martes, 3 de enero de 2012

UNAS VACACIONES FUERA DE TEMPORADA

 Era el principio de la primavera y tras una mala experiencia laboral, decidí tomarme unas vacaciones con la indemnización que tras tragar mucha hiel obtuve de unos despiadados empresarios que compraron la empresa donde había trabajado toda la vida

Estaba yo solo con mi perro en un piso que tiene mi familia en la playa. Al ser en unas fechas fuera de la temporada turística, apenas tenía vecinos, solamente una pareja de holandeses maduros en un piso enfrente del mío. Ella era una mujer entrada en carnes con una bonita piel sonrosada. Pasaba largas horas en la cocina, justo enfrente de la terraza de mi piso, el era un hombre alto y lampiño cuya única actividad era ver televisión. Cuando yo salía a la terraza, la rolliza holandesa me dedicaba una blanca y resplandeciente sonrisa.

Una noche, cuando me disponía a acostarme, fui a cerrar la persiana de mi cuarto y vi a la vecina, recién salida de la ducha, secándose en la cocina. Parecía una de las bellas y bien alimentadas mujeres, que Rubens retrató en sus cuadros. Ni corto ni perezoso salí a la terraza, me apoyé en la barandilla y levante mi mano a modo de saludo. La vecina, recatada, cubrió sus generosos pechos con la toalla y sin darse demasiada prisa se perdió en el interior de la casa mostrándome su hermoso culo.

A la mañana siguiente, temprano, cuando me disponía a sacar al perro, ella estaba en la cocina y al bajar a la calle me saludo con gesto un tanto avergonzado, yo le hice señas para que bajase a dar un paseo, ella miro hacia todos los lados, para ver si la veía alguien y finalmente bajó.

Su nombre era Lilian. En aquella época, detrás de la urbanización, se extendían inacabables huertos de naranjos. Paseamos un buen rato conversando de temas intrascendentes. En un momento dado, rodee su cintura con mi brazo y mi mano se deslizo hasta su trasero. Oportunamente, el perro se metió en un huerto que había tras un seto de cipreses. Dentro de aquel “jardín prohibido” nos abrazamos y nos besamos en la boca. Suavemente ella me rechazó, diciendo: “Esto no estag bien, mi marrido  seg  hombrge amable y carriñoso”

No le di demasiada importancia a su rechazo y seguí con mis quehaceres. Por la tarde, tras la siesta, me dispuse a sacar de nuevo al perro. Al final de mi calle comenzaba el camino de las huertas, que era donde normalmente le soltaba de la correa, me disponía a hacerlo, cuando oí que me llamaban. Era Lilian. En silencio nos dirigimos hasta el huerto con el seto de cipreses y en el suelo, sobre nuestras ropas dimos rienda suelta a nuestra pasión.

Cada vez que sacaba al perro (Tres o cuatro veces al día) la ardiente holandesa acudía a las huertas con gran entusiasmo, a practicar sexo, yo ataba al perro a un naranjo para que no se escapara y también, he de decirlo, por que me pareció observar algún cruce de miradas lascivas entre el can y la mujer.

Una llamada con una interesante oferta de trabajo hizo que regresara a Madrid y ya nunca más volví a saber de Lilian.

Dr Miriquituli

No hay comentarios:

Publicar un comentario