lunes, 5 de diciembre de 2011

UN LARGO INVIERNO



Kiri pasó la noche y parte del día siguiente ardiendo de fiebre. Los miembros de la tribu tenían pocas esperanzas de que sobreviviera. Bocos y Sus partieron con las primeras luches del día en busca de Frem. El brujo y su ayudante acudieron al poblado cargados con todo lo necesario para curarle.

Tras examinar al jefe del poblado, Frem sentenció:

-Ha perdido mucha sangre. Tiene una hemorragia interna, si no le extraigo la flecha. Esta noche morirá-

-¿Qué tenemos que hacer?- Preguntó Uma, la mujer del cazador, con gran entereza de ánimo.

Tras recibir instrucciones. Uma y otras mujeres, pusieron a calentar agua y el  ayudante selecciono las hierbas para preparar las medicinas.

Frem se dispuso a extraer la flecha. Con una pequeña hoja de sílex muy afilada, agrandó los bordes de la herida, para poder introducir los dedos. Era vital extraer la punta entera y que no quedase ningún fragmento dentro. Tras unos minutos de manipulación, el chaman saco la flecha clavada y un borbotón de sangre espesa y oscura brotó de la herida. Frem aplicó una piedra caliente sobre la misma y cuando la hemorragia cesó, le puso una cataplasma de hierbas. Después hizo que el cazador bebiera unos sorbos de una poción que le haría descansar.

Fue una noche muy larga. Pese al tranquilizante que Frem le había administrado la fiebre le impidió conciliar el sueño. Permaneció en un estado febril y convulso hasta el amanecer. Finalmente extenuado, su tez se tornó de un color ceniciento y descendió su temperatura corporal. El brujo ordenó que le arroparan bien y le dejaran descansar. Solamente quedó a su lado el perro que había estado todo el tiempo en la puerta de la cabaña lamiéndose la pata herida.

Tras tres días en este estado el cazador abrió los ojos y pidió agua, Requirió la presencia de su mujer y trabajosamente, le dijo:

-Uma, en mi morral encontraras un paquetito que contiene unas semillas, quiero que remuevas con palo un par de cuartas de tierra cerca del arroyo y que las entierres-

-¡Pero Kiri, ahora no te preocupes de eso, debes descansar!- Trató de interrumpirle su mujer

-¡Haz lo que te digo! Es muy importante. Ordenó el cazador tratando de incorporarse con ostensible gesto de dolor.

La esposa del cazador siguió sus indicaciones. Raras veces su marido le hablaba en ese tono. Conociéndole, sin duda debía tener razones para ello.

Pasaron las semanas y comenzó a hacer mucho frió. Cayó una gran nevada. La actividad del clan se limitaba a recoger leña para calentarse y vivir de las provisiones almacenadas. Kiri ya se levantaba y daba cortos paseos acompañado de su inseparable compañero de cuatro patas.

Cuando el tiempo mejoró un poco, Frem pasó por la aldea para ver como se encontraba el jefe. Examinó la herida y aprobó con un gesto de la cabeza.

-Tu recuperación ha sido asombrosa. Está claro que tienes una gran fortaleza física- Afirmó satisfecho el brujo.

-No hemos tenido ocasión de hablar desde que me hirieron y tengo cosas muy importantes que contarte-Dijo el cazador.

Kiri contó su viaje al chaman, sin omitir ningún detalle. El chaman le informó de lo que había averiguado visitando a otras tribus. Los enterradores de semillas estaban aumentando de número y se estaban extendiendo desde la costa. Guardaban celosamente sus secretos y habían matado a varios cazadores que intentaron robarles el ganado, acuciados por el hambre. Los invasores habían quemado el bosque y espantado a los animales salvajes que servían de sustento a esos hombres y sus familias.

Frem mostró a kiri la punta que le había sacado del vientre. Era de hermosa factura, afilada como las puntas de la tribu, pero pulida toda ella.  

–Tiene algunas ventajas, aunque si hubiera sido una de las vuestras, a la distancia que te dispararon, ahora estarías muerto. Estas puntas se clavan con más facilidad pero las vuestras causan mayores daños- Le explico el anciano curandero.

Frem paso unos días en el poblado vigilando la convalecencia del cazador. Juntos pusieron en práctica algunas cosas que Kiri había visto en el viaje. Amasaron un poco de barro y tal como Kiri había visto hacer a los enterradores de semillas modelaron un tosco vaso que cocieron cubriéndolo de brasas y tierra. El modelo se endureció pero tenía grietas y pronto se quebró. Tras varias pruebas con distintos tipos de barro, finalmente obtuvieron unos resultados bastante satisfactorios.

El invierno se recrudeció, pero Kiri ya se encontraba mucho mejor. Comenzó a ejercitarse y con el todos los hombres en edad de empuñar un arco, Estaba seguro de que el incidente del vado no iba a quedar así.

La llegada de Luri y otros miembros del clan de la costa al poblado de la sierra, confirmo los temores del jefe. Un nutrido grupo de enterradores de semillas, incluidos mujeres y niños, se había asentado en su poblado con el beneplácito de Friu y habían puesto patas arriba las costumbres locales. Siempre se habían compartido las provisiones, pero ahora los nuevos amos las guardaban celosamente. Pretendían que los antiguos pobladores trabajaran para ellos cavando, recolectando y cuidando de sus animales. Todo a cambio de unas escasas raciones de gachas, hechas con leche de los animales que habían traído y semillas molidas. El detonante de la situación había sido la ejecución de una mujer que había cogido un cuenco de leche depositado ante el ídolo que adoraban los enterradores de semillas.

El que de facto ejercía como nuevo jefe de la tribu, también dirigía el culto al extraño ídolo. Era un auténtico gigante. Estaba completamente calvo y tenía una fea cicatriz en la cara. Había degollado sin piedad a la autora del hurto en presencia de toda la tribu, incluso de su marido y sus hijos que tuvieron que asistir impotentes al espectáculo. Su nombre era Tolos,

Algunos descontentos habían planificado marcharse del poblado, pero los nuevos amos los vigilaban de cerca. Un día, tras salir de buena mañana a realizar distintas tareas, se reunieron en un lugar apartado y  emprendieron juntos el viaje a la sierra, afrontando los rigores y peligros del invierno en las montañas solamente con lo puesto.

No fueron los únicos que llegaron ese invierno a la sierra. A diario llegaban personas de tribus cercanas, contando parecidas arbitrariedades de los invasores. Los habitantes del poblado casi se triplicaron y pronto empezaron a escasear las provisiones. La época del año era poco propicia para una gran cacería y el único sitio donde podían obtener alimentos para salvar la situación, era el poblado de la costa. Eso iba a provocar una segura respuesta armada por parte de los enterradores de semillas.

Conversando con su hermana y con otros exiliados, aprendió muchas cosas del enemigo. Ideas que sin duda podían hacer más fácil la vida a la gente, aplicándolas con criterios de equidad. Luri le hablo de la nueva disposición del poblado de la costa desde que habían llegado los enterradores de semillas y Kiri trazo un plan para robar los suministros que precisaban para acabar el invierno. Todos los hombres disponibles participaron en la operación.

Partió primero una avanzadilla para asegurarse de que el camino estaba expedito y luego le siguió el grueso de la tropa. Esperaron cerca del poblado a que anocheciese y ya noche cerrada varios arqueros se posicionaron con flechas en las que habían colocado bolas de estopa untadas con sebo en las puntas. Tras prenderlas, las dispararon sobre varios tejados del lado opuesto a donde se encontraban los corrales del ganado. Mientras los lugareños trataban de extinguir los incendios, los hombres de Kiri degollaron las ovejas que podían transportar y emprendieron apresuradamente el regreso. Kiri Sus y Bocos se quedaron atrás cubriendo la huida de los asaltantes. Cuando en el poblado se percataron del robo varios hombres salieron en tropel en su persecución. Los cazadores dispararon sus flechas a bulto hacia las siluetas que se recortaban contra el fuego. Los perseguidores retrocedieron inmediatamente para refugiarse en la seguridad del poblado. Los tres partieron presurosos, para alcanzar a sus compañeros que ya llevaban un buen trecho recorrido.

A la mañana siguiente en el poblado de la costa evaluaron los daños del ataque. Había tres heridos leves y los daños materiales no eran demasiado cuantiosos. Pero la humillación a la que habían sido sometidos los poderosos enterradores de semillas, clamaba venganza. Iba siendo hora de hacer una visita a los cazadores de la sierra.  Tolos partió en una embarcación propulsada por remos junto con otros tres hombres en dirección al gran poblado. Antes de dos lunas volvería con suficientes hombres para aplastar la resistencia. Friu se quedo en el poblado con el encargo de reparar los daños y hacer acopio de más provisiones. Cosa que hizo redoblando los abusos contra sus antiguos paisanos.

Kiri y los demás cazadores fueron recibidos con grandes muestras de alegría. La situación comenzaba a ser dramática, sobre todo para los más débiles. Esa noche celebraron un gran festín. La carne de las ovejas estaba muy buena comida en fresco, pero se conservaba peor que la carne de caza. En cualquier caso se acercaba el tiempo de dar una gran batida de ciervos y empezar a recolectar los frutos de la primavera. Kiri tenía ahora otra preocupación más acuciante. ¿Cómo sobrevivir a la venganza de los enterradores de semillas? Conocía su número y su capacidad organizativa. Sus hombres se movían a la perfección por la sierra, pero los exiliados que habían ido llegando ese invierno, lejos de constituir un refuerzo, más suponían un estorbo. Habría que someterlos a un entrenamiento intensivo. Mientras tanto Kiri, con sus hombres de confianza estableció una red de vigilancia, en puntos estratégicos de la sierra, para que mediante señales de humo pudieran saber los movimientos del enemigo.

Los cazadores adiestraron en el manejo del arco a los forasteros, también les hacían marchar cargados con peso por las empinadas laderas de las montañas. En el poblado la actividad era febril. Las mujeres y los niños fabricaban flechas y arcos para los nuevos miembros. Incluso los perros del poblado, capitaneados por el perro de Kiri, marchaban belicosos junto a los guerreros. Toda esta actividad culminó en una gran cacería, en la que consiguieron abatir muchas piezas, que aseguraron el suministro de carne seca para varios meses.

Lenta pero inexorablemente, una multitud de hombres armados, con Tolos a la cabeza, avanzaba por la costa desde el Sur, en dirección a las tierras del clan.

Continuará….

Dr Miriquituli.



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