jueves, 8 de febrero de 2018

HIJOS DE LOS MONTES Libro II-HIJOS DE LOS MONTES-CONFESIÓN


CONFESIÓN



Jorge meditaba sobre las palabras de su jefe “hay asuntos que a usted aún le vienen demasiado grandes”. El desconocido intruso de Melilla le había dicho casi las mismas palabras ¿Tendrían algún tipo de relación el director acuña y el hombre de Melilla? Se rumoreaba en la villa y corte que el director de el Informador era un miembro activo de la masonería. Jorge sabía poca cosa con relación a los masones, solamente que era una organización condenada por la iglesia católica y que el secreto presidía siempre sus actividades. También recordó que a los primeros grupos de francmasones del anterior siglo se les denominaba “sociedades de amigos del país”. “Considéreme un amigo del país” le había dicho el desconocido del grueso bigote cuando le había requerido su nombre. Aun así, el desconocido afirmaba saber “todo” en su relación con los marqueses de Fuensalida y el director se sorprendió bastante al ver a Nuria en la redacción por lo que decidió descartar cualquier conspiración o cualquier relación entre ambos hombres, que no se parecían más a ojos vista que en la exuberancia de sus bigotes.

Durante los siguientes días trabajó en casa yendo solamente un rato al día al periódico. Le había dado su nueva dirección a Nuria y esperaba recibir noticias pronto.

Un hecho vino a romper la rutina y la desazón que a partes iguales presidían la vida de Jorge Villafranca. Después de lo que entendió como una espantada por un tema de deudas o de faldas o de una combinación de ambos factores, volvía a Madrid su querido amigo Vicente Lleó.

El músico había ido a la pensión de Doña Virtudes y esta le había hablado pestes del periodista con apelativos tan delicados hacia su persona como “mamarracho”, “ladrón”, “sinvergüenza”, etc. Vicentín al colegir que aquella arpía no tenía las señas de su antiguo huésped, la dejó con la palabra en la boca y fue al periódico, donde le indicaron su nueva dirección.

-Jolines Jorgito ¡Vaya palacio! Qué envidia me das. Una casa de las de verdad con cocina, baño y hasta balcón. Estoy por dejar el despacho del Eslava y venirme a vivir aquí contigo-

-Cuando tú quieras. Si algún día te persigue la policía, una mujer, su marido o los dos… ya sabes donde tienes tu casa. -

-Uhm… ¿Acogerme a sagrado en una casa de la burguesía? Lo mismo cualquier día te tomo la palabra. Dijo Lleó dándose una vuelta por el salón como si estuviera evaluando la calidad del mobiliario.

-Por cierto ¡La que has liado con lo de la guerra del Margallo ese! Estábamos solos un gato de nombre Giuseppe Verdi y un servidor en una masía rodeada de naranjos y hasta nuestro retiro huertano llegaban noticias de tus hazañas en los territorios de ultramar.

-Menos coña Vicente que las he pasado muy putas…-

- Ya lo supongo… por eso me vas a invitar a cenar y luego te voy a llevar a los peores tugurios de la Villa para que te emborraches bien y sueltes todo lo que tienes dentro ¡Que tienes la misma cara que un arenque de barril! -

El periodista no tenía el cuerpo y menos el espíritu para muchas fiestas, pero ante la insistencia de su amigo no pudo menos que aceptar.

Cenaron los dos en una taberna junto a la puerta del Sol y luego asistieron a la representación nocturna del Eslava, finalmente fueron a un espectáculo musical en el nuevo antro de moda ahora que la Casa de la Flaca la habían cerrado por orden del ministerio de la gobernación tras la visita del marqués de Fuensalida, el conde de Romanones y los otros diputados

- ¿Qué es lo que te pasa Jorge? ¿Qué han hecho de ti allí en Melilla? - Preguntó el músico a su amigo preocupado por su hermetismo, una actitud cuanto menos chocante en una persona alegre y vital como el Jorge que conocía de antes del viaje.

Jorge exhaló un largo suspiro y dijo dispuesto a revelarle a su amigo la carga que tanto tiempo había mantenido oculta.

- ¿Por dónde empiezo? -

-No sé… empieza por el principio. -

Jorge Villafranca narró los hechos de su vida que permanecían secretos para el resto del mundo: su amor por Margarita Marlasca y el actual estado de su relación, los hechos que había presenciado y los hechos de los que había sido participe en la guerra de Melilla, sus sospechas y sus certezas sobre los asuntos turbios en los que se había visto involucrado.

Jorge temía que su amigo respondiera a su sincera confesión con frivolidad, pero en absoluto fue así.

Perdóname Jorge. Tiene que ser muy difícil vivir con tantos secretos. La verdad es que no se ni que decirte… bueno si: que sepas que cuentas con todo mi apoyo para lo que necesites y por supuesto con mí absoluta discreción.

Aun estando sus problemas muy lejos de solucionarse a Jorge Villafranca le vino muy bien poder sincerarse con alguien.  



















Capitulo 3 de Hijos de los Montes

Madrid 11 de mayo de 1894

Jorge Villafranca Vargas



Después de perder para siempre lo que quedaba de mí familia, me interné en lo más profundo de la cordillera con intención de pasar el resto de mis días, los cuales aventuraba cortos, como un renegado condenado a vivir al margen de la sociedad. Pronto conocí por aquellos pagos a gente en mí misma situación. Muchos desertores, algunos fugitivos por deudas o delitos de poca monta y unos pocos más mayores que el resto que llevaban tiempo dedicándose al bandolerismo de una forma profesional.

El líder de los bandoleros era un tipo grande llamado Juan Maroto Fresneda, conocido como el “Juanote”. Por extensión todo el grupo delictivo era conocido como la banda de los Juanotes e incluso un hermano de este de nombre Nicolás que también se encontraba entre los renegados era conocido como “el Juanote pequeño” o “Juanote chico”.

Los Juanotes ayudaban a los que habían acabado en el monte y siempre que podían socorrían con dinero o cosas robadas a las familias de estos (No todas las veces les era posible y en algunos casos cuando se sabía que alguna familia tenía algún miembro en la partida, esta sufría la represalia de las autoridades y en muchos casos de los vecinos víctimas de sus delitos)

Aquellos bandidos tenían toda una red de silencios tejida a su alrededor. Contaban con confidentes por toda la provincia de Toledo y las vecinas. En un lugar remoto y mal comunicado como los Montes de Toledo ellos eran para muchos la ley y la justicia. Justicia y ley tan imperfecta como la oficial porque a instancias de algunos grandes propietarios que les pagaban un “impuesto” no dudaban en acogotar a los pobres aparceros que levantaban la voz contra los caciques.

Yo que nunca había visto más de tres monedas juntas en mi mano comencé a manejar cantidades importantes de dinero. Siempre por donde íbamos había comida, vino y mujeres para los Juanotes. Sólo había que obedecer las órdenes fueran estas las que fueran ¡Pobre del que no lo hiciera o traicionase a la partida! Aquellos hombres eran implacables. Así, de la noche a la mañana, me vi empuñando un arma y usándola contra mis semejantes.

En la lucha armada yo era un neófito, pero en cuanto a sobrevivir en monte, poco o nada me podía enseñar nadie. También era buen jinete. Soy pequeño, aunque bastante fuerte para mi tamaño y siempre he tenido muy buenos reflejos. Con un poco de aprendizaje, pronto Juanote y su hermano me consideraron un miembro valioso de la banda, aunque todavía no confiaban en mí a la hora de tomar decisiones.

Un día me encaré con el líder de la partida y cortándole el paso le espeté lo siguiente:

-Quiero ser uno de los que se llevan la parte grande ¿Qué es lo que tengo que hacer? -

Me miro desde sus más de dos varas de alto con cara de pocos amigos y dijo:

-Búscanos un trabajo que nos dé un botín de mil reales y hablamos. Ahora apártate de mí paso si no quieres lamentarlo. -

El órdago estaba echado, sólo quedaba elegir el golpe y que este respondiese a las expectativas. Una idea de cuál podía ser aquel golpe llevaba mucho tiempo rondando por mi cabeza y al día siguiente se lo comunique al sanedrín de los bandidos.

-Muchos de vosotros conocéis la casa grande en la dehesa de los Frailes esa que construyeron con las piedras del viejo monasterio. Allí es donde vive D. Salvador Trives y su familia, también viven en unas casas que hay al lado un par de guardas y sus familias. -

-¿Y qué quieres que robemos la vajilla y cuatro aperos?- Dijo el Juanote burlón provocando la carcajada del resto de bandoleros.

-No veo de donde van a salir los mil reales de botín muchacho. El capataz maneja dinero, pero no tanto y el resto son tan solo unos pobres muertos de hambre. No merece la pena el riesgo- Dijo el Juanote pequeño en un tono algo más conciliador que el de su hermano.

-Eso que dices tú es verdad, pero lo que ninguno sabéis es que por estas fechas siempre viene el verdadero dueño de las tierras a cazar, un tal D. Jeremías Alonso que es diputado a Cortes. Normalmente no viene solo, le acompaña un grupo de amigos suyos de Madrid, todos gente importante y de dinero. -

-Lo que dices es interesante, pero seguro que están protegidos por un ejército de escopeteros y la mitad de la guardia civil de Toledo- Dijo otro bandido, uno al que conocían como “el Pastor de los Yébenes”

La acción tendría que hacerse con un grupo pequeño. Entrar y salir. Yo conozco a la perfección todo aquello, también conozco a los vecinos y se de muchos antiguos aparceros de los frailes a los que D. Jeremías y su capataz han perjudicado.

Los bandidos se miraron entre ellos asintiendo, luego Jacinto Montaleza un muchacho bajito de apenas dieciocho años pasó a detallarles su plan.

En el asalto a la casa intervendrían solamente cinco hombres: los dos hermanos Juanotes, el Pastor de los Yébenes, Matías “Pelopincho” y el propio Montaleza. Dos hombres les esperarían con caballos rápidos en un lugar convenido de la dehesa y el resto de la partida les estaría esperando cerca de la cueva en había pasado Jacinto Montaleza su primer invierno solo en el monte con el fin de cubrir su retirada a la serranía si les perseguían las fuerzas del orden.

Informada por un vecino, la partida supo que D. Jeremías y sus invitados se encontraban en la casa. Eligieron una noche sin luna dos días después de la llegada de estos. El asalto a la casa grande de la dehesa de los Frailes estaba en marcha

Un fuerte viento mecía con violencia las copas de las encinas llevándose con él el ladrido de los perros y cualquier otro ruido que pudiera alertar a los que montaban guardia. La mayoría se encontraban a resguardo de los elementos pegados a uno de los muros donde habían encendido una gran hoguera y una pareja de guardias civiles designada por un sargento daba vueltas alrededor del edificio

Esperábamos escondidos tras las jaras. Los dos guardias, bien arropados en sus capotes verdes pasaron muy cerca sin vernos. Yo fui el primero en alcanzar la tapia trasera y saltarla, luego me siguieron el resto. Forzamos una ventana y penetramos en la casa los cinco.

Embozados y con las armas a punto recorrimos los pasillos en la dirección de la que provenía el ruido de voces.  En un gran salón muy iluminado y lleno de humo de cigarros, un grupo de unas veinte personas hablaban y reían ajenos al peligro que les acechaba.

- ¡QUE NADIE SE MUEVA O DISPARAMOS! - Dijo el Juanote con voz de trueno a los pasmados ocupantes del salón.

- ¡PERO COMO SE ATREVEN A SEMEJANTE ATROPELLO! - Dijo un individuo calvo con pobladas patillas acercándose imprudentemente al jefe de los bandidos.

El Juanote sin mediar palabra propinó un culatazo al sujeto que le interpelaba haciendo que este diera con sus huesos en el suelo.

-Si alguien más quiere protestar por nuestra visita, la próxima vez le va a contestar mi amiga la de los ojos negros- Dijo encañonando con su escopeta uno a uno al resto de asistentes a la velada.

Todos optaron por callar y nos pusimos con diligencia a desvalijarles. D. Jeremías, que era quien yacía maltrecho en el suelo, y sus invitados depositaron uno a uno sus objetos de valor en los sacos que les tendíamos. Luego les atamos y amordazamos para que no pudieran dar aviso a los guardias durante nuestra huida.

Mientras los Juanotes y un servidor nos ocupábamos de esta tarea, el Pastor y Pelopincho comenzaron a recorrer el resto de las dependencias de la casona para sustraer todo lo que encontrasen de valor. En una de las habitaciones estaba una mujer joven que dormía ajena a lo que estaba sucediendo en el piso de abajo. El Pastor de los Yébenes sujetó a la chica por las muñecas mientras Pelopincho le tapaba la boca y le subía el camisón. Ambos consumaron la violación de la muchacha, que luego resultó ser la hija del diputado.

El propio Juanote buscando a sus hombres para emprender la huida les descubrió cometiendo aquella execrable acción.

- ¿QUÉ ESTAIS HACIENDO? ¡MISERABLES! NOS VAMOS…- Dijo con un gesto de asco hacia aquellos dos infames. Luego con toda la delicadeza de que era capaz un hombre de su clase amordazó y ató a la conmocionada mujer.

Ya fuera de la casa el viento se había calmado un tanto. Un perro que andaba cerca de las casas de los guardas percibió nuestro olor y comenzó a ladrar con insistencia. Al momento todos los canes de la contornada se sumaron a su compañero alertando a los guardias civiles y a los guardas de la finca.

El capataz Salvador Trives salió a medio vestir armado con su escopeta, alcanzando a ver como unas sombras se escabullían en dirección a la dehesa.

-NOS ESTAN ATACANDO, NOS ESTÁN ATACANDO…- Gritó mientras descargaba su arma contra las sombras que huían.

La guardia civil hizo fuego en la misma dirección que el capataz. Se pusieron a punto los caballos disponibles y un grupo guiado por D. Salvador y sus hombres salió en pos nuestro, pero no pudieron darnos alcance.

Con las primeras luces comenzaron a buscar rastros y dieron con el cuerpo de uno de los asaltantes abatido por un disparo en la cabeza. Fue identificado como Matías Santos alias “Pelopincho”, un antiguo carbonero de la zona con un largo historial delictivo.

-Han sido los Juanotes- afirmó categórico el sargento de la guardia civil. -

Una bala surgida de la nada había alcanzado a Pelopincho cuando estábamos huyendo hacia los caballos.

-Está muerto. No se puede hacer nada- dijo Juanote viendo las heridas de su compinche.

Cogimos su saco y continuamos nuestro camino.  Los caballos estaban escondidos en una pequeña hondonada junto a un arroyo. Montamos y emprendimos camino hacia la cueva donde nos esperaba el resto de la banda.

El botín superó con mucho nuestras expectativas. Relojes buenos y alhajas, muchas monedas y billetes de banco y otros muchos objetos valiosos robamos aquella noche. Era difícil de calcular el valor de todo aquello, pero excedía con mucho los mil reales. El coste había sido alto, pero nadie parecía echar de menos a Pelopincho, ni siquiera su inseparable compañero el Pastor de los Yébenes.

- ¡La cosa se va a poner muy fea! Mi hermano y yo vamos a ir a Portugal a vender todo esto mañana mismo. El dinero lo repartimos ahora y os recomiendo a todos que cambiéis de aires un tiempo. El resto lo repartiremos a mi vuelta en seis semanas, en la majada de Horcajo de los Montes, la que está al pie de la chorrera. El que no esté allí que se olvide de su parte. -

Yo y algunos otros nos marchamos con los hermanos Juanotes a Portugal. Mi hermana estaba en un orfelinato y de mi madre no sabía nada desde hacía más de un año y prefería no saber… los demás, con el dinero conseguido, corrieron a ver a sus mujeres, novias o familia. Yo me acordaba mucho de Laura y soñaba con juntar bastante dinero y que los dos nos fugásemos a América, donde podría montar un negocio y empezar de nuevo.

Antes del amanecer El jefe de los bandidos acompañado por su hermano y otros dos más inmovilizaron al Pastor de los Yébenes que dormía sobre una manta en el suelo. El Juanote abrió una navaja que guardaba en su fajín y se la enseñó a su aterrorizado compinche.

- ¿Que habíamos dicho en este golpe, te acuerdas? Sólo la violencia justa… era un robo, nada más, pero tú nos has echado encima a media guardia civil de Toledo y ya sabes lo que hacemos aquí con quienes no cumplen las órdenes…-

Sin mediar más palabras los bandidos separaron las piernas del Pastor de los Yébenes y Juanote le cortó sus partes, luego ordenó a sus hombres que atasen al violador a un árbol y allí le abandonamos para que se desangrase. Una vez ejecutada la sentencia de la partida, nos perdimos en las montañas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario