viernes, 8 de febrero de 2013

UN AÑO Y UN POCO MÁS "LA BLANCA"


A Santiago ya le habían dejado antes, pero nunca le había dolido tanto como aquella vez.

Sin darse cuenta se había enamorado profundamente de María. Lo que habían hecho, lo que habían dicho, ya nada importaba. María estaba en Córdoba con su antiguo novio y él allí, en aquella puta mierda de sitio. Tenía dos posibilidades: meterse el cañón del Cetme en la boca y volarse los sesos, como desgraciadamente hacían con mucha frecuencia otros chavales que cumplían el servicio militar o aguantar la presión durante algo más de 3 meses y marcharse a la “peni” a empezar de nuevo. Sin demasiado entusiasmo eligió la segunda opción.

 

Había llegado un nuevo reemplazo de bichos ¡Sus bichos! Por supuesto no eran ni más ni menos listos que él ni que los de su reemplazo, solamente habían nacido unos meses más tarde o habían pedido alguna prórroga, pero tenían la mala suerte inmediata de haber llegado los últimos a la cueva. Como en todos los reemplazos siempre había alguien que llevaba la voz cantante, en el nuevo había un tío de Mazarrón-Murcia, un “Angelito Moraleda” en su estilo. Igual que el de Albacete, Toni Méndez, que así es como se llamaba el nuevo miembro de la cia mar, era un tipo extrovertido y con una personalidad expansiva que le hacía estar metido siempre en todos los “fregaos”. Prácticamente todas las frases las empezaba o las terminaba con la coletilla “¡Ya ves!” pero dicha con un fuerte acento murciano, sustituyendo la “s” por una “h” aspirada ¡Ya ve! Yo en mi pueblo, no salgo ningún me por meno de veinte mil duro y aquí ochosientas pela na ma. Yo pa ochosienta pela me quedo en mi casa comiéndole el coño a mi novia ¡Ya ve! Con ese insistente latiguillo el mote que le adjudicaron no podía ser otro que “Yahvé Todopoderoso”

 

Como era costumbre en la cueva el peso de los servicios de armas recaía sobre todo en los veteranos. También el de los arrestos.  En Melilla aquel otoño llovió torrencialmente durante muchos días, por lo que tampoco se podía salir a la mar y el paseo de por las tardes tuvo que ser suspendido en varias ocasiones. Aquel ambiente frío y gris influía muy negativamente en el ánimo de la tropa y muy especialmente en el de Santiago Reche, que para paliar la melancolía y tratar de ser una persona que no era: dura y desapegada, se dio a la bebida y a la grifa. Se levantaba por la mañana y no iba ni siquiera a desayunar para fumarse un porro en la ventana que ese día estuviera a barlovento. Su vida se deslizaba por una pendiente resbaladiza, en la cia mar ya habían visto antes eso muchas veces. Tan ido andaba Santiago, que el cabo Blanco le dio un toque:

 

-¿Qué pasa contigo Madriles? ¿Cómo andas tan colgao? Cualquier día cometes un error, te trinca alguno de estos hijos de puta y te mandan dos meses al calabozo.-

 

Santiago asintió indolentemente a las palabras del cabo y siguió en sus trece. Se fumaba todos los porros que podía y siempre llevaba una petaca llena en el bolsillo.

 

Como había pronosticado Blanco, Santiago se volvió descuidado. Un día que volvía de paseo con un pedo muy gordo, en el cuerpo de guardia le dieron la siguiente noticia: Paco Checa, su antiguo compañero, su “abuelo”, había muerto en Madrid a causa de una sobredosis de heroína. El madrileño se fue a la camareta a ponerse el traje de faena con las palabras del cabo de guardia resonando todavía en su cabeza pero sin acabar de comprender el alcance de las mismas. De repente, fuertes voces en la nave dormitorio anunciaron por sorpresa una inspección de taquillas. Santiago Reche había subido esa tarde al Poblado y tenía en su poder lo que le quedaba del talego (mil pesetas) que había pillado, aproximadamente unos 12 gr de hachís. La posesión de esa cantidad se podía considerar tráfico y si le pillaban con ello encima podían mandarlo a un castillo militar de 6 meses a 2 años. El madrileño se encontraba a medio desvestir. Había bebido mucho güisqui y fumado muchos canutos. También se había tomado una pastilla de rohipnol, un potente barbitúrico que le había regalado un soldado de sanidad que conocía del campamento. El Sargento primero Vela y el cabo de guardia comenzaron a registrar la taquilla y la ropa de Santiago. El costo estaba guardado en un bolsillo de los pantalones de bonito. En un pequeño despiste del sargento y del cabo, Santiago sacó el costo y se lo metió en la boca.

 

-¿Qué estás haciendo? ¿Qué tienes en la boca?- Dijo Vela al tiempo que Santiago se tragaba la china.

 

El sargento primero propinó al marinero un fuete puñetazo en el estómago que hizo que se le doblasen las rodillas. Santiago tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no vomitar el hachís que se había tragado con celofán y todo. Entre el cabo y un marinero de guardia le ayudaron a llegar a la prevención donde Vela había decidido que pasaría la noche hasta que al día siguiente el oficial de guardia y el capitán decidiesen que hacer con él.

 

Por la mañana el capitán Villalba y el alférez Oses se encontraron con un dilema. No le podían mandar al calabozo, ya que el madrileño había hecho desparecer las pruebas del delito, pero su comportamiento tampoco podía quedar impune. Optaron por imponerle un arresto indefinido. No podría salir de la cia mar en los casi cuatro meses que le quedaban hasta su licencia y por supuesto realizaría todas las labores penosas que surgieran en la compañía.

 

Santiago pasó la noche en un convulso duermevela, entre otras cosas por la piedra de hachís que se estaba disolviendo en su estómago. Al día siguiente se encontraba muy mal físicamente y aún así tuvo que aguantar en posición de firmes el interrogatorio del oficial de guardia. Si Vela era duro, el alférez Oses no le iba a la zaga, aunque era un hombre que no tenía mal fondo. Al contrario que el sargento primero, para el alférez los muchachos que entraban a formar parte de la Compañía de Mar eran su responsabilidad y a pesar de que cumplía estrictamente los reglamentos no era de los que le arruinan la vida a un chaval de 20 años. Sabía que Santiago Reche era un porrero, pero no le tenía por un delincuente. Algunos mandos lamentaron la caída en desgracia del marinero. Chupetín tuvo palabras amables hacia él. Le recomendó que asumiera el castigo y que no volviera a repetir algo como lo de la noche anterior. Cada uno en su sitio, pero tras el mes de estancia en el Peñón, el marinero y el sargento sentían un aprecio mutuo. También hubo quien al pasar por las oficinas se regodeó ante la desgracia de Santiago, como el cabo Espigares o el sargento Luna, que directamente le amenazó con mandarle al calabozo a las primeras de cambio.

 

Los primeros días de arresto fueron duros. Los hechos por los que había sido arrestado estaban aún muy recientes y el ojo de los mandos permanecía fijo sobre Santiago. Con el paso de los días el asunto se fue relajando. Además ¡Él era el abuelo ahora! Y el trabajo pesado siempre lo hacían los bichos. A pesar de todo, estar arrestado era una gran putada y había que ser fuerte psicológicamente para aguantar en la cueva sin la válvula de escape de salir a la calle de vez en cuando. Lo de dormir en la prevención… hasta le venía casi bien para no tener que participar en las inocentadas que habitualmente dirigía Angelito Moraleda. Solamente participó en la “jura de bandera” como “general Gavioto” el mismo papel que desempeñó en la suya Ucellai. Para eso es para lo que había quedado… para hacer el papel de “Ucellai”, aquel pobre idiota que nunca se lavaba.

 

En aquellos días pensó mucho en Paco Checa, aquel amigo de sus primeros días en la cueva, que ahora ya no estaba. Las drogas seguían muy presentes en la Compañía de Mar: el alcohol, el hachís, todo tipo de pastillas, tripis, incluso se podían conseguir coca o caballo.  El LSD  había estado detrás de un par de tiroteos aquel año en otros cuarteles de Melilla en los que varios soldados de guardia lo habían consumido. La combinación del “ácido” y otras drogas con armas de fuego, habían dado como resultado, un muerto y varios heridos. Era una empresa difícil y más en el sitio donde estaba, pero Santiago había tomado una decisión: iba a dejar de consumir cualquier tipo de droga mientras estuviese en la cia mar.

 

Hacía ejercicio a diario, a veces solo, a veces en compañía de otros marineros. Con el paso de los días, siempre que saliera alguien más, a la hora del paseo, podía ir a correr por Melilla la Vieja. En una de sus salidas se encontró con Doña María que se dirigía a la iglesia de la Concepción a oír misa. Santiago se paró un rato a hablar con ella y le contó lo de la carta que le había escrito su nieta.

 

-Creo que María está confundida. Ha sucedido todo muy deprisa entre vosotros y aquel novio suyo de Córdoba es una certeza, un punto de apoyo. A ti te ha conocido en unas circunstancias muy especiales. Tú aquí estás solamente de paso. Creo que si quieres a mi nieta, la debes de llamar e ir a verla cuando te licencies. Lo tienes a la vuelta de la esquina.- El marinero se despidió de la anciana y quedaron en que si había alguna novedad sobre el caso de Jorge Fuster, se comunicarían a través de Paya, de la Anchoa o de alguno de los vecinos de Melilla la Vieja en los que se pudiera confiar.

 

Las lluvias dejaron paso a un tiempo seco con días luminosos y noches en las que una densa niebla subía desde el mar y el frío calaba hasta los huesos. Junto al aljibe de la fortaleza había un cuartito de piedra enjalbegada con cal que se utilizaba como cuarto de las basuras. Los restos de las comidas se guardaban en unos cubos que una vez a la semana se llevaba un camión a una granja de cerdos que había en el Regimiento Alcántara. Aquellos heroicos cochinos, alimentados con las sobras, cubrían parte de la demanda de chorizo, morcilla y tocino que acompañaba la legumbre en el rancho diario de los cuarteles de la plaza. El caso es que por las filtraciones producidas tras las lluvias, los cubos navegaban en un par de palmos de agua mezclada con basura en estado de descomposición. Las obras de pavimentación de la parte de arriba de la plaza habían acabado con casi quinientos años de impermeabilidad de la fortaleza y amenazaban con filtrar toda aquella mierda al aljibe, inutilizando la reserva estratégica de agua de la vieja fortaleza. Urgía achicar, desinfectar con Zotal y volver a enlucir y encalar el cuartucho.

 

Primero sacaron los residuos sólidos, que como ya hemos dicho consistían en restos de comida fermentados con algunas ratas muertas añadidas al “menú”. Luego a cubos que iban pasando de mano, vaciaron el agua pestilente en el alcantarillado. Para llenar los cubos, varios marineros en chancletas y con los pantalones remangados se tenían que meter dentro del cuarto de basuras. Esta labor correspondió a los arrestados entre los que aún se encontraba Santiago Reche. Cuando achicaron la mayor parte del agua aún quedaban cuatro dedos de lodo. Para llenar los cubos empezaron a emplear palas. Al golpear uno de los bichos arrestados golpeó con la pala en una de las paredes, se desprendieron algunas piedras de la misma. Las retiraron para más tarde preguntarle al cabo que había que hacer con ellas. Santiago se agachó para ver el agujero qué había quedado. En el fondo observó una piedra blanca que le llamó la atención. Al tirar de la supuesta piedra, un hueso largo salió a la luz. Ahuecó un poco más la mezcla de arena y guijarros y descubrió nuevos huesos. Ninguno de los marineros presentes tenía conocimientos de anatomía  para determinar el origen de los restos que había en el agujero, pero el volumen redondeado de una calavera dejó claro que aquellos huesos eran de un ser humano.

 

-Bichín, vete a la cueva a avisar al cabo de guardia- Santiago Reche sacó la calavera y algunos huesos más de la oquedad y los dejó en los peldaños de la escalera que daba acceso al cuartucho. Desde que había sacado el primer hueso, el madrileño tenía claro que eran de una persona…. y además, creía saber de qué persona se trataba.

 

Al poco rato llegaron el cabo y el sargento que aquel día era Cabello, el recién llegado de Ceuta. En un momento casi todos los miembros de la compañía de mar así como un número creciente de transeúntes que pasaban por la plaza de los aljibes  estaban delante del cuarto de las basuras,todos contemplando la calavera y los huesos que Santiago había sacado del agujero. Entre el gentío estaba Paya el aguador, que intercambió con el madrileño una mirada de inteligencia y siguió con su carrito ciudadela arriba. También estaban Vela y Luna, como petrificados ante la calavera. Sin duda, igual que Santiago Reche, ellos también sabían a quién pertenecían los restos emparedados en el cuartito. Los ojos azules claros del sargento primero se posaron sobre los de Santiago que le mantuvo la mirada y no le gustó nada lo que vio en ellos.

 

El general segundo jefe de Melilla salió de su residencia acompañado por el comandante ayudante y al ver tanta gente unos metros debajo de donde estaba su coche, mandó al comandante a informarse. El capitán Villalba le dio novedades y el comandante ordenó que se pusiera un marinero de la guardia custodiando los restos hasta que vinieran la guardia civil y el juez a levantar el cadáver. A las pocas horas un capitán de la benemérita, acompañado por un par de agentes de paisano sacó en una bolsa los huesos del cuarto de las basuras. También tomaron declaración a Santiago y a los demás marineros sobre cómo se había producido el macabro hallazgo.

 

Durante los siguientes días no se habló en la cia mar de otra cosa que no fuese la identidad del fiambre encontrado en el cuartito de la basura. La teoría más extendida es que era un muerto que llevaba allí siglos. Santiago y algunos mandos de la compañía tenían una teoría distinta.

 

Tanto en Melilla como en Ceuta, las Compañías de Mar se encargaban del desembarco de las municiones para los distintos cuarteles de la plaza. Aquella vez estaba amarrado en el puerto un barco especialmente grande con municiones para la Legión, por lo que los soldados del Tercio también ayudaron a la descarga con hombres y con sus camiones.

 

Los lejías son una fuerza de intervención rápida y todas sus actividades las realizan a toda ostia. Así es como llego la columna de legionarios hasta el barco. Los camiones y jeeps frenaron en seco junto al barco y los hombres formaron en un tiempo récord. Los legionarios estaban al mando de un sargento, un individuo menudo, pero muy erguido y fibroso, acompañado de dos cabos. Uno, un tipo enorme con una espesa barba negra que le llegaba por la barriga y el otro, el cabo negro que mandaba el pelotón que había ayudado a Santiago cuando intentaron asaltarle en el poblado. Nada más acceder a las bodegas del carguero, los legionarios comenzaron a liar gruesos canutos, pese a la prohibición expresa de fumar entre tanto material explosivo. Estupefacto se quedó el sargento Núñez Buendía cuando, el sargento de la Legión le ofreció fumar unas caladas de su porro delante de todos los marineros, invitación que tuvo que declinar con una forzada sonrisa. El que no la declinó fue el cabo negro, de nombre Osman, que le quito el canuto a su sargento de entre los dedos y se marchó con el por encima de una pila de obuses impartiendo ordenes y dando puntapiés a los lejías que se escaqueaban.

 

Días después de la descarga de las municiones, tres arrestados más recientes que Santiago, ocuparon las camas sobrantes de la prevención, haciendo que el madrileño volviese a dormir a su antigua camareta. Entre los arrestados estaban Angelito Moraleda y un par de marineros más, que habían salido a hostias con unos pistolos en el Acuario, un puticlub que caía cerca del Regimiento de Artillería Mixta 32. No se sabe muy bien cómo empezó la pelea, el caso es que al final llamaron a la PM y trajeron detenidos a los 3 marineros una noche a la Cueva.

 

La camareta de Santiago, ahora estaba ocupada por Orejas Bamby, el Diablo y un chaval muy tímido de Utebo, un pueblo de Zaragoza. Se llamaba Carlos y de apellido Abejarro, por lo que en la compañía le endosaron el mote de “el Abejorro” Aquel muchacho olía que tiraba para atrás. Según afirmaban Orejas y Diablo, en todo el tiempo que el Abejorro llevaba en la cueva, nunca le habían visto ducharse, es más, tampoco se desnudaba en público. Enterado del asunto, Angelito Moraleda, máximo azote de bichos de la cia mar, decidió tomar cartas en el asunto. Acompañado de un par de abuelos, una noche fueron a buscarle a la camareta, todos muy borrachos, como de costumbre.

 

-¿Qué pasa contigo bichín? Hueles a perro muerto y ofendes la delicada nariz del abuelo. Dicen que nunca te lavas ni te mudas. Esta noche vamos a resolver este problema de una vez por todas.-

 

- ¡Ya ve! Huele el pavo peor que “una tonta cagá” Apostilló Toni Méndez desde una camareta vecina

 

-¡Tú cállate si no quieres ir a la ducha también…. Yaveh Todopoderoso! Vamos Abejorro, vete despelotando y venga para las duchas.-

 

-Mañana me ducho sin falta, dejadme dormir que no me encuentro bien-

 

-Este menda es tonto. ¿No has oído lo que te he dicho? ¡Tira para las duchas!- Dijo Ángel Moraleda furioso

 

Al mismo tiempo, los veteranos que se habían sumado a Angelito volcaban el colchón de la litera dando con los huesos del mañico en tierra. Carlos Abejarro se defendía con uñas y dientes, pero pronto le inmovilizaron y le arrastraron hasta las duchas. Una vez allí le despojaron de la camiseta y los calzoncillos. El Abejorro tenía el cuerpo cubierto de una espesa mata de pelo muy negro y rizado, entre la maraña de vello que le cubría el pubis sobresalía un pene minúsculo. No es que la tuviera pequeña por la subyugante situación en la que se veía, es que la tenía pequeñísima. El rojo glande apenas sobresalía de la pelambrera. Aquel muchacho sufría una anomalía física, no es extraño que por ello no quisiese desnudarse en público.

 

Angelito y los otros veteranos, implacables le empujaron hasta las duchas y abrieron el grifo. No contentos con esto cogieron la manguera con la que se limpiaban los retretes y con el frío chorro, completaron la faena.

 

-¡Hala chaval! Ya te puedes ir a la cama. Te hemos quitado las pelotillas para una buena temporada- Dijo Ángel Moraleda, muy satisfecho de sí mismo.

 

Algún marinero le dejó una toalla colgada del grifo. Al poco rato Santiago oyó al Abejorro regresar a la camareta y en el silencio de la noche, el madrileño sintió cómo aquel muchacho lloraba de vergüenza y de rabia en su cama.

 

Un artículo aparecido en el Telegrama de Melilla, el periódico local, descendiente de aquel Telegrama del Rif donde escribía  en sus tiempos de colaboración con la administración colonial el mismísimo Abd el Krim, vino a romper la gris rutina de la Compañía de Mar de Melilla. En el artículo, a dos páginas, Doña María Medrano, le exponía al periodista su teoría sobre el reciente hallazgo de unos huesos humanos en la plaza de los Aljibes. En él, la anciana afirmaba que pertenecían a un cabo de la cia mar desaparecido hacía más de 60 años con el que había estado prometida y que había sido dado por desertor. Ni más ni menos que el cabo Jorge Fuster. En el artículo figuraban cartas manuscritas por el propio cabo y algunas páginas de su diario. Los documentos que Santiago había encontrado en el Peñón de Vélez de la Gomera. El periódico prometía seguir con la historia y aportar nueva documentación. Aunque de ámbito local, el Telegrama de Melilla era un tabloide serio que no publicaba cualquier asunto escandaloso solamente para vender más periódicos. En cuanto a la Compañía de Mar de Melilla, aunque un cuerpo poco numeroso y de poca importancia, era toda una institución en la plaza. No en vano afirmaban que era la unidad militar más antigua del mundo, cuyo origen se remontaba al siglo XV y a Pedro Estopiñán de Virues “conquistador de Rusadir” Lo que sí era indiscutible, es que la cia mar era el cuerpo más antiguo de la ciudad norteafricana y gozaba de un gran prestigio social en la misma.

 

Santiago sabía que Doña María era una persona muy bien relacionada en la ciudad autónoma, pero para que el Telegrama publicara su historia aportando solamente los manuscritos de Jorge Fuster…. Sin duda, la anciana guardaba algún as en la manga. Aquella misma tarde ella y Santiago mantuvieron una larga conversación telefónica. La anciana dama insistió en que él debía quedar al margen, al menos hasta que se licenciase y estuviese libre de las posibles represalias de los mandos de la cia mar. La conversación con Doña María no le aclaró nada del asunto.

 

Sin ningún hecho reseñable que contar, transcurrió el tiempo hasta que tan sólo quedaban un par de semanas para las navidades, unas fiestas que el reemplazo de Santiago irremediablemente iba a pasar lejos de casa. El madrileño con los meses transcurridos en la cueva, había adquirido como un sexto sentido sobre cómo estaba el ambiente en el cuartel y en aquel momento la cia mar era una olla a presión por numerosas circunstancias: El ojo del alto mando de la plaza estaba puesto sobre ellos tras el hallazgo de los huesos y las revelaciones de María Medrano al Telegrama de Melilla. Esto hacía que los mandos estuvieran nerviosos y extremaran la disciplina. Los veteranos estaban muy quemados y a consecuencia de este queme, el puteo a los bichos  era constante. La principal víctima era Carlos “Abejorro” al que Angelito obligaba a ducharse a diario delante de él y de otros abuelos que le dedicaban bromas crueles a causa de su defecto físico “Un aguijón muy pequeño, para un abejorro tan grande” o “Tu novia te tiene que echar mucho de menos, con esa gran polla que tienes” El chaval había renunciado a defenderse y respondía a las chanzas con una sonrisa idiota pintada en su cara.

 

A principios de Enero, la cia mar de Melilla relevaría a la de Ceuta en los destacamentos de las islas. Pocos días después llegaría un nuevo reemplazo de marineros. Santiago compartiría algo más de un mes con ellos en la cueva, y luego…. a la “peni” con la blanca. Aquella noche nombraron los destacamentos. El madrileño se sintió algo triste al no oír su nombre en aquellas listas, aunque sabía que los del reemplazo más antiguo no iban nunca. Había vivido momentos inolvidables en el Peñón y casi seguro que no volvería jamás a aquel sitio tan especial.

 

La noche de Noche Buena a Santiago Reche le tocó guardia como a varios veteranos más, entre ellos Ángel Moraleda, que en las últimas semanas de arresto había dejado de afeitarse y lucia una negra y poblada barba que le confería un aspecto feroz. Angelito bebía más que nunca y se pasaba tres pueblos con los bichos. ¿Cómo en tan poco tiempo, aquellas opresivas cuatro paredes habían podido cambiar tanto a una persona? Nada quedaba de aquel tío simpático y juerguista que Santiago había conocido en la travesía desde la península en el Antonio Lázaro. De hecho ni el barco existía ya, parecía como si hubieran estado décadas en aquel cuartel, como si hubieran estado aislados en una burbuja y fuera, el tiempo hubiera pasado mucho más rápido que en la cueva. Tomaron una cena especial esa noche, langostinos y cordero asado regado todo con abundante cava. Santiago se acostó a las doce en el cuerpo de guardia, pero Angelito siguió privando en la cantina, que al ser una noche especial permaneció abierta con los marineros entrando y saliendo hasta altas horas de la madrugada. A las cinco menos diez Santiago y el cabo de guardia fueron a buscarle a la cantina para hacer el relevo del puesto del varadero. El albaceteño los acompañó de mala gana tras hacer que el cantinero le rellenara la petaca de güisqui. De camino al puesto, a Santiago le pareció ver una figura conocida sobre las murallas de la vieja fortaleza ¿El cabo Jorge Fuster? No le veía desde que se marchó a la isla.

 

-¿Quién está de puesto en el varadero?- Preguntó Ángel con voz estropajosa de borracho.

 

-El abejorro. Espero que no esté durmiendo, el caraja ese.- Contestó el cabo

 

-Si está sobao, me lo dejas a mí ¡Se va a espabilar ese bicho de una puta vez!- Dijo Angelito con una sonrisa torcida, dibujada en su cara barbuda.

 

Santiago sintió ganas de recordarle los tiempos en los que él era el acosado a manos de aquel indeseable de Inchausti, pero prefirió mantenerse callado. Cruzaron el Arco de la Marina y salieron a la avenida que recorre el puerto de Melilla. Ya cerca del varadero, los dos marineros y el cabo vieron al bicho fuera de la garita mirando al mar con el Cetme terciado. Los pasos del relevo sonaban rítmicamente en el silencio de la noche top, top, top, top…. Tantos meses de marchar juntos haciendo instrucción, hacían que los tres hombres llevaran el paso espontáneamente, como si estuvieran desfilando. Ante el sonido de las pisadas Carlos “Abejorro” se volvió…. Después todo sucedió muy deprisa. Santiago pudo ver la llamarada que salía por la bocacha del fusil del centinela y cómo Angelito Moraleda salía despedido hacia atrás cómo si un puño invisible le hubiera golpeado. El abejorro había disparado a Ángel. Santiago y el cabo saltaron y se escondieron detrás de una lancha, el madrileño corrió un par de veces el cerrojo del Cetme para sacar la bala de fogueo y meter una bala de fuego real en la recamara. Se quedaron allí sin asomar la cabeza. Al poco rato oyeron otra descarga. Reptaron uno hacia popa y otro hacia proa de la embarcación varada tras la que se habían escondido. Cuando se asomó Santiago, lo primero que vio fue la suela de las botas del Abejorro. El chaval estaba tendido junto a la garita. Se había puesto la boca del fusil debajo de la barbilla y había apretado el gatillo. Una mancha roja y viscosa chorreaba por la blanca pared y los cristales de la garita. El cabo cogió el walkie talkie que había en el interior de la misma y avisó al cuerpo de guardia para que despertasen al sargento. Mientras, Santiago Reche se acercó a ver en qué estado se encontraba el albaceteño. Ángel Moraleda estaba tendido en un charco de sangre. La bala le había atravesado el pecho. Tenía los ojos muy abiertos y el rostro cerúleo. El madrileño pudo comprobar que su camarada aún respiraba, aunque con mucha dificultad.

 

- ¡Qué putada Madriles! No te voy a poder dar con la blanca en la frente cuando me licencie antes que tú- Dijo el de Albacete con un hilo de voz.

 

-¡O yo a ti, bichín!- Dijo Santiago, queriendo quitar importancia a las graves heridas de su camarada.

 

Al poco llegó el sargento con un marinero del último reemplazo, que había estudiado medicina. El marinero le hizo el boca a boca a Ángel y le practicó un masaje cardiaco, pero cuando llegó la ambulancia, solamente pudieron certificar su muerte. El día transcurrió entre interrogatorios por parte de todo el mundo: La policía militar, los mandos, el resto de los marineros…. Después de retreta, Santiago bajó al botiquín y le pidió un Valium al marinero sanitario. Éste que sabía por lo que había pasado el madrileño no se lo negó. No bajó a cenar, Santiago Reche se quedó solo en la gran nave que servía de dormitorio. Con la mente en blanco, en el centro de su camareta, junto a su litera, observó la cama vacía y despojada de ropa de Carlos “el Abejorro”

 

Toda la cia mar estaba sumida en el estupor, tanto los mandos como los marineros. Inocentadas se hacían de toda la vida, pero nadie se esperaba que las cosas pudieran llegar a ese punto, aunque tiroteos y suicidios ese año había habido varios, pero siempre en cuarteles grandes. Algunos días después se jubiló el capitán Villalba y ascendió a la capitanía el hasta entonces Teniente Antolín, un enérgico cincuentón  de Melilla, menos fatuo y más cercano a la tropa que el gordo Villalba. Su primera orden fue levantar el castigo a todos los arrestados de la compañía.

 

El día 28, día de los Inocentes a la hora del alto de la mañana avisaron a Santiago de que había una chica esperándole en el cuerpo de guardia. El madrileño pensó que se trataba de una broma. Dejó de almorzar y fue al cuerpo de guardia con intención de cagarse en la puta madre del inoportuno bromista. Junto a la entrada efectivamente le estaba esperando una chica. Santiago no daba crédito a lo que veía ¡Era María! No sabía cómo reaccionar, su corazón latía a cien mil por hora, pero era la misma María que le había dejado hacía poco tiempo ¡Por carta! Fingió una indiferencia que estaba lejos de sentir.

 

-Hola no esperaba verte por aquí ¿Cómo estás?- Le dijo guardando las distancias, sin ni tan siquiera darle un beso.

 

María, un tanto sorprendida por la fría bienvenida, respondió al saludo del marinero tratando de mostrar normalidad.

 

-Bien gracias, he venido con mis padres y no quería irme sin verte. Entiendo que estés dolido…. Pero me gustaría, si puedes que hablásemos un rato, además mi abuela también quiere hablar contigo-

 

-Vale, si puedo me pasaré esta tarde, ahora te tengo que dejar- Dijo Santiago, luego se dio la vuelta y volvió a entrar en la cueva. María se quedó un rato en la puerta mirando el arco por donde había desaparecido Santiago, luego se marchó.

 

Santiago se debatía entre sus ganas de ir a ver a María y el despecho que sentía hacia ella, pero finalmente pudieron más las ganas. A la hora de la siesta le dio 100 pesetas al Peluca para que le aligerase la pelambrera que había criado durante el arresto, con el fin de no encontrarse con ninguna sorpresa durante la revista previa al paseo.

 

Se afeitó cuidadosamente, antes de la mili apenas se afeitaba una vez a la semana pero el uso frecuente de la navaja de afeitar durante los meses de servicio militar habían hecho que le creciera una barba fuerte y poblada que tenía que rasurar a diario. Se vistió con el traje de bonito azul y cepilló a conciencia los zapatos con poco betún para que brillasen como un par de espejos y se puso el gastado gorro Lepanto. Cuando salió de la cueva ya estaba oscuro; el eco de sus pasos resonaba en las vacías calles de la ciudadela. Ya en la calle de la Soledad, un viejo conocido le estaba esperando. Era el gato blanco que siempre rondaba por la muralla y el callejón. Acompañado por el felino, Santiago llegó hasta la puerta y llamó al timbre. Salió a abrirle una mujer madura elegantemente vestida, acompañada por un hombre alto de pelo canoso, con un parecido muy notable a alguien que Santiago conocía, pero que no acertaba a decir quién era. Se presentaron como los padres de María y tras intercambiar con el marinero unas breves frases de cortesía se marcharon apresuradamente a una cena que daba el comandante general de la plaza en el casino militar y a la que iban a asistir las principales personalidades civiles y militares de Melilla.

 

Una vez que se quedaron solos el marinero y las dos mujeres, fue Doña María la que comenzó a hablar. Se interesó por como le iba a Santiago y quiso saber qué se decía en la cia mar del hallazgo de los huesos que ella afirmaba que pertenecían al cabo Jorge Fuster.

 

-La versión más extendida es que se trata de alguien muerto hace siglos- afirmó el marinero.

 

-Pues me ha dicho un amigo del cuerpo nacional de policía, que según los análisis que han hecho en Madrid, los huesos tienen entre 50 y 90 años de antigüedad, lo que cuadra perfectamente con mi teoría de que se trata del cuerpo de Jorge- Dijo la anciana.

 

-Yo también lo se…vamos que lo creo… Doña María, el problema es demostrarlo…-

 

Santiago no le había contado nunca a la María más joven que veía al difunto en algunas ocasiones y no sabía si la abuela le había contado este extremo a su nieta. La perspicaz anciana se dio cuenta del apuro que sentía el madrileño. Una persona normal no va diciendo por ahí que se comunica con los difuntos y menos si quiere que alguien que es muy especial para esa persona le tome en serio.

 

-No te preocupes Santiago, mi nieta también le ha visto en alguna ocasión y está tan convencida como nosotros-

 

Santiago se percató de que en realidad, María era una perfecta desconocida para él, pero no dijo nada y dejó que la anciana siguiera exponiendo sus planes.

 

-¿Has oído hablar alguna vez del ADN?- Preguntó la anciana al marinero

 

-Si, tengo entendido que es una sustancia que se encuentra en las células y que es diferente de unos seres vivos a otros, es como si dijéramos un carné de identidad de la naturaleza.-

 

-Más o menos es algo así, es una técnica que aún no se aplica en España pero que la policía de Estados Unidos está utilizando ya para resolver algunos casos. Entre otras cosas, una prueba de ADN puede determinar la paternidad de una persona-

 

En aquel momento, Santiago recordó el notable parecido de Don Manuel, el padre de María con…. ¡Claro que le recordaba a alguien! Era nada menos que el hijo de Doña María y Jorge Fuster.

 

El madrileño tenía mil preguntas en su cabeza: ¿Sabría el padre de María quién era realmente su padre? ¿Estaría dispuesto a ensuciar su apellido con aquel escándalo? ¿Y el buen nombre de Doña María? Aquellas cosas tal vez importasen ya poco a tan sólo 3 días de que entrase el año 1987 pero Doña María era de otra época y su hijo según sus cálculos debía de tener 63 ó 64 años

 

La anciana le informó de que su hijo Manuel estaba al corriente de todo, como lo había estado su marido, un hombre que amó con todo su corazón a María Medrano y al hijo que ésta llevaba en su vientre. Es más, la idea había sido de Don Manuel que era un prestigioso médico e investigador que había trabajado en Norteamérica y era un gran experto en genética, una disciplina que en años venideros iba a dar mucho de que hablar en medicina.

 

-Pero Doña María ¿Vd. Cree que después de tantos años todo esto merece la pena? Los culpables están muertos ¿Es que no le importa su buen nombre? ¿Y el de su familia?

 

La anciana se tomó unos segundos antes de responder -¡Y yo que creía que era la más antigua aquí! Mi familia tiene “buen nombre” y pase lo que pase lo seguirá teniendo. Este prestigio no es por nacimiento, es fruto de muchos años de trabajo duro, que han hecho que estemos muy bien considerados en esta ciudad.

 

Santiago se puso colorado al darse cuenta de que había dicho una tontería, pero la anciana sonrió quitándole importancia y siguió exponiendo sus planes al marinero. Al parecer su hijo y su familia no tenían planeado pasar el fin de año en Melilla, el verdadero objetivo de Don Manuel era traer en persona un informe de ADN que le había encargado a un colega suyo de una universidad norteamericana y que comparaba muestras de los huesos con tejidos y sangre del propio Don Manuel.

 

Finalmente Santiago tuvo que regresar a la cueva. María le acompañó hasta la parte de arriba de la cia mar. Tras la conversación que ambos jóvenes habían mantenido con la anciana dama, por un momento se olvidaron del tema de conversación que los dos tenían pendiente y fueron de camino al cuartel comentando sus puntos de vista sobre el caso del que había resultado ser el abuelo de María. Cuando llegaron a la valla que rodea la plaza de los aljibes, se pararon y permanecieron un momento en silencio mirándose a los ojos. Fue Santiago el primero que habló:

 

-¿Qué va a pasar con lo nuestro, María?-

 

Por toda respuesta, la muchacha se acercó al marinero y le besó en la boca. Así permanecieron un buen rato, abrazados y besándose.

 

-Eh Madrile, menuda transfusión de saliva te están hasiendo ¡Ya ve!- Dijo la voz del murciano Yahvé, desde la entrada del cuerpo de guardia.

 

-Me tengo que marchar ¿Mañana te veo?- Preguntó Santiago.

 

-No mi amor, mañana cogemos todos el avión a Málaga, mi abuela incluida. Vamos a pasar el fin de año en casa de mis padres en Córdoba.-  

 

Los dos jóvenes apuraron sus últimos momentos juntos y Santiago le dijo a María que en cuanto se licenciase haría un viaje a Córdoba para estar con ella. De momento no se prometían nada ya verían lo que el futuro les deparaba.

 

En la entrada de la cia mar se había concentrado un grupo de marineros que presenciaba la despedida. Antes de que María volviese a casa de su abuela, salió Luna que estaba de suboficial de guardia y mandó entrar a todo el mundo. No le dijo nada a Santiago pero le dedicó una larga mirada cargada de odio. Nada más entrar en la compañía el sargento se encerró en su despacho e hizo una larga llamada de teléfono.

 

Los siguientes días Luna y el sargento primero Vela que era, según creía Santiago, el receptor de la llamada, la noche que se había despedido de María. No le quitaban la vista de encima. Noche vieja y año nuevo Santiago los pasó de servicio. Él y los marineros que venían a relevarle  escucharon las campanadas de fin de año con el Cetme y las trinchas de los cargadores puestas en una pequeña radio de pilas que habían colgado de un clavo en la garita del varadero, justo donde habían salpicado los sesos del Abejorro, unos días antes, cuando se pegó el tiro.

 

 Apenas le quedaban tres semanas para licenciarse. Ya había “repetido chusco” que es como llamaban en el servicio militar a cumplir un año de mili y a toda costa intentaba no meterse en ningún lío. Cuando no estaba de servicio salía y daba largos paseos hasta la playa o los acantilados de Rostro Gordo desde donde miraba el mar, más allá del horizonte brumoso estaban “la peni”, su casa, su familia, María…. Después de un año y un poco más, lo tenía casi al alcance de la mano, pero sabía que aún le quedaba alguna vicisitud que pasar en la cia mar.

 

No se equivocaba Santiago. Tres días antes de su licencia, el Telegrama  publicaba un artículo demoledor para la Compañía de Mar. Entrevistaban a Doña María y también a su hijo y hacían público el estudio de ADN que corroboraba la teoría de la anciana dama. La reacción en la cia mar no se hizo esperar. Vela y Luna señalaron a Santiago como el que había filtrado los documentos de Jorge Fuster y el capitán Antolín ordenó que se presentase en su despacho. Junto al capitán se encontraba Antonio el sargento primero calafate que cerró la puerta del despacho dejando fuera a Vela y a Luna.

 

-¿Qué cojones vamos a hacer contigo? ¿Sabes que con una simple orden mía, te pasas seis meses en un castillo militar?- Dijo el capitán Antolín.

 

-¡A la orden mi capitán! Yo no se nada de ese asunto….-

 

-¡CÁLLATE! No insultes a nuestra inteligencia. Sabemos de tus tejemanejes con María Medrano desde hace meses.-

 

Santiago sentía que había rebasado el límite de lo que podía aguantar. Había sufrido todo tipo de vejaciones y menosprecios en el año transcurrido en la cia mar, se había visto envuelto en un caso de asesinato acaecido sesenta y tantos años atrás y hacía tan solo unos días había presenciado la muerte de un par de chavales, un par de compañeros suyos, víctimas de la maquinaria infame que se alimenta del odio de unos seres humanos contra otros y que envuelve su descarnada realidad en ideas tan abstractas como el patriotismo, el deber, el honor o el valor. Estaba harto y sentía un desprecio infinito por el ejército, por la Compañía de Mar de Melilla y por sus mandos.

 

Comenzó a hablar muy despacio, omitiendo deliberadamente el tratamiento con el que hay que dirigirse a un superior en el ejército.

 

-¿No les parece a ustedes que ya es bastante? A aquel pobre muchacho le mataron de mala manera para que no hablase de las injusticias que había visto…. Tenía una novia que esperaba un hijo y ustedes quisieron hacerle desaparecer, pero como verá, no han podido conseguirlo….-

 

El capitán y el calafate se quedaron largo rato en silencio, mirando fijamente al marinero. Finalmente, Antolín rompió el silencio para decir:

 

-Está bien marinero,  se puede retirar, mañana le comunicaremos nuestra decisión sobre sus palabras, de momento se queda arrestado en la prevención.-

 

Santiago se cuadró, se despidió con la formula militar habitual y salió del despacho en dirección al cuerpo de guardia acompañado por el sargento primero calafate.

 

¡Pero bueno chaval! ¿Es que no has aprendido nada en el año que llevas con nosotros? Te la has jugado pero bien. Con Villalba ya estarías esperando a que viniese la PM a por ti….   

 

-Mire Antonio, es usted buena persona, PERO YA ESTOY HARTO, ESTOY HASTA LOS COJONES DE LA CIA MAR, DE MELILLA Y DE TODO…. –

 

En medio de la plaza de armas el calafate se paró y agarro a Santiago por el brazo.

 

-Te aconsejo que te calles, puede oírte cualquiera y ponerse a escribir; si hacen eso, a ti no te salva ni la caridad. Mira Santiago, no tengo ningún hijo, pero si tuviera uno y fuera como tú…. me sentiría muy orgulloso de él. Yo y otros mandos pensamos que eres uno de los mejores hombres de la compañía -

 

A Santiago Reche le flojearon las piernas y rompió a llorar desconsoladamente. No recordaba cuanto tiempo llevaba sin llorar, seguramente desde que era un niño que no lo hacía, se dio media vuelta y caminó el trecho que le quedaba hasta la cueva y se presentó al cabo de guardia.

 

Muchos compañeros se interesaron por su estado y por lo ocurrido en el despacho del capitán, pero Santiago no quiso decir nada. Pasó todo el día y la noche siguiente en la prevención, aunque apenas pudo dormir.

 

A la mañana siguiente el cabo de guardia entrante le condujo hasta las oficinas, donde debía presentarse al oficial de guardia. Entró en el despacho, se cuadró y se presentó de la manera militar reglamentaria. El oficial de guardia, el alférez Garvín, un individuo viejo de aspecto macilento, miró a Santiago con expresión cansada.

 

-Así que tú eres el de la movida….-

 

Santiago por un momento pensó que finalmente le iban a procesar, pero en ese instante entró el marinero administrativo y extendió una serie de documentos encima de la mesa del oficial. Estaba la carta de licenciamiento, un salvoconducto que servía de billete para el barco a Málaga y el tren hasta Madrid y la cartilla militar, más conocida como “la blanca” Una vez firmados aquellos papeles, Santiago era oficialmente un civil.

 

Entregó la ropa militar al furriel, solamente se quedó con el gorro Lepanto, el saco-petate y con las viejas botas Sendra de tres hebillas que llevaba desde el campamento en San Fernando de Cádiz. Anduvo todo el día vestido de paisano por la ciudad. Después de un año y un poco más en la plaza, Melilla le resultaba completamente desconocida. Él había conocido “la Melilla de 18,00 á 21,00 h” la Melilla de los soldados de paseo y ahora veía el día a día de la ciudad, con sus mercados, sus trabajadores y todo el abigarrado gentío multicultural presente en Melilla desde tiempos inmemoriales. Melilla es un emporio, un puerto y una frontera. No le pareció un sitio bonito, pero sí un sitio vivo.

 

Al día siguiente, Santiago y los de su reemplazo que volvían a casa vía Málaga, partieron junto con los marineros de relevo a las Islas. Antes de salir de la cueva, Blanco que estaba de cabo de guardia aquel día le enseñó al marinero el libro de arrestos que había en la prevención. Por primera vez desde hacía más de sesenta años, el cabo Jorge Fuster no figuraba en la lista de arrestados.

 

Embarcaron en el Ciudad de Palma. La gran mole metálica lentamente se despegó del muelle. Santiago desde la cubierta pudo distinguir una figura inconfundible junto a los cañones de la muralla. El madrileño alzó la mano a modo de saludo y Jorge Fuster le respondió de la misma manera, luego el cabo se dio la vuelta y desapareció en el interior de la ciudadela.

 

Un fuerte temporal de viento azotaba el mar de Alborán. Vela, Luna y  Navarro, recién ascendido a sargento se dirigían cada uno a su correspondiente destacamento. El carácter más bien agrio de los tres mandos, amén del mareo que padecía la mayoría, aconsejó evitar cualquier tipo de celebración a bordo del ferry. Ya en la estación marítima del puerto de Málaga, había un nutrido contingente de guardia civil  y policía militar. Los policías, con perros entrenados para detectar droga recorrían las filas de pasajeros. Los marineros destinados a las islas se mantenían aparte esperando que llegasen los camiones de la legión. En un momento dado llegó a la aduana un teniente de la PM dando órdenes al resto de policías militares que hasta entonces no habían intervenido. El teniente, varios policías y 2 guardias civiles con perros se dirigieron directamente hacia los pertrechos de la compañía. Los perros olisquearon todo y luego comenzaron a patear inquietos un par de baúles metálicos. Santiago, ya al otro lado de la aduana, pudo observar como el teniente se dirigía directamente a los tres suboficiales de la cia mar, Vela hacia ostensibles gestos, como indicando que aquello no iba con él y los otros dos permanecían rígidos y cariacontecidos.

 

Santiago salió de la terminal marítima, cogió un taxi junto con varios compañeros licenciados y le indicó al taxista, un individuo con cara de sinvergüenza, que les llevase a una pensión cerca de la estación de tren, que estuviese limpia y fuese barata.

 

-¿Qué, resien lisensiaos? ¿Ninguno se ha dejao bigote pa la novia o pa la mami? Desde luego ¡La mili ya no e lo que era!- Dijo el malagueño arrancando el taxi. En la radio sonaba machacón el último éxito de Alaska y los Pegamoides

 

 A quien le importa lo que yo haga

A quien le importa lo que yo diga

Yo soy así y así seguiré

Nunca cambiareeé….

 

EPILOGO

 

El servicio militar de reemplazo más conocido como “la mili”, era el sistema que vino a sustituir a las levas o reclutamientos forzosos, que hasta el siglo XIX, en tiempo de guerra, se hacían en nombre del rey. Tras la invasión napoleónica y la restauración de Fernando VII, se estableció el servicio militar obligatorio, en la creencia de que era el mejor sistema para la defensa de España. Los mozos, tras un periodo de instrucción,  debían servir en el ejército durante un periodo, inicialmente de cinco años.

 

Si ha habido un siglo aciago en la historia militar de España, este ha sido el siglo XIX. Primero la pérdida en poco tiempo, de la mayor parte del imperio colonial ultramarino, seguido por un estado de rebelión latente en la España peninsular y en las pocas colonias que aún seguían unidas a la corona, contribuyeron enormemente al desprestigio del ejército español.

 

Todo lo anterior, unido a las arbitrariedades de los mandos, su corrupción y las malas condiciones de vida de la tropa, hicieron que desde el principio, el servicio militar fuese enormemente impopular entre las clases sociales más humildes. Muchos pobres de la España rural, prefirieron echarse al monte antes que servir en el ejército

 

El sistema había nacido viciado. Desde el principio, las personas adineradas  podían librarse del servicio mediante la “redención en metálico”. Esta injusticia social se mantuvo durante todo el siglo XIX y en el siglo XX hasta la guerra civil.

 

Al final de la dictadura de Franco, tímidamente fueron apareciendo los primeros movimientos de insumisión al servicio militar. Pioneros en la objeción de conciencia, fueron los Testigos de Jehová. Estos, rechazaban cualquier actividad relacionada con la guerra o las armas, pese a sufrir por ello durísimas condenas impuestas por tribunales militares.

 

En 1984, se aprobó la primera ley de objeción de conciencia al servicio militar. En el año 1998, el número de objetores de conciencia superó por primera vez al de los dispuestos a hacer la mili. En el año 2001, el primer gobierno de Jose María Aznar suprimió la obligatoriedad del servicio militar, pasando a ser profesionales todos los integrantes del ejército español, situación que se mantiene hasta la fecha.

 

Doctor Miriquituli

Morata de Tajuña-Madrid 8 de febrero de 2013

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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