viernes, 22 de diciembre de 2017

HIJOS DE LOS MONTES Libro I-LA GUERRA CHICA-El Amigo del País


EL AMIGO DEL PAÍS.

El periodista decidió tomarse unos días de descanso en su actividad como guerrillero improvisado, en parte por la herida del hombro en parte por la impresión de las cosas que había visto y oído. Sin despedirse de nadie notificó al oficial al mando que se marchaba a la plaza junto a un convoy que la víspera había traído suministros al fuerte. Al llegar al callejón de la higuera e ir a acceder a la casa, observó como la puerta estaba entreabierta. Supuso que seguramente se encontraba dentro Jadilla limpiando o Cajiga dejando correspondencia dirigida a él. Traspasó el umbral y llamó elevando el tono de voz.

-¡HOLA! ¿HAY ALGUIEN EN CASA? -

Nadie respondió a su saludo así que amartilló el revólver y subió escaleras arriba. La mesa que usaba como escritorio improvisado estaba volcada y sus papeles y efectos personales esparcidos por toda la habitación. Estaba claro que no se trataba de un robo ya que no faltaba nada valioso, incluso el sable moro seguía intacto colgado de los mismos clavos de la pared donde él lo dejara antes de partir a los fuertes con la guerrilla de Ariza. Tampoco parecía que aquel despliegue de violencia fuera necesario para revisar sus cosas, la casa era fácilmente accesible por el patio o por los tejados para alguien medianamente ágil. No, el objetivo de aquel asalto no era revisar sus cosas. Alguien le mandaba un aviso y Jorge tenía alguna sospecha de quien podía ser ese “alguien” …

Recogió y ordenó la habitación, cuando terminó fue a casa de Cajiga. Acompañado por la numerosa prole del asistente, encontró a este en la cuadra cepillando a las mulas. Le puso al día de lo acontecido en su ausencia y le mandó que avisase a Jadilla para que ambos se reuniesen con él en casa en aproximadamente un par de horas. Luego, ignorando las lastimeras quejas del melillense se retiró a descansar un poco con un ánimo más bien sombrío.

Jadilla y Andrés Cajiga se reunieron con Jorge en el plazo fijado. La última en pasar por la casa había sido la viuda que, cumplidora, barrió y fregó el día anterior por la tarde. La casa era cualquier cosa menos un fuerte ya que era perfectamente accesible tanto desde los tejados de las construcciones colindantes, como desde la valla de corral junto a la que crecía la gran higuera. Todos los vecinos se conocían y aún en aquellos difíciles días, era raro encontrar una puerta cerrada en Melilla la Vieja. Los tres, tomaron la decisión de cerrar con candados ventanas y puertas para cuando la casa estuviese desocupada, aunque el periodista sospechaba que aquellas medidas de seguridad iban a resultar de todo punto inútil y que el emisor del mensaje no había de tardar en completarlo. A pesar de todo Jorge estaba tranquilo. Si le hubieran querido hacer algo ya lo habrían hecho y con toda impunidad mientras estaba en la zona de guerra, es más estaba ansioso por hablar con el asaltante ya que tenía la certeza de que este estaba en poder de muchas claves del actual estado de las cosas.

El periodista por el momento tenía suficiente material para contar lo que los lectores de la península querían leer sobre la guerra y sobre las “hazañas” de la guerrilla del capitán Ariza. Con desencanto, pero con método, Jorge Villafraca siguió entregando puntual las crónicas que Andrés Cajiga enviaba al Informador.

En menos de dos meses en la plaza Jorge era un personaje reconocido e incluso respetado por los militares de Melilla. Aquella mañana hizo su ronda por comandancia donde departió informalmente con varios mandos entre ellos el capitán Picasso y el teniente Primo de Ribera, de los que todo sea dicho, no obtuvo información alguna sobre la guerra. Con los suboficiales ascendidos a base de reenganches, era otro cantar. Un billete o un paquete de tabaco, artículo que a esas alturas de la guerra comenzaba a escasear, deslizado en el bolsillo adecuado facilitaba mucha información que no figuraba en los partes de guerra oficiales, como, por ejemplo: objetivos alcanzados, número real de bajas o posiciones exactas de las distintas unidades sobre el terreno.

Finalmente, su ronda de visitas terminó en el hospital donde a Jorge le aguardaba una grata sorpresa. En pijama, pero abrigado con su guerrera, trataba obstinadamente de volver a caminar el capitán Lucas Hernández, el que con su empuje había logrado desbloquear el avance de la columna de Ortega en la dura jornada del 28 de octubre, atacando las trincheras moras con arrojo temerario.

- ¡CAPITAN, CUANTO ME ALEGRO DE VERLE! Dijo el periodista permitiéndose una familiaridad con el estricto oficial que tras su explosión de efusividad comenzó a lamentar

- ¿Cómo se encuentra? - Preguntó esta vez con más contención

-Jodido pero contento…- Respondió el héroe con una sonrisa fatigada que resaltaba el lado humano del envarado capitán que había conocido en su primera visita al fuerte de Rostrogordo.

Departió un rato largo con el herido, cuyo estado de salud distaba mucho de ser tan bueno como este pretendía mostrar. El balazo le había astillado el fémur y era difícil que volviera a andar con normalidad, algo que le alejaba de lo que más deseaba el capitán Hernández que era seguir en el servicio activo. Para darle ánimos, Jorge Villafranca le habló de la fama que tras su heroica acción había adquirido entre la gente informada de España.

-Mire Jorge: si algo le consta a este humilde servidor de España, es la facilidad con la que esta olvida a los que la sirven bien. Perdone mi pesimismo, pero son muchos años de servicio y ya me conozco el paño…- Dijo el capitán entre resignado y apenado.

Jorge sospechaba que había mucha verdad en lo que decía Hernández, pero aun así le dedicó sus mejores palabras ánimo. El periodista abandonó el hospital con un nudo en el estómago y se dirigió a la casa de la higuera a poner negro sobre blanco la información obtenida. En su crónica diaria para el Informador, no olvidaría glosar la figura heroica y trágica del capitán Lucas Hernández con el que había conversado aquella mañana.

Tras la comida se echó una siesta. El tiempo estaba tranquilo pero los días se acortaban notablemente en aquel mes de noviembre avanzado ya. Cuando despertó salió a la terraza el sol estaba ocultándose en el horizonte. Bajó a la cocina para prepararse una cafetera en previsión de una vigilia escritora. Encendió el fogón con un periódico viejo y unas astillas y depositó la cafetera sobre una trébede. Se encendió un pitillo y esperó con la mente en blanco a que el café estuviera hecho.

El ruido de una ventana golpeando en el piso de arriba le sacó de su ensimismamiento. Hubiera jurado que tras volver de la terraza había dejado todo cerrado, pero al parecer no era así. Apartó la cafetera del fuego y subió a grandes pasos a cerrar la ventana no fuera el aire a descolocar sus papeles pulcramente ordenados sobre su mesa de escritorio. Cerró la puerta que comunicaba la terraza azotea con su dormitorio que se encontraba abierta de par en par. Antes de volverse, Jorge Villafranca ya sabía que no se encontraba solo en aquella habitación.

Se volvió lentamente sus ojos se encontraron con el individuo de grueso bigote al que había visto en Málaga y el mismo que había liquidado al general Margallo la jornada del 28 de octubre, sentado en su silla de escritorio. Jorge miró furtivamente a su gabán en cuyo bolsillo guardaba el revólver y que se encontraba colgado en una percha a menos de dos metros. El intruso adivinando sus intenciones negó con la cabeza y puso un gran pistolón sobre el escritorio indicándole al periodista con un gesto que tomase asiento en una silla frente a él.

Jorge obedeció y ambos hombres permanecieron un tiempo en silencio estudiándose mutuamente.

-Bueno, pues usted dirá…- dijo Jorge Villafranca con fingido aplomo.

El extraño comenzó a hablar en un tono monocorde, como un vendedor que trata de vender un producto en cuyas bondades no cree, pero del que tiene la información bien aprendida.

-Yo sé todo de usted Sr Villafranca. Le llevo vigilando mucho tiempo, desde antes de nuestro encuentro en el puerto de Málaga. Se de su trabajo como corresponsal de guerra aquí, se de sus entrevistas con Jacinto Montaleza y se dé su relación con la señora Marlasca…-

A este punto a Jorge se le debió notar mucho la cara de asombro ya que al bigotudo se le escapó una leve sonrisa antes de seguir con su monólogo.

-Si, lo se TODO de su relación con Margarita Marlasca…-

-Pero, pero… ¿Quién diablos es usted? ¿Qué interés puede tener nadie en mi modesta persona? - Dijo el periodista perdiendo un tanto la compostura.

El intruso se tomó su tiempo antes de contestar. Se levantó temprano y anduvo por la habitación distraídamente observando los objetos que allí se encontraban.

-Ya podrá figurarse que usted es un simple actor secundario en los asuntos que me ocupan, unos asuntos que le vienen a usted muy muy grandes. No crea que le digo esto porque dude de su capacidad o valor, cualidades ambas de las que me consta que no carece en absoluto. Sólo le pido que se limite a hacer su trabajo tan bien como lo está usted haciendo hasta ahora y no se meta en camisa de once varas. Usted es listo, sin duda está ya atando cabos y estoy seguro de que hará lo acertado. Además, que sepa que en toda España se le consideran una auténtica celebridad. Sus artículos son leídos por toda la gente “informada” de la península, desde en el casino de cualquier pueblucho perdido, hasta en las más sesudas tertulias de la capital. Sr. Villafranca acabe lo que ha venido a hacer y cuando vuelva aproveche usted el tirón. Disfrute de lo logrado que la vida son dos días. Bueno eso ya debe de saberlo usted…- Esto último lo dijo de espaldas al periodista y observando con atención el sable moro colgado de la pared.

El hombre del ancho bigote ya giraba el pomo de la puerta que daba acceso a la terraza cuando Jorge le lanzó a bocajarro un par de preguntas que le quemaban e la punta de la lengua.

- ¿Por qué mató al general Margallo? ¿Quién le dio los rifles Rémington a los moros? -

El bigotudo se volvió con una leve sonrisa en sus labios y un brillo frío y duro en sus ojos pequeños y verdes.

-Como ya le he dicho, hay asuntos que le vienen a usted grandes…-

- ¿Los fusiles? No sé… será cosa de la “pérfida Albión” o de la “mano negra” o usted ya tiene la respuesta a esa pregunta. En cuanto al difunto general, no se preocupe. España y la humanidad han perdido a un tipejo incompetente y banal y han ganado un héroe. Creo que al final todos hemos salido ganando con el cambio. -

-Adiós señor Villafranca. Espero que usted y yo no nos volvamos a ver, porque eso será señal de que se encuentra usted metido en algún lío muy serio. Recuerde mis palabras. Buenas noches. -

El bigotudo salió a la terraza y antes de que desapareciera en la noche de la ciudad vieja, Jorge formuló a sus espaldas una última pregunta en voz queda.

- ¿Quién es usted? -

El desconocido se volvió y en su habitual tono desapasionado le contestó:

-Considéreme simplemente un amigo del país… -

Al tiempo que el intruso desaparecía se oyeron las llaves de la puerta. Era Jadilla que venía a prepararle la cena. 

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