viernes, 8 de abril de 2016

EL FANTASMA DE LA ESTACIÓN

Por aquella época me sentía desanimado, como vacío. Nada se podía decir que funcionara realmente bien, tampoco realmente mal. Mi vida transcurría como un río turbio que moroso recorría palmo a palmo el camino hacia un mar, donde desembocaban la monotonía y las ilusiones perdidas.

Recuerdo el final del invierno, bueno… el final de nada o el principio de ninguna cosa. Lo recuerdo más que nada por el peso de la ropa que vestía. Es curioso como casi siempre el universo nos pasa desapercibido, pero recordamos claramente las sensaciones a flor de piel de un momento determinado. El caso es que no sé si por necesidades de un modo de vida en el que ya no creía o por el simple deseo de moverme a la espera de que algo sucediese y modificase el curso de los acontecimientos, cada mañana cogía un tren y me dirigía a la ciudad que años atrás me había visto nacer.

Un recorrido lineal con un cambio de tren en una estación abierta al viento y a los rayos invisibles que el cielo implacable lanzaba sobre el conjunto de viajeros que hacían trasbordo. Estos, debidamente aislados en las burbujas que sus dispositivos electrónicos les proporcionaban esperaban pacientes el tren en aquel lugar inhóspito. Mi trayecto finalizaba en una estación del centro, desde donde, andando por una ciudad que ya no reconocía y que para mí había perdido toda el alma de antaño, me dirigía realizar esa labor autoimpuesta, más por una idea de responsabilidad inculcada, la idea de que “algo hay que hacer” y que la vida contemplativa es algo malo en esta sociedad de toma y daca constante.

Fue al principio de asumir esta penitencia de recorrer esa ciudad decorado de cartón piedra, cuando le vi por primera vez. Era uno de aquellos seres semi-invisibles que habitan los rincones sucios, donde nada hay para el viandante común. Iba casi cubierto por ropa andrajosa de pies a cabeza y arrastraba sus pertenencias materiales en un carro de la compra y en una bolsa grande de unos grandes almacenes. Aquella persona vencida,  estaba allí de una forma dudosa. No emitía casi ningún tipo de energía, ya ni siquiera interactuaba con los viajeros hablándoles o simplemente extendiendo su mano a modo de petición.

Un día, a la vuelta de mi deambular diario, la estación estaba más llena que de costumbre. Aquello me obligó a ir hacia el fondo del andén con la esperanza de que el vagón de cola del siguiente tren estuviese lo suficientemente vacío para apoyar la espalda en una de sus paredes. Al no quedar más sitio libre, me situé junto al carrito del mendigo. Fue en ese momento, cuando sentí su mirada amarillenta desde el interior de un cuerpo mineral que parecía formar parte del banco de piedra y la pared de la estación.  Abrí mi móvil y me puse unos auriculares con el fin de crear un escudo invisible que me protegiese de esa mirada.

Así, asilado de mi entorno inmediato, paso una porción de tiempo que no sé si fue corta o larga. El estrepito del tren me sacó de mi introspección. El barullo y los gritos indicaban que algo grave había sucedido en la estación. Al parecer alguien se había tirado a las vías.

Con el tren parado y la estación repleta, sin posibilidad de salir, permanecimos  allí bastante tiempo. Luego,  nos dirigieron al otro andén donde habían desviado el siguiente convoy que pudo llegar a la estación. Desde la ventana pude ver el carrito de la compra y las bolsas del mendigo esparcidas junto a las ruedas del  tren detenido. No quise ver más. Intenté reactivar la burbuja protectora, pero la mirada de aquellos ojos de corneas amarillas seguía persiguiéndome.

Durante algunos días no volví a la ciudad. ¿Para qué? Realmente daba igual estar en un sitio o en otro. Las circunstancias eran las que eran y a ciertas alturas de la vida, el planteamiento en estos casos, es más de aguantar y esperar que pasar a la ofensiva.

Cuando volví, el tiempo había cambiado. Unas pocas golondrinas volaban fuera de la cubierta de la estación donde cambiaba de tren. Algunos de aquellos pájaros, se aventuraban a entrar un poco bajo el techado de hierro, pero enseguida salían. Sin duda  eran rechazadas por el campo de energía  que los seres humanos con nuestras construcciones y aparatos generábamos. Desde el haz de rayos de mi e-book  me llegaba el alma de las palabras, porque el alma también es una forma de energía y existe una remanencia de esta energía espiritual en la palabra escrita. Recuerdo que leía algo de J. Conrad. Conectado con aquella  soledad del mar y de la selva entre el haz geométrico de energía del libro electrónico, mi tren llegó a su destino.    

Las puertas se abrieron y un tropel de gente se dirigió apresuradamente hacia la salida. Yo caminaba unos pasos por detrás y justo antes de salir volví la vista hacia el fondo del andén. Algunas bolsas de unos grandes almacenes y un viejo carrito de la compra yacían junto a una figura familiar inmóvil.

Me quedé plantado en el andén vacío frente al ocupante del  último banco de la estación y este me devolvió la mirada, aquella mirada conocida de esclerótica amarilla. Por un momento me quedé clavado en el sitio, luego cabizbajo, sin volver la vista, me dirigí hacia las escaleras que conducían a la calle.

Unas horas más tarde, finalizadas mis gestiones, volví a la estación para coger el tren a casa. Sin ganas de hacerlo me obligue a mirar hacia el fondo del andén, al banco que habitualmente  ocupaba el vagabundo del carrito, estaba completamente vacío.  Yo tenía constancia de la muerte de aquella persona.  La noticia había salido en varios  medios de comunicación el día de los hechos y yo mismo había visto sus efectos personales  esparcidos junto al tren que lo había atropellado.


Tal vez lo que vi solamente fuera el rastro casi extinto de una energía que en su último acto había dejado aquel ser vencido, tal vez fuera otra persona… El caso es que desde entonces, me he tropezado más veces con esa misma mirada en rincones sucios donde nada hay para esa masa de viandantes comunes que recorren esa carcasa vacía que ahora es para mí la ciudad donde nací.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

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