miércoles, 19 de octubre de 2011

LA HISTORIA DEL DOCTOR MIRIQUITULI.                     

 Corrían los primeros 80s, yo recientemente había cumplido la mayoría de edad pero aún era un adolescente, con muy poca experiencia y que andaba perdido en la vida sin  objetivos o ilusiones bien definidas. Me “divertia”, si me ponía muy pedo, de lo que fuese. Siempre deambulando por el centro de Madrid, que entonces era una ciudad oscura, fría y cutre, donde había caca de perro a cada paso y los borrachos salían de las tascas escupiendo en el suelo lapos verdes, producto de fumar las ásperas labores de tabaco de la época, como los Celtas sin filtro.

Por aquellos tiempos estaba en pleno apogeo lo que se dio en llamar la movida madrileña, impulsada por una corta élite cultural y entre la que había mucha morralla: “modelnos”,  jipis reconvertidos y macarras, en general, que aprovechaban todo para dar bronca. El epicentro de la celebre movida, era el barrio de Malasaña. Yo paraba en una cervecería en la calle Colón (Bodegas la Ardosa) luego con mis colegas de entonces, seguía cada noche, una ronda enloquecida por tascas y locales de más o menos moda.

En la esquina de Colón con la calle del Barco se colocaba un hombre de edad indefinida, bastante bien vestido y limpio, que vendía Centraminas, unas anfetas que con receta medica se podían conseguir en farmacias y que junto con alcohol y porros eran el combustible creativo-social de la movida. Este hombre era sumamente educado en su trato, hasta amable y cariñoso, lo que en un camello era más que chocante. El caso es que los otros camellos y las prostitutas de la calle del Barco y la vecina de la Ballesta, se cuidaban muy mucho de meterse con el. Era extranjero, de no se que país centro-asiático y afirmaba que era medico. Su nombre, impronunciable, sonaba algo parecido a Martizalkitoleiulz, por lo cual, nos dirigíamos a él como Doctor Miriquituli. Tenía un SEAT 1430 de color azul siempre impecable y sin ningún arañazo, donde guardaba las pastillas. Conocía a todo el mundo de la noche madrileña, todos le trataban con gran respeto y a la vez intentaban evitarle. Había algo muy inquietante en aquel extraño personaje. Con el tiempo nos enteraríamos de algunas cosas.

En 1985 me marché a Melilla a hacer la Mili. Fue un choque brutal con la realidad. Aunque el consumo de drogas en la plaza africana era más grande que en ningún otro lugar de España. Los mandos mantenían una feroz represión hacia los chavales que consumían hachis. Siendo algunos de estos mandos militares grandes consumidores de esa droga, sumando a este consumo el de drogas legales como el alcohol o los barbitúricos. No todo fue malo durante este periodo, aprendí muchas cosas sobre el mar, que sería una de mis grandes pasiones en años posteriores.

A mi vuelta de la mili todo aquel paraíso artificial de la movida había sido barrido por el huracán de la heroína, un caballo desbocado que había puesto a la juventud ante la descarnada realidad de las drogas. Mis antiguos camaradas estaban o enganchados, o en tratamiento psiquiátrico, incluso varios habían muerto o estaban en la cárcel.

En el barrio chino de Madrid se había producido un goteo de extrañas muertes, principalmente de prostitutas y chaperos a los que alguien había atado y administrado un cóctel de  drogas, principalmente, speed (Meta-anfetamina) y LSD. Aunque potente, este combinado, no era algo que pudiera acabar con un adulto y menos con un poli-toxicómano. Aquellos pobres desgraciados, no tenían un solo rasguño, pero en casi todos los casos se habían orinado y defecado encima y a otros se les había vuelto el pelo completamente blanco, pero todos tenían el rostro desencajado casi hasta la caricatura Parecía como si hubieran muerto…. ¡DE TERROR!

Pregunte en el barrio por mi antiguo dealer pero nadie sabía nada. Una vieja prostituta borracha que hacía la calle cerca de Gran Vía, en su delirio, me hablo de un SEAT azul y de un individuo que ofrecía chutes a cambio de servicios a chicos y a chicas. Se montaban en su coche y nadie los volvía a ver con vida. También supe de un colega, de antes de la mili, cliente del doctor, que había muerto en las extrañas circunstancias antes descritas.

Las calles se habían vuelto absolutamente inhóspitas y de la gente de la movida, apenas quedaba nadie que llevara el mismo rollo que antes de irme, a pesar de todo me resistía a cambiar de vida y cada día estaba más cerca de empezar a clavarme agujas en los brazos.

Una noche de regreso a casa, bajando por la calle del Barco un coche que circulaba despacio, se detuvo a mi lado, era un 1430 azul, el conductor bajo la ventanilla. En la oscuridad de la calle, no se le veía el rostro, pero yo estaba completamente seguro de saber de quien se trataba. El conductor permanecía en silencio, observándome. Comenzó a invadirme un pánico irracional. Eché a correr y no paré hasta meterme en el metro. Esa noche decidí que iba a cambiar de vida.

Abandoné el consumo de todo tipo de drogas, incluso durante una época deje hasta de beber alcohol. Pasé mi particular travesía del desierto, al desaparecer el leiv motiv  de toda mi vida social hasta entonces, pero estaba decidido a dejar atrás aquella oscuridad. Retomé unos estudios que había dejado mucho tiempo atrás, comencé a hacer algo de deporte, sobre todo natación y en la piscina conocí a una gente que daba cursos de buceo y me apunté a uno.

En sucesivos años, cambié de trabajo incluso cambié de ciudad. En Alicante conocí a mi mujer. Ya nunca más volvería a Madrid capital.

Tengo que decir que estos veintitantos años transcurridos desde mi último encuentro con el doctor, han sido los mejores de mi vida a pesar de las pérdidas y los momentos malos ¡Que también los ha habido! Hace 8 años que tengo una hija que junto con mi mujer, son el motor y la motivación para levantarme todos los días de la cama.

Ahora que me asomo al otoño de mi existencia, tengo la sensación de que de nuevo una sombra de miedo y de locura, sutilmente, vuelve a cernirse sobre mi vida. Yo sigo corriendo, como esa noche, hace tantos años Tal vez nunca conseguí dejar atrás del todo al siniestro doctor Miriquituli. De hecho en un par de ocasiones me ha parecido ver un viejo SEAT 1430 de color azul, muy limpio, pasar muy despacio por mi calle

¡Que no os alcance el doctor Miriquituli!

Ramón Méndez Alonso

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