DE NOCHE TODOS LOS GATOS SON PARDOS
En aquellos días en los que la plaza ya parecía a salvo del
peligro que tan sólo unas semanas antes amenazaba con terminar con la
pervivencia de siglos, llegó a Melilla a tomar el mando de la situación el
capitán general Martínez Campos. El veterano militar y político, artífice de la
restauración de los Borbones en la corona de España, era uno más de aquella
estirpe de lobos, que bien desde la alcoba o desde el cuartel habían sido los
árbitros de la política patria durante la mayor parte de aquel infausto siglo
XIX. Arsenio Martínez Campos parecía el hombre indicado para llevar las
negociaciones de paz de aquella guerra nunca declarada con el sultán Hasan I.
En el setenta y ocho, había firmado la paz de Zanjón en la que se había
obtenido la rendición del ejercito insurgente cubano, una paz precaria tras una
guerra de casi una década.
La guerra a la llegada del insigne militar, se limitaba a un
mantenimiento de las posiciones de ambos ejércitos. En cuanto a la guerrilla de
Ariza: sus salidas se limitaban a patrullas de control entre la plaza y los
fuertes, habiendo abandonado el objetivo inicial de señalar blancos a la
artillería. La verdad, es que ya no quedaba nada que bombardear. Se había
destruido cualquier cosa que estuviera en pie entre la línea exterior de defensa
y la distancia a la que llegaba una pieza de 20, que era la que, según el
tratado Wad Ras con el sultanato, se consideraba el hinterland de Melilla.
En una de aquellas salidas de perfil bajo, la columna de
Farreny interceptó a un sujeto cerca del barrio del Polígono. Se trataba de un
moro naturalizado español de nombre Mohamed Ben Ahmed, conocido en Melilla la
Vieja como “el Amadi”. Amadi, traducido al castellano significa “gato”. El gato
era querido y apreciado por sus vecinos, entre los que se encontraban Andrés
Cajiga o la viuda Jadilla y también era un confidente de la inteligencia
militar española. El Gato se movía con sigilo felino en zocos y mezquitas,
informando a las autoridades de lo que se cocía en aquellos focos
conspirativos.
El caso es que, para el ilerdense y sus hombres, cualquier
moro que anduviese extramuros después del toque de queda era un enemigo en
potencia, y es que como dice el popular dicho castellano “de noche todos los
gatos son pardos”. Sin dejarle explicarse ni mostrar los documentos
acreditativos de que se encontraba en una misión, los hombres de Farreny
comenzaron a apalear al infeliz espía. Luego con el Amadi, más muerto que vivo,
José Farreny decidió que la faena era merecedora de premio y ni corto ni
perezoso sacó una faca de Albacete roñosa de anteriores usos y procedió al
corte de los apéndices auditivos del desdichado Gato. Finalmente dejaron al
pobre infeliz abandonado en el sitio para que fuese pasto de chacales y
buitres.
Es cosa sabida que los gatos son animales que poseen siete
vidas. Mohamed Ben Ahmed esa noche gastó seis de las suyas. Al amanecer,
arrastrándose alcanzó el barrio del Polígono donde los vecinos que le conocían
le atendieron y curaron en parte sus heridas.
El hecho llegó a oídos del mismísimo Capitán General que
abrió una investigación al respecto. Pronto salieron a la luz todos los
crímenes cometidos por la guerrilla. Los generales Ortega y Macías fueron
destituidos. El capitán Ariza pasó directamente a la reserva y se disolvió la
unidad irregular que mandaba. Los presos volvieron a sus presidios y a José
Farreny se le abrió un consejo de guerra que le condenó a muerte. Llevado a
rastras por el pelotón encargado de su ejecución, fue fusilado de rodillas
implorando una misericordia que él nunca tuvo con sus víctimas, un amanecer en
la explanada del fuerte Camellos. En todo aquel asunto, el único que obtuvo
algún beneficio fue Jacinto Montaleza, principalmente por la intercesión de
Jorge, que consiguió que se le liberara de sus grilletes y un estatus de preso
de confianza que le permitía moverse con cierta libertad por algunos lugares de
la plaza.
En el mes de abril las negociaciones de Martínez Campos se
trasladaron a la corte en Marrakech, donde se entrevistó directamente con el
sultán. Con la amenaza más o menos velada de extender la guerra contra las
cabilas al resto del sultanato alauita, se exigió la titularidad española del
hinterland de Melilla que antes sólo se reconocía de facto y una indemnización
por daños de guerra de veinticinco millones de pesetas. El reino de Marruecos
ofreció dos millones y calló en cuanto al territorio, lo cual provocó una
retirada de los negociadores españoles. Aquello casi equivalía a una
declaración de guerra. Hasan I temeroso (y con razón) de las ambiciones sobre
su tierra por parte de España y otras potencias europeas, accedió a una
indemnización de veinte millones de pesetas, pagaderos en ochavos morunos de
plata y a la confirmación del tratado de Wad Ras sobre el territorio extramuros
de Melilla, así se dio por concluida aquella guerra no declarada.
Las cifras oficiales hablaron de aproximadamente quinientos
muertos españoles y unos cinco mil por el bando rifeño. A Jorge le constaba que
el número de bajas fue bastante mayor en ambos bandos. La indemnización que
nunca llegó a cobrarse íntegramente se vendió como un gran triunfo de las armas
y la diplomacia españolas, pero aquel dinero jamás llegó al pueblo español.
Todo quedó a la discrecionalidad de los que desde tiempos inmemoriales
parasitaban las instituciones del país, algunos de ellos culpables directos de
aquella tragedia.
Pocos días después de firmada la paz y finalizada la misión
que en un principio le había traído hasta Melilla, Jorge se entrevistó una
última vez con el bandolero Jacinto Montaleza alias “Malasangre”, muy a pesar
del Coronel Posadas y el teniente Arellano, ante la orden expresa del capitán
general Arsenio Martínez Campos (que como buen político no quería indisponerse
con la prensa de Madrid) de dispensarle un trato de preso de confianza en un
régimen de semilibertad dentro de las murallas de la plaza.
-Bueno, pues parece que hasta aquí hemos llegado- Dijo el
bandido clavando su incisiva mirada en el periodista.
-Le consta a usted que no soy ningún angelito. He cometido
muchas barbaridades y villanías que horrorizarían a cualquier hombre
civilizado. Pero no he disfrutado haciéndolas y usted ha sido testigo de cuáles
eran las circunstancias en las que cometí algunos de esos actos execrables,
unas circunstancias que desgraciadamente me han acompañado desde que tengo uso
de razón. No espero que cuente mi historia de una forma distinta a la que es.
Sólo quiero que no me muestre como el monstruo que personas que desconocían mis
circunstancias dijeron que fui y que aún lo soy. Si pudiera volver atrás, me quitaría
la vida antes de cometer mi primer crimen- Dijo Montaleza con una expresión
seria, que parecía de genuina sinceridad.
El haber combatido al lado de alguien otorga una apreciación
probablemente distinta de cómo es realmente esa persona en su relación con la
sociedad y es que Malasangre se había mostrado como un intachable compañero de
armas. Incluso había salvado la vida del periodista en su última salida con la
guerrilla de la muerte. Esas cosas nunca se olvidan.
-No se preocupe Jacinto. Le prometo que lo que escriba le
hará justicia. -
-No esperaba menos de usted. -
-Le escribiré y le haré llegar los artículos con su historia.
-
-Gracias por todo. -
-No, gracias a usted. Espero que nos volvamos a ver en otras
circunstancias… -
Ambos hombres se despidieron con un fuerte apretón de manos.
Al día siguiente, Jorge embarcó de nuevo en el vapor Mahón
despedido con lágrimas por parte de la viuda Jadilla y una mezcla de pena y
alivio por el lado de Andrés Cajiga, que veía que con el periodista se le iba
una generosa fuente de ingresos, pero también la inquietud para su vida
tranquila y sedentaria.
Un fuerte temporal azotaba el mar de Alborán, aunque esta
vez Jorge no se mareó. El hombre que observaba impasible como la proa del buque
rompía las grandes olas no era el mismo que había viajado al Norte de África
casi seis meses antes.
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