.
Pedro Pablo recorrió el trayecto con Miriam colgada de su brazo cantando a grito
pelado. Tuvo que sacar el mismo las llaves del bolso, abrir el portal y mirar
el piso en los buzones.
El piso de Miriam era pequeño pero coqueto. Ante el estado
en el que se encontraba la comercial, Pedro Pablo la dejo acostada en el sofá y
se llegó hasta la cocina con intención de prepararle una manzanilla. En estas
estaba, cuando sintió unas manos en su trasero que avanzaban hacia su paquete.
Era Miriam a la que no había oído llegar.
Teniendo cogido a Pedro Pablo por sus partes sensibles,
Miriam introdujo su lengua en la boca del comercial haciéndole un repaso
exhaustivo de todos los empastes.
-HAS VENIDO AQUÍ PARA FOLLARME ¿VERDAD? PUES… ¡FOLLAME CERDO!- Dijo la bella
comercial, soltándole un guantazo con la mano abierta en toda la cara a Pedro Pablo
Pedro Pablo, normalmente un hombre contenido en sus
reacciones, le arrancó el vestido y las bragas poseído por un deseo
irrefrenable como no había sentido desde hacía mucho tiempo.
Ya la tenía en la cama con el culo en pompa, dispuesta a
recibir su merecido, cuando oyó que la bella Miriam estaba llorando. Pedro
Pablo dio un paso atrás y le puso una mano sobre el hombro. Ella se hizo un
ovillo sobre el colchón y siguió sollozando.
-En esta misma cama les encontré ¡Nunca me hubiera esperado
algo así! Nunca de Dany…-
Una pesada losa cayo sobre los hombros del veterano
comercial, tan duramente castigado por la infidelidad y la traición.
-A mi también me sucedió una cosa parecida. Yo me encontré a
mi mujer CON DOS HOMBRES EN LA CAMA- Dijo Pedro Pablo, con una garra que le
retorcía las entrañas al recordar tan doloroso espectáculo.
Miriam se incorporó y le abrazó, Sus lagrimas empapaban la
camisa de seda cruda de Pedro Pablo (Ya tendría tiempo de ponerla en agua
cuando llegase a casa)
-Tienes razón, lo tuyo es peor. Al fin y al cabo mi marido…
ESTABA FOLLANDO CON UN HOMBRE SOLAMENTE… -
Entonces Miriam, seguramente al evocar aquella escena que
tanto daño le había hecho, sintió una repentina nausea y vomitó toda la cerveza
y las raciones a medio digerir sobre la blanca camisa del comercial (Ahora si
que tenia que ponerla en agua cuanto antes)
Pedro Pablo, hombre de natural escrupuloso, se sobrepuso a
su primer impulso de meterse vestido en la ducha y llevó a Miriam hasta el baño
para que pudiese seguir vomitando. Luego le termino de hacer la manzanilla que
había dejado a medias y obligó a Miriam a tomársela. Cambió la ropa de cama y
puso la manchada a remojo en un barreño, también le dio un agüita rápida a la
camisa y finalmente acostó a Miriam, que desde hacía rato, roncaba sonoramente
con la cabeza apoyada sobre el inodoro.
Ya de vuelta a casa en el metro, Pedro Pablo, reflexionaba sobre lo inconsistente de la
existencia. Él, que en un momento dado había estado a punto de tener una noche
loca de sexo, había acabado por hacer la colada en casa ajena. A partir de
ahora se planteaba seriamente seguir un estricto programa de masturbación, yoga
y duchas frías, para que no le volviese a ocurrir algo como lo de aquella
noche.
Al doblar la esquina de su calle, vio un Peugeot de color
oscuro con dos individuos que parecían observarle con atención. No recordaba
donde, pero había visto a aquellos tipos antes. No le dio más importancia a
aquel encuentro y subió a casa. Su padre dormía al parecer desde hacía rato.
Puso la blanca camisa de seda a remojo, con un detergente que incorporaba
oxígeno activo a su composición. Antes de acostarse se asomó a la ventana y el
Peugeot con los dos hombres seguía allí, en la esquina de su calle.