domingo, 7 de julio de 2013

SAN JUAN EL BAUTISTA


Hace algunas fechas, al saber que era el santo de un amiguete mío de nombre Juan, me vino a la cabeza la curiosa historia de Juan el Bautista, un tipo muy notable y un auténtico “peso pesado” tanto del santoral cristiano, como del santoral musulmán (En ambas religiones tiene consideración de profeta grande) Para otras religiones con menor trascendencia en el tiempo, como por ejemplo los mazdeistas, el Bautista fue el auténtico Mesías. No es casual que San Juan se celebre el día 24 de junio seis meses antes de la Noche Buena-Navidad, dos días después, ambos eventos, de los solsticios de verano e invierno, fechas mágicas por antonomasia, respectivamente.

Juan el Bautista es un santo “bisagra”. Un hombre que vivió entre dos mundos: El paso del antiguo al nuevo testamento en los primeros tiempos del Imperio Romano, ese invento político que, con algunos retoques, duró más de seis siglos.

Cuentan las hagiografías, que Juan fue el precursor de Jesucristo al que estaba unido al parecer por lazos de parentesco. En la época en la que Juan predicaba en el desierto y practicaba el ritual común a muchas otras religiones de la purificación por el agua, en este caso en el Jordán, un río sagrado que aún hoy es verdadera arteria de vida sobre las desérticas y conflictivas tierras que atraviesa.

Y es que como dice el dicho “Algo tendrá el agua cuando la bendicen” ¿No se han sentido alguna vez revitalizados, cargados de energía después de bañarse, sobre todo en ciertos lugares? Yo lo he sentido muchas veces y recuerdo algunos de estos sitios especiales, cuya ubicación me reservo, para que lo sigan siendo por muchos años.

Hablábamos del bueno de Juan el Bautista. Según la tradición era un hombre apuesto pese a vivir en el desierto alimentándose de lo que el duro terreno le daba (Insectos, serpientes, escorpiones y algo de miel silvestre). Vestía una piel de camello y llevaba descuidados el cabello y la barba. A pesar de su aspecto zarrapastroso, su verbo ardiente cautivaba a las gentes, que venían desde lugares lejanos para escuchar su palabra y a que el agua del río limpiara de pecado sus almas.

Juan el Bautista era azote de los poderosos, siendo especialmente virulentas sus críticas al tetrarca Herodes, hijo de Herodes el Grande, aquel amigo de Augusto y Libia, el mismo que trajo la Pax Romana, tan beneficiosa sobre todo para su familia. San Juan la tenía tomada con Herodes Antipas por que el tetrarca había repudiado a su legítima esposa, una princesa nabatea, para casarse con Herodías la esposa de su hermanastro, oportunamente fallecido, hecho este que provocó una guerra regional.

Herodías tenía una hija muy bella, Salomé y como la madre, algo ligera de cascos. El viejo tetrarca babeaba por los encantos de la moza, pero esta sólo tenía ojos para el Bautista, que cada vez que veía tanto a la madre como a la hija, las ponía de putas para arriba. Tanto llegó a pasarse Juan, que a Herodes no le quedó más remedio que encarcelarle en aras del mantenimiento del orden público.

La intención de Herodes Antipas era tener a Juan el Bautista una temporadita en el truyo, hasta que la gente se olvidase de él, pero Salomé tenía otros planes. Ni corta ni perezosa, bajó a las mazmorras del palacio dispuesta a beneficiarse al profeta, Este, desde el fondo de su lóbrega mazmorra, rechazó el turgente y perfumado cuerpo de la maciza. Es lo que tiene ser santo, que uno se complica la vida con cosas por las que cualquier hijo de vecino sucumbiría sin más a la tentación.

Salomé airada y con su lujuria insatisfecha, prestó finalmente oídos a su madre, que llevaba años sin lograrlo, intentando que su marido diera matarile al Santo andarríos. Los encantos de la hija consiguieron lo que Herodías no había podido conseguir. Herodes accedió a decapitar al Bautista a cambio de que Salomé le hiciera un striptease, disfrazado de la danza de los siete velos.

El viejo gobernante prefirió aplicar ese “recorte” aun a costa de perder el apoyo de la calle. Para eso contaba con la “mayoría absoluta” que le otorgaban las legiones de su buen amigo, el emperador Tiberio y su lugarteniente en la zona, el limpio y tonificado muscularmente, Poncio Pilates alma mater de la asociación “manos limpias” 

Herodes sirvió a Salomé la cabeza del Bautista “en bandeja de plata” (De ahí viene la expresión) El viejo tetrarca, cató el vino amargo del deseo nunca satisfecho, que supone codiciar cosas inalcanzables. Al final todo el poder de los Herodes se esfumó como polvo barrido por el viento sobre el desierto de Judea y unos años después incluso del templo que edificó el Sabio Salomón a mayor gloria de Yahvé y al que Herodes el Grande dotó de dimensiones mamotréticas, con aeropuerto peatonal, parques temáticos y circuito de formula 1, no quedó piedra sobre piedra.

De aquellos poderosos, golfos y prevaricadores, solamente queda un mal recuerdo y siempre asociado a la memoria de San Juan el Bautista, aquel bocazas indomable, que decía verdades como puños.

 

Sic transit gloria mundi.