domingo, 27 de noviembre de 2011

EL VIAJE DE KIRI

EL VIAJE DE KIRI

Kiri y sus compañeros, se preparaban para partir de nuevo. Engrasaban sus capotes, ante el tiempo lluvioso que se avecinaba. También preparaban las mercaderías para intercambiar en el lugar de destino, un poblado costero donde una gran parte de la tribu se desplazaba en los meses de verano. En el pasado habían tenido problemas, con aquella gente, a causa de algunos robos y violencias que habían sucedido por uno y otro lado, pero con el tiempo todo se había resuelto. Una serie de enlaces entre miembros de ambas tribus, habían sellado la alianza, incluso una hermana de Kiri, se había unido a uno de los miembros del clan de la costa.

El poblado de la costa se encontraba a tres días de camino, bajando primero el arrollo y luego el río en el que este desembocaba. Kiri, acompañado por  Bocos y Sus, que así se llamaban los compañeros que le habían acompañado en su visita al chaman, y su inseparable perro, salieron a primera hora de la tarde con intención de llegar antes de la noche a un refugio que utilizaban en sus expediciones de caza. Era una visera rocosa, parcialmente cubierta con un parapeto de piedra, a la que se accedía con unas escalas de cuerda. Este sistema de acceso tenia la ventaja de que no podían usar el refugio como madriguera, ni osos ni lobos. Encendieron un fuego y prepararon su cena, el perro se quedó abajo guardando el sueño de los tres cazadores.

A medio día de la tercera jornada, alcanzaron la desembocadura del río y por lo tanto la costa. El poblado se encontraba en la margen sur, a unos cientos de metros del río y tras unas dunas que les servían de protección cuando el mar estaba embravecido. Fuera del poblado, grandes montones de conchas vacías, revelaban la base de la dieta del clan de la costa. El oscuro cielo presagiaba un fuerte aguacero. Las mujeres, los niños y unos pocos varones adultos, se ocupaban alrededor del fuego, de distintas tareas. Los hombres no tardaron en volver. La acogida a los tres cazadores fue fría y distante, los habitantes del poblado murmuraban en voz baja y no parecían tener demasiado interés en las mercancías que traían Kiri y sus compañeros. Tras la comida canjearon las pieles y algo de carne seca, pero las puntas y cuchillos de sílex no encontraron comprador.

Los tres hombres se retiraron a descansar a la cabaña de Luri la hermana de Kiri que recientemente se había quedado viuda. Cuando se encontraron solos con la mujer. Esta les habló:
-Debéis marcharos, cuanto antes. El jefe Friu a comprometido a la tribu en un pacto con unos hombres que viven a muchas jornadas de aquí en dirección Sur y que han traído regalos nunca vistos, como cuencos de una extraña piedra muy ligera que pueden ser puestos directamente sobre el fuego o puntas de piedra pulimentadas, de mejor calidad que las vuestras. Un grupo de estos forasteros ha establecido un campamento a un día de camino siguiendo la costa hacia el sur. Es desde allí, desde donde comercian con las gentes de la zona. Seguro que Friu a mandado a alguien a avisarles de vuestra presencia. ¡Si os quedáis esta noche no amaneceréis con vida!

Fuera de la choza, descargaba un fuerte aguacero, Kiri consideró que era un momento idóneo para salir del poblado sin ser vistos y así lo hicieron tras despedirse de Luri.
Una vez se alejaron, Kiri ordenó a sus hombres que regresaran a la sierra y que organizaran la vigilancia ante el posible peligro que corría el clan. Estos al principio protestaron alegando los numerosos riesgos que podía correr su amigo en un territorio hostil y desconocido, pero este les convenció de que era imprescindible conseguir más información sobre esos misteriosos hombres que habían aparecido en escena. Además, Kiri era un cazador muy experimentado, capaz de moverse con mucho sigilo y el perro que le seguía a todas partes le avisaría de la posible presencia de fieras. Sus y Bocos, cargaron los pertrechos dejándole solamente el equipo imprescindible y regresaron a su poblado. Kiri dio un rodeo para alcanzar de nuevo la línea de la costa y seguirla alejado unos cientos de metros hacia el interior.

Ya había anochecido cuando divisó el campamento que le había descrito su hermana. Eran apenas un par de chamizos y un hogar para el fuego. Inspeccionó todo pero solamente encontró restos de comida. Borró cuidadosamente sus huellas y se alejó para acampar en lugar seguro esa noche. Encontró una oquedad bajo las raíces de un gran pino y encendió una hoguera en la entrada. El perro permaneció fuera con las orejas muy tiesas escuchando los aullidos de sus hermanos salvajes.

Con las primeras luces del alba, hombre y can siguieron su camino hacia el Sur. Vagaron por una costa prácticamente despoblada, durante muchos días, dando a veces grandes rodeos para evitar zonas escarpadas o pantanos. Se alimentaban normalmente al amanecer y al atardecer, de moluscos y peces que capturaban en esteros que dejaba la bajamar, de raíces y de conejos o pájaros que Kiri capturaba con improvisadas trampas. Una tarde, Kiri, pudo abatir una corza joven con su arco dándose los dos viajeros un magnífico festín. Ahumando los restos consiguieron unas valiosas provisiones, que les podían permitir avanzar más deprisa.

Cuando el cazador ya había perdido la cuenta de los días de viaje. En un altozano junto a un río, no lejos de la costa, vio algo muy parecido al poblado que había soñado en la cueva de Frem el chamán. Estaba anocheciendo y le pareció lo más prudente, alejarse del lugar para al día siguiente estudiar el terreno y apostarse en un buen sitio donde poder ver sin ser visto. Esa noche Kiri durmió junto a su perro en una tosca choza de ramas, sin encender fuego para no atraer la atención de los habitantes del poblado.

Con las primeras luces del día Kiri, pudo apreciar el enorme tamaño del poblado. Por la cantidad de columnas de humo debía de haber más de 100 personas ¡Nunca había visto tanta gente junta!

En la primera jornada observó los cercados, con animales como los que había soñado y como los conducían a pastar. A punto estuvieron los perros de delatar su posición, pero esos perros ladraban mucho, ya que no conocían a la mayoría de la gente y sus dueños no les hacían demasiado caso.  

Al día siguiente una cuadrilla de hombres se dirigió a un prado cercano, armados con palos y seguidos de mujeres con cestos. Con los palos, comenzaron a cavar la tierra y las mujeres a enterrar minuciosamente el contenido de los cestos. Esa noche Kiri descendió sigilosamente y extrajo un puñado de doradas semillas de la tierra cavada.

El tercer día, Kiri hizo un descubrimiento aún más sorprendente. Unos hombres cavaban una porción pequeña de tierra y la regaban con abundante agua. Luego descalzos pisaban el barro. Más tarde  moldeaban recipientes de distintas formas y finalmente los cocían cubriéndolos con brasas y tierra.

Kiri permaneció unos pocos días más observando a los enterradores de semillas sin descubrir nada nuevo, finalmente cuando decidió emprender el regreso a casa, sucedió algo inesperado. Ni el, ni el perro detectaron la presencia de un grupo de mujeres y niños que estaban recolectando caracoles. Estos, asustados ante la presencia del extraño, comenzaron a gritar y a huir hacia el poblado. Al momento un nutrido grupo de hombres armados con garrotes y arcos salieron en persecución del cazador.

Kiri y el perro emprendieron la huída, alejándose de la costa. El grupo perseguidor poco a poco fue cediendo terreno. Al anochecer, aparentemente, habían abandonado la persecución. El cazador consideró que lo más prudente era buscar un refugio donde pasar la noche. Permanecieron alerta hasta que amaneció y ambos emprendieron de nuevo el camino de la costa, dando un amplio rodeo.

Anduvieron mucho tiempo sin encontrar a nadie, aún así no encendían fuego cuando acampaban. Consumían los alimentos crudos y avanzaban con mucho sigilo. Cerca ya del campamento avanzado de los enterradores de semillas, Kiri decidió dar un gran rodeo para evitarlo y evitar también el poblado de la costa, que había dejado de ser un lugar seguro. Atajó en dirección Noroeste con la intención de alcanzar el río y el arroyo de la sierra.

Ya reconocía las montañas que constituían su hogar y tenía a la vista el río, pero para su sorpresa en un alto que dominaba todo el paraje había una tropa de seis hombres y un par de perros acampados. Reconoció a Friu el jefe del clan de la costa, pero el que parecía llevar la voz cantante, era un hombre completamente calvo, muy corpulento que por su vestimenta pertenecía a la tribu de los enterradores de semillas. Era imposible que pudieran pasar, sin ser vistos. Aguas arriba el río discurría por un angosto cañón de altas paredes verticales que terminaba en las montañas. Ese era el único paso y esos hombres lo sabían igual que el. Por la noche no se podía aventurar a cruzar sin una antorcha y en el caso de que lo intentase a oscuras, con toda seguridad sería detectado por los perros. Debía idear una maniobra de distracción.

Retrocedió sobre sus pasos y rodeando un cerrillo alcanzó la orilla del río, aguas abajo, en un tramo imposible de vadear. Prendió una hoguera y la cubrió con ramas verdes inmediatamente se elevó una densa columna de humo blanco visible desde una gran distancia. Como Kiri había supuesto, el grupo se dividió, cruzando tres hombres el vado y manteniendo otros tres la posición. El cazador y el perro permanecieron agazapados hasta que hubieron pasado. Kiri abatió al último en pasar, con una flecha por la espalda. Cuando los otros dos se volvieron, uno recibió una flecha en el pecho y el último fue derribado por el perro y rematado con una gran piedra. Aún se encontraba en una gran desventaja, pero tenía que intentarlo. Sin duda aquellos hombres no eran tan buenos arqueros como él. Avanzó decidido hasta el vado y lo cruzó seguido por el perro. Inmediatamente el grupo salio a su encuentro. El cazador abatió a los dos perros de sus rivales, estos lanzaron una andanada pero con poca fortuna. El gigante calvo que permanecía unos pasos atrás lanzó una flecha que alcanzó al perro de Kiri en una pata trasera. Este enrabietado alcanzó con una flecha al hombre mas adelantado pero no pudo esquivar la que salió del arco de Friu y que se le clavó a un lado, encima de la ingle. Kiri y el perro retrocedieron con gran esfuerzo hasta unas rocas donde pensaban vender muy caras sus vidas.

Los dos hombres avanzaron precavidos. No en vano Kiri, había eliminado a cuatro de los suyos y dos perros. El cazador, parapetado en las rocas, había podido extraer la flecha de la pata del can y quebrar el asta de la que llevaba clavada. Solamente le quedaba una flecha. Decidieron atacar cada uno por un lado. El primero que tuvo a tiro a Kiri fue el gigante calvo, tensó la cuerda del arco, pero el cazador fue más rápido y su flecha le produjo un corte en la mano que tensaba la cuerda, cortándole también la cara. Con las pocas fuerzas que le quedaban Kiri arrojo el arco a Friu evitando que este pudiera disparar su flecha.

Los dos atacantes se rehicieron, y tensaron sus arcos dispuestos a acabar con el cazador. Desarmado y mal herido, Kiri enfrentó a sus adversarios con la mirada, esperando las flechas que terminarían con su vida, cuando advirtió una expresión de terror en sus rostros. Un gran oso apareció encima de la roca en la que Kiri se apoyaba y se irguió sobre sus patas traseras gruñendo amenazador. Friu y el gigante calvo retrocedieron lentamente sin perder de vista al animal. Cuando estuvieron a unos metros echaron a correr a toda velocidad. El oso olisqueo un rato desde la roca y se retiró sin prestar atención a Kiri y al perro.

Kiri cayó de rodillas y se desmayó. Había perdido mucha sangre. El perro le lamió la cara y luego se lamió su pata herida. Cojeando se dirigió hasta el poblado a donde llegó en unas pocas horas. Dando fuertes ladridos llamo la atención de todo el grupo. Sus y Bocos inmediatamente reconocieron al can y vieron la herida de su pata. Un grupo de cazadores partió al instante siguiendo al perro, que a pesar de ir cojo iba por delante dando fuertes ladridos para que le siguieran. Al atardecer encontraron a Kiri tumbado inconsciente y ardiendo de fiebre. Le subieron en unas improvisadas parihuelas y le trasladaron al poblado donde llegaron bien entrada la noche.  


Continuará.

Dr Miriquituli

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