domingo, 26 de octubre de 2014

CON LA MOSCA DETRÁS DE LA OREJA


Vuelve el puñetero veranillo del membrillo como una maldición para todos los que como Jeanette tenemos “un corazón de poeta” y el oro viejo de las hojas de los árboles otoñales nos provoca una congoja sensiblera propicia al advenimiento de las musas. Un anticiclón se ha hecho fuerte en la Península Ibérica y lleva camino de joder lo que prometía ser un año glorioso en la recolección de setas silvestres. Esperemos que pronto vuelva la lluvia haciendo que el paso del verano al invierno no sea tan abrupto como la experiencia nos dice que es los años de verano interminable.

 

Con el repentino buen tiempo se ha reactivado con fuerza la actividad de los insectos, en especial la de esa familia tan molesta conocida genéricamente como moscas, voy a narrar mi experiencia con algunas de ellas.

 

En el difícil intento de bajar del peso crucero al semipesado, trato de hacer cinco comidas al día. Comer poco pero muchas veces, esa es la regla de oro de la alimentación del deportista de “elite”, por eso me llevo almuerzo al trabajo. Por no tirar la basura todos los días, algunas peladuras de fruta han fermentado en la papelera de mi despacho dando lugar a la eclosión de un enjambre de drosophilas melanogaster  o moscas de la fruta. He retirado y lavado la papelera donde eclosiono la plaga de pequeñas moscas rojitas, pero un creciente número de ellas sigue volando por mi oficina, ajenas a que su final está cada vez más cerca. Cualquier madrugada clara que baje la temperatura por debajo de los cero grados centígrados, serán solo un recuerdo difuso del buen tiempo.

 

El finde pasado por fin pude meter  mano a la finca, que buena falta le hacía... El trozo donde tengo mis animales, unos dos mil metros cuadrados, llevaba sin limpiarse desde el principio del verano, algo más de tres meses. Contando sólo al perro cuyos excrementos con mucho son los más asquerosos de la “granja Miriquituli”, a razón de dos al día por cien días aproximadamente, nos dan la nada despreciable cantidad de unas doscientas cacas de perro. El perro, teniendo espacio, caga todo lo lejos que puede del lugar donde come y bebe, en este caso en una zona  donde aunque seca permanece aún una buena parte de la hierba que creció la pasada primavera. Mi trabajo en la finca el pasado fin de semana ha consistió en retirar esos cientos de excrementos de perro situados en zona difícil. Para este fin me he servido de una especie de escoba-rastrillo de láminas de acero y una pala. Según rastrillaba-barría las cacas, la hierba vieja se desprendía dejando una alfombra rala de hierba nueva, que seguramente no llegara a florecer ni espigar, muriendo con las primeras heladas. El caso es que esa hierba muerta mezclándose con los moñigos hacía algo menos asquerosa mi ingrata labor. Mientras llevaba las carretillas al estercolero que hay justo en el límite del terreno, un enjambre de moscas rabiosas de las variedades musca domestica y chysomya megacephala o “mosca  de los excrementos”  acometía enérgico el montón de zurullos que removidos del suelo se presentaban con renovada jugosidad ante los ojos compuestos de los fastidiosos bichos.

 

Para este fin de semana que se presenta igual de soleado, tengo prevista la limpieza de lo que queda. Esto son palabras mayores ¡Catorce carretillas de estiércol del borrico saqué la última vez! La limpieza de la cuadra y el corral de Homero, tiene algunas ventajas sobre la que llevé a cabo la semana pasada en el terreno donde se alivia mi perro Canelo. La caca está localizada en pocos metros cuadrados y de largo los excrementos de un herbívoro estricto son mucho menos asquerosos que los de los animales que consumen carne de otros animales. Localizada en los establos se encuentra otra insecto conocido como “mosca” es la stomixys calcitrans conocida coloquialmente como “mosca brava o mosca de establo” este verano he sufrido en mis piernas desnudas los mordiscos de este despiadado bicho.

 

Mientras limpio, saco al burro a pastar  algunas plantas que permanecen verdes hasta la llegada del frío. La hierba nueva, algo falta de agua, no parece que a ojos del jumento represente una comida lo suficientemente sustanciosa aún. Al paso que va el otoño, seguramente no lo sea hasta la próxima primavera. Mientras pasta los matorrales antes mencionados, al poco rato observo como cabecea y sacude las orejas con desesperación. Pese a que el interior de sus orejas está lleno de un pelo largo y fino, unas pequeñas mosquitas se introducen dentro, se adhieren a las paredes y le chupan la sangre al pobre Homero. Con un trapo le limpio el interior de las orejas. Cuando saco el trapo este sale lleno de hematobias irritans aplastadas y ahítas de sangre. Si la insectación es muy grande, la sangre podría llegar a chorrearle de las orejas al burro. He probado varios repelentes de insectos, en spray, rollón y collar, todos son poco efectivos. Lo único que parece evitar que estos bichos ataquen al sufrido animal, es untarle el interior de las orejas al borrico con un trapo empapado en aceite. Esto no repele a las mosquitas, pero al menos impide que se le puedan pegar a la pared interior de la oreja para alimentarse de su sangre como minúsculos vampiros.

 

Por último, aunque no voy a cambiar ahora nada ya que es más bien una labor de primavera que de otoño, querría hablarles de cómo combato otra plaga de moscas. El bichejo en cuestión es la bactrocera oleae o “mosca del olivo” que se alimenta de la pulpa de la aceituna afeando su aspecto y calidad. Esta resulta la plaga más grave en términos económicos que afecta a esos chaparros árboles-monumento de dura madera gris. En la agricultura comercial convencional se utilizan profusamente substancias insecticidas que al final acaban en los estómagos de golondrinas, murciélagos y otros muchos animales insectívoros, o lo que es peor, en los nuestros, al consumir el aceite o las aceitunas tratadas con estos nocivos productos. El remedio que utilizo para combatir esta plaga es: colocar cada dos o tres árboles unas botellas de plástico (Las de agua de litro y medio son perfectas) rellenas a la cuarta parte con una mezcla de agua, vinagre y un poco de azúcar.  A las botellas se les pone un trocito de alambre para fijarlas a las ramas y se les hacen tres o cuatro agujeros en el cuello de la botella para que puedan penetrar los insectos atraídos por el olor de la mezcla. En poco tiempo la botella estará llena de moscas, de las del olivo y de otras muchas, así como de algunas avispas y maripositas y es que en cualquier guerra, aún en esta guerra química casera, siempre hay daños colaterales…

 

Dr Miriquituli.

 

 

 

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