Me desperté tarde a la mañana siguiente, ya que entre pitos
y flautas me había acostado a las tantas. Me rasqué el paquete ante un
picorcillo insistente. Prepare el desayuno, un zumo de naranja natural, café con leche y un trozo de pan tostado con
mantequilla. Puse la televisión, el canal de noticias 24 horas. No se para que
pongo noticias todos los días, si básicamente día tras día, son siempre las
mismas. La crisis, corruptelas varias y las matanzas que se producen en algún
lugar desdichado del mundo. Desde que comenzó la crisis, todas las mañanas
acompañando las noticias económicas, salen imágenes de la máquina que fabrica
los billetes de euro. Primero los imprime y luego los corta en hojas que
deposita en gruesos tacos, billetes de 20, 50, 100…. €. ¿Qué no haría yo con un
par de tacos de hojitas de esas?
No tenía ese día ninguna reunión de tapper, por lo que hasta
el día siguiente no pensaba ir por Fresa y Menta a reponer material. Los
pedidos ya se los había pasado a Melchor Cerrudo en su cumpleaños, la noche
anterior.
Me quedaba muy poca familia, una hermana que vivía en la playa, a la que apenas veía, algunos tíos y
primos con los que hablaba de pascuas a ramos y una abuela octogenaria aquejada
de demencia senil. Hacía casi un año de la última vez que había visto a la
pobre vieja y la experiencia fue devastadora. Se había roto una cadera y estaba
en una cama con una pierna estirada mediante un sistema que consistía en una
polea y un contrapeso, según nos dijo la enfermera para evitar que el músculo se
contrajese ¡Me dio tanta pena! Tras implantarle una prótesis, la anciana no
había podido volver a andar y se había visto reducida a permanecer en una silla
de ruedas. Me sentía en parte culpable del abandono en el que esta mujer se
encontraba y en vista de que no tenía nada mejor que hacer ese día, me decidí a
visitarla.
Se encontraba en una residencia de ancianos perteneciente a
la comunidad de Madrid, en Morata de Tajuña, un municipio pequeño en el sureste
de la provincia. La encontré en una sala, aparcada junto a otros ancianos frente
a un televisor. Cuando me vio, una sonrisa cruzó su rostro, aunque no dijo
palabra en todo el tiempo. No me quería quedar ni un minuto en aquel lugar tan
deprimente, así que con el permiso de la cuidadora, en vista de que hacía un
día magnifico, saque a mi abuela en su silla a dar un paseo por el vecino
campo.
El río Tajuña, es un afluente de un afluente del Tajo, pese
a todo, tiene una longitud considerable, más de 170 Km. Riega un valle fértil,
la vega, encajonado entre áridas paredes yesiferas que en algunos puntos
adoptan formas caprichosas. Observando este paisaje, avanzamos mi abuela y yo
en silencio, por el arcén de una carretera, que desde la residencia cruza transversalmente
la vega. Llegamos a un puentecillo sobre
el río y tomamos un camino de tierra paralelo al mismo. Anduvimos un rato y más
adelante, yo me senté en el grueso tocón de un chopo talado. Deje a mi abuela al
lado en su silla y así nos quedamos, sin hacer nada, simplemente dejando correr
el tiempo, igual que corría el agua del Tajuña. De reojo miraba a mi abuela con
su rostro moreno, curtido por el sol y el aire en su juventud campesina, ahora
surcado por profundas arrugas como cinceladas en bronce. Llegó la hora de comer
y la dejé de nuevo en la residencia. De vuelta a Madrid tenía la sensación de
que aquella visita había sido una despedida.
Pasé el resto del día haciendo cosas en casa, por la noche
tras un rato de tele, me fui a la cama pronto, en cuanto empecé a dar cabezadas
en el sillón. Esa noche no descansé bien, extrañas pesadillas vinieron a turbar
mi descanso. Soñé con la maquina de hacer billetes. Soñé con Miriam, yo la
llamaba y ella no me oía, su rostro reflejaba una profunda pena. También soñé
que mi abuela era como de cera y lentamente se derretía sentadita en su silla
de ruedas. Por último yo abría la cama y allí estaba la muñeca de silicona, de
su boca y de su vagina salían miles de cucarachas que se me subían por todo el
cuerpo y me comían poco a poco.
Me levanté angustiadísimo, con el corazón latiéndome a mil
por hora. Sentía un insistente picor en mis partes, causado seguramente por
haber cambiado mi gel de baño de siempre, por uno de marca blanca. Eso pensé en aquel momento.
Me fui hasta el baño, orine y bebí a morro un poco de agua
del lavabo y me rasque el paquete. Me baje los calzoncillos y en el espejo pude
ver que junto a la base del vello púbico había unos puntos oscuros como
pequeñas costritas. Rasque uno con la uña y al ponerlo debajo de la bombilla vi
que la supuesta costra tenía unas cortas patitas. Era como un minúsculo cangrejo.
Sabia lo que eso significaba y como esos bichos habían llegado hasta allí ¡Eran
ladillas! Y me las había pegado la rubia de la noche anterior, la mujer de
Cándido Carrillo.
Nunca antes había tenido ladillas así que no sabia como
combatirlas. Opte por ducharme enjabonándome un par de veces y luego me di
colonia nenuco, la que siempre uso. Me mudé y cambié toda la ropa de cama. Metí
todo absolutamente en una bolsa de basura que até y deje fuera de casa para al
día siguiente lavarla con un programa de agua caliente un par de veces. De
buena gana hubiera tirado la ropa afectada a la basura, pero no estaba yo para
semejante dispendio. Me acosté, pero ya no pude pegar ojo.
Al día siguiente me acerque temprano al consultorio de la
seguridad social. Hacía años que no iba al médico. Mi doctora era una mujer de
raza negra, bajita y con enormes tetas. Le expliqué mi, problema. Ella escuchó
mi explicación sin mover un solo músculo de su rostro, sin reflejar ninguna
emoción, su cara era como una mascara africana de ébano. Me recetó un producto
en spray, con el que debía rociarme durante 4 días seguidos. También me lo
recomendó como un eficaz método preventivo aplicado un par de veces al mes.
Compre el spray en la farmacia y me fui a casa para la
primera aplicación, Había que acabar con la infestación cuanto antes. Rocié generosamente
mis partes con el producto y al poco rato sentí una quemazón, que hizo que
tuviera que abanicarme los testículos con lo primero que encontré a mano, en
este caso las ofertas de la semana del Carrefour.
Con el escroto muy irritado, me marche a Fresa y Menta. Ese
día Melchor vestía casi normal, un traje color rojo tomate cruzado, con doble
abotonadura dorada, camisa blanca y corbata con estampado mil flores. A penas
cruzamos unas palabras ya que tenía varias reuniones con proveedores y también con
otra comercial a la cual me presentó. Estaba buena, pero me pareció un poco
agresiva y avasalladora. Repuse material y la secretaria me facilitó la dirección
de una nueva reunión.
Era un centro cívico, en un barrio de la zona sur de Madrid
que tenía merecida mala fama. En frente del centro estaba la comisaría de la
policía nacional, en un edificio protegido por altas vallas. En general los
maderos que entraban y salían de la comisaría, eran jóvenes, con gafas negras y
pinta de chulos. Parecían tipos de gatillo fácil.
Junto al centro cívico guardaban cola una veintena de yonkis,
frente a una furgoneta con un rótulo del ayuntamiento que rezaba: “Servicios sociales
del ayuntamiento de Madrid-Reparto de metadona”
Ya dentro del centro cívico, me recibió la responsable, una
funcionaria cuya hastiada expresión decía a gritos “Me gustaría estar en
cualquier otro sitio” Pasamos a un aula con el mobiliario destartalado. Las
paredes que antaño fueron blancas, ahora eran de color gris con churretes
negros. En una de ellas había una corchera con fotografías de personajes que
habían pasado por el centro: El alcalde, el cardenal arzobispo de la diócesis,
los Chunguitos y algunos otros actores y cantantes menos famosos. También había
una foto de Belén Esteban en el centro comiéndose un bocadillo de chorizo.
Parecía que su visita había sido la más celebrada, a tenor de la admiración
reflejada en los rostros de la nutrida parroquia que presenciaba aquel hecho insólito
protagonizado por “La princesa del pueblo”
Fueron llegando las asistentes a la reunión, mujeres
bastante jóvenes en general, varias de etnia gitana y algunas acompañadas por
chiquillos de corta edad. Todas vestían chándales de mercadillo y lucían
alhajas de oro llamativamente grandes. Viendo el pelaje del personal pensé: “Tú
hoy no vendes aquí ni una escoba” pero nunca se sabe.
Comencé mi exposición por el orden habitual: Potingues,
aparatos, lencería… Ante un público que se debatía entre la indiferencia y la
hostilidad. Más tarde me enteré de que esas mujeres estaban allí obligadas,
cumpliendo en el centro con un programa de reinserción por delitos cometidos.
Solamente hubo un momento durante la reunión en el que el
ambiente pareció relajarse. Uno de los chiquillos, que andaba pululando por el
aula se acercó hasta la mesa donde yo
iba depositando las muestras tras enseñarlas y cogió un vibrador con intención
de llevárselo a la boca. La madre se levanto de un salto y propino a la criatura un tremendo collejón, al
tiempo que le decía
-¡Jami! Deja eso, que a saber por donde se lo ha metido el
payo”-
La carcajada fue general, ante el disgusto del infante, que
además de cobrar, se había quedado sin juguete.
Tras la reunión, salí a la calle, sin rencor por no haber
vendido nada. Yo era un trabajador de la empresa y tenía que estar a las duras
y a las maduras. Llegando a mi furgoneta, que estaba aparcada al lado de la
comisaría, pude observar a un grupo de gitanos que enseñaban a los reporteros
del programa de Telemadrid “A todas partes con mi cámara” unos gruesos fajos de
billetes. Seguramente esos señores poseían una máquina de hacer dinero como la
que salía en las noticias todas las mañanas.
Mi barrio estaba muy cerca, apenas unos cientos de metros
cruzando las vías del tren por un túnel muy estrecho. El paso en ambos sentidos
estaba regulado por semáforos. Desde que yo tenía uso de razón, en aquel túnel,
siempre había estado el mismo indigente, un español de edad indefinida, al que
le faltaba una pierna. Este hombre no mendigaba de una manera activa, se
situaba a una cierta distancia de los
coches y se limitaba a dar los buenos días o las buenas tardes, ya si le
llamabas y le dabas algo, se acercaba, concisamente te daba las gracias y
comentaba contigo sobre el tiempo, el trafico o cualquier otro tema
intrascendente. Rebusque en el bolsillo y le di algo de calderilla a aquel
pobre tan digno.
Al no haber hecho ningún pedido, resolví el trámite con
Fresa y Menta con una simple llamada a Melchor Cerrudo. Comí cualquier cosa en
casa y me eché una siestecita. Me despertó el teléfono. Era mi hermana. Mi abuela
había muerto. Cogía al día siguiente un tren a primera hora de la mañana. Me
dijo la hora de llegada, para ir a recogerla a la estación.
Mis abuelos fueron gente muy importante durante mi niñez,
ahora con la desaparición de mi abuela se cerraba definitivamente una parte de
mi pasado. Pasé la tarde en casa y me acosté pronto. Dormí toda la noche del
tirón, profundamente, sin soñar con nada.
Por la mañana, me levanté sintiendo un leve picor en la
entrepierna. El enemigo se estaba rehaciendo. Desayuné, me duché y procedí a la
aplicación del ladillicida. Sentí quemazón, pero menos que el día anterior. Mis
partes nobles poco a poco se estaban curtiendo en aquella mini guerra química.
Recogí a mi hermana en la estación de Atocha. Estaba guapa,
se había cambiado el corte de pelo y el nuevo le quedaba bien. Fuimos hasta el
tanatorio. Allí estaba mi abuela, flaquita, frágil como una pavesa, pero con
expresión serena. Entre mis familiares no había grandes manifestaciones de pena.
No es que no quisiésemos a mi abuela, es que, era un ser humano, completamente
amortizado. Además, realmente se había marchado hacia ya bastante tiempo.
Estando en el velatorio, Miriam me llamó para recordarme la
reunión que teníamos esa tarde. Cuando le conté lo de mi abuela, quiso
suspender la reunión. La disuadí, estaba bien, incluso el funeral había
renovado en mí, un sentimiento casi olvidado, el sentimiento de pertenecer a
algo, a un clan, un grupo que compartía unos recuerdos comunes. Incineramos a
la difunta y lleve a mí hermana a la estación para que pudiera coger el tren de
vuelta a casa. Yo me fui a mi triste domicilio. Recogí la maleta de muestras y
me dirigí a una nueva reunión de tapper sex.
Continuará….
Dr. Miriquituli.
No hay comentarios:
Publicar un comentario