lunes, 12 de diciembre de 2011

LA BATALLA



Los enterradores de semillas llegaron al puesto avanzado que tiempo atrás les servia de base para el comercio con las poblaciones de la zona. Allí su ejército se separó. Una parte del mismo se dirigió hacia el vado, donde Kiri había estado a punto de morir y el grueso de las fuerzas marchó hacía el poblado de la costa, con la intención de remontar el río. Con esta estrategia, los enterradores de semillas, pretendían sorprender a los cazadores desde las partes alta y baja del valle, que estos últimos habitaban. Tolos ya había podido comprobar lo buen estratega que era el jefe de los cazadores y pese a que confiaba en la aplastante superioridad numérica de sus fuerzas, no quería correr más riesgos de los necesarios. Entre sus tropas había reclutado un buen número de montaraces de las serranías cercanas al gran poblado. Era gente que sabía moverse por las montañas y con ellos pretendía acabar con el sistema de vigilancia que sin ninguna duda los cazadores habrían establecido.

Mientras tanto en el poblado de la sierra recibieron nuevamente la visita de Frem el brujo, Esta vez no venía a dispensar sus cuidados médicos a ningún miembro de la tribu si no a ayudar al clan con su magia. Esa noche practicaría un ritual mágico, que protegería a los guerreros en la próxima contienda que habrían de disputar.

El mago, tocado con los cuernos de un macho montés y su joven ayudante, fueron pintando el rostro y el cuerpo de los guerreros. Luego Frem suministró a los mismos, un brebaje sumamente amargo, que primero les hizo vomitar y luego les sumió en un estado de gran euforia. El mago y el muchacho comenzaron a hacer sonar con sus bocas unas trompetas de caña, con un ritmo monótono. Varios hombres les acompañaron, golpeando con palos sobre troncos huecos. Los cazadores que habían ingerido la droga comenzaron a moverse al ritmo de la extraña música, con movimientos espasmódicos, retorciendo sus cuerpos de manera antinatural. Los danzantes igual se reían como locos, como lloraban desconsoladamente. Otros daban gritos desgarradores que hacían llorar a los niños y huir a los perros, menos al perro de Kiri que permanecía alerta y con las orejas muy tiesas.  En un momento de la noche, varias mujeres jóvenes, completamente desnudas, con los rostros cubiertos por mascaras, se unieron al baile. Poco después, los danzantes y las mujeres enmascaradas comenzaron a copular, junto al fuego, adoptando variadas posturas. Finalmente la hipnótica música cesó. Las mujeres enmascaradas se retiraron y los guerreros exhaustos, se quedaron durmiendo junto al fuego.

El contingente de enterradores de semillas que se dirigía al vado, estaba apunto de alcanzar su objetivo. Los guerreros que vigilaban el paso, eran recién llegados al clan y fueron fácilmente detectados y eliminados por una avanzadilla de montaraces, sin que pudieran hacer ninguna señal.

El grueso de los enterradores de semillas, ascendió por el río para alcanzar la sierra. Antes de partir, se unieron al la expedición, Friu y varios hombres que habían permanecido en el poblado, durante la ausencia del gigante. En su camino, se encontraron con un primer puesto de vigilancia formado por un par de bisoños recién llegados, que sufrieron la misma suerte que sus compañeros del vado. Por suerte Kiri había establecido más puestos de vigilancia y primero una y luego varias más, columnas de humo se elevaron por todo el valle. ¡Los cazadores ya sabían que el enemigo se encontraba en sus tierras!

La alarma sorprendió al poblado recuperándose de la ceremonia de la noche anterior pero como buenos cazadores eran gente siempre dispuesta a moverse, ligeros de equipaje. Kiri, dispuso todo para la evacuación de los ancianos, las mujeres y los niños que acompañados por Frem y su joven ayudante, se retiraron hacia los dominios del Chamán. Allí pretendían ocultarse en las numerosas cuevas del barranco. El plan de Kiri consistía en dividir sus fuerzas. El grupo más numeroso, permanecería a sus órdenes y se dirigiría al collado, aguas arriba del río. Allí se harían fuertes y esperarían al enemigo. Dos contingentes gemelos mandados por Sus y Bocos se encargarían de hostigar a las fuerzas del gigante, mediante emboscadas y golpes de mano.

Antes de llegar al collado Kiri se encontró con una desagradable sorpresa. Una fuerza de los enterradores de semillas que doblaba en número a la suya avanzaba por el valle en dirección al poblado. A toda prisa se tuvieron que retirar, ya que el terreno no les era favorable para entablar un combate, Pero a sus espaldas les aguardaba un peligro aún mayor. Una fuerza de más de cien hombres capitaneada por Tolos y Friu había ocupado el poblado y había establecido allí su campamento. Los cazadores emprendieron la huida ascendiendo por la montaña. No había sido en vano, el entrenamiento al que el clan había sometido a los reclutas durante el invierno. Pronto los cazadores pusieron tierra de por medio y alcanzaron una posición elevada, imposible de atacar. Al caer la noche el grupo de Kiri se dividió en dos y rompió el bloqueo de los enterradores de semillas. Antes de separarse, Kiri dio órdenes precisas para que varios hombres de los más avezados, sirvieran de enlace con los otros grupos.

Durante las siguientes semanas los invasores permanecieron unidos, persiguiendo a un enemigo invisible que atacaba y desaparecía. Los cazadores causaban pocas bajas pero iban minando poco a poco la moral de los enterradores de semillas. Para colmo de males, las provisiones comenzaban a escasear. Un hecho agravó aún más la situación. Los cazadores provocaron la estampida de una gran manada de caballos, que arraso el campamento de los enterradores de semillas, causando lesiones importantes a varios hombres.

Precisaban un cambio de estrategia. El gigante se reunió con sus lugartenientes. No conocían el terreno y necesitaban urgentemente información, si no querían que fracasara toda la expedición.

-Necesitamos saber donde están las mujeres y los niños. Si cogemos rehenes, haremos que se entreguen o al menos que nos presenten batalla- Dijo Friu.

-Tienes razón. Hay que capturar a alguno de esos piojosos con vida y hacerle hablar. ¡Que los montaraces dediquen todos sus esfuerzos a ello!- Ordenó Tolos.

Un hecho desafortunado, iba a cambiar el curso de la guerra. Uno de los nuevos reclutas del Clan de la sierra, se separó del grupo de Bocos, para hacer sus necesidades y fue sorprendido desarmado, por una patrulla de montaraces, que le pusieron fuera de combate de un garrotazo y se lo llevaron al campamento, para entregárselo al gigante.

Bocos y sus hombres siguieron el rastro del desaparecido, pero para cuando pudieron alcanzar a los captores, estos ya se encontraban muy cerca de sus compañeros. Los cazadores se tuvieron que retirar ante el riesgo de ser aniquilados. Ya nada se podía hacer por aquel pobre infeliz. Bocos envío a uno de sus mejores hombres a localizar a Kiri y emprendió con el resto el camino hacia los dominios del chaman.

El gigante calvo en persona, torturó al prisionero durante horas. Cuando obtuvo la información que buscaba, su ejército se puso en marcha hacia el barranco.

El enviado de Bocos, se encontró primero con la columna de Sus. Tras informarle de los últimos sucesos, también este, partió hacia los dominios de Frem. El mensajero siguió a toda prisa al lugar donde le dijeron que se encontraba el jefe con sus hombres.

Antes del anochecer, se encontraron los dos amigos en la entrada del barranco. Ambos grupos sumaban quince hombres ¿Serían suficientes para detener al enemigo? Un par de guerreros se encargaron de avisar al mago y a sus huéspedes de lo que se avecinaba. En varios puntos angostos depositaron agua, víveres y flechas.

Poco después de amanecer vieron aproximarse a los enterradores de semillas. No conocían con exactitud el número de sus oponentes, pero jamás habían visto tantos hombres juntos. No podían ceder al pánico, en el sinuoso barranco estaban sus seres queridos, que al igual que ellos se enfrentaban a la aniquilación total. Aún confiando en que en algún momento de la jornada apareciera Kiri y los demás cazadores. El enemigo les quintuplicaba en número.

El barranco tenía una profundidad de apenas tres kilómetros en zigzag. En la parte de fuera, la anchura no superaba los cien metros y según se penetraba en el, se iba haciendo más y más angosto. Además, numerosos derrumbes de piedra jalonaban el recorrido, pudiendo servir de parapeto a los arqueros.

Sus y Bocos junto a sus hombres esperaban agazapados a un centenar de metros de la entrada. Esa mañana un número inusualmente grande de buitres volaba por encima de las altas paredes cortadas a pico. Parecía como si las rapaces adivinasen el festín que se avecinaba.

Los enterradores de semillas penetraron en tromba dando feroces gritos y arrojando flechas. Los cazadores esperaron a que se pusieran a tiro y lanzaron una andanada que causó varias bajas. Tuvieron tiempo de lanzar varias más sin sufrir pérdidas propias, hasta que la presión de los atacantes, les hizo retroceder al siguiente punto. Tolos, decidió poner en vanguardia a los montaraces. Su mayor destreza con el arco pronto causó las primeras bajas entre los cazadores. Lenta pero inexorablemente los hombres del clan fueron retrocediendo hasta el fondo del barranco. Al caer la tarde, el barranco estaba sembrado de cadáveres y solamente quedaban cinco cazadores en pie.

El gigante y sus hombres, se disponían a lanzar la lluvia de flechas que pondría fin a las vidas de los últimos defensores, cuando unos fuertes ladridos amplificados y multiplicados mil veces por el eco, sonaron tras ellos. Un grupo de perros, con el perro de Kiri a la cabeza, apareció en el barranco, seguido por los cazadores. Kiri iba tocado con las plumas que le identificaban como jefe del clan y lanzaba flechas a diestro y siniestro. Los sorprendidos enterradores de semillas se volvieron tratando de repeler el ataque pero se vieron cogidos entre dos fuegos. Los cinco que unos momentos antes estaban a punto de morir, ahora pasaban al ataque. Tras unos breves momentos de confusión, Tolos, Friu y otros hombres del bando de los enterradores de semillas, lograron romper las filas de los cazadores y emprender la huida hacia la salida del barranco. Los enterradores de semillas que quedaron en el campo de batalla, arrojaron sus armas al suelo, alzaron las manos y se arrodillaron en señal de rendición.

Continuará…

Dr Miriquituli.

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