No hacía tanto tiempo que había dejado atrás esa etapa de la
vida de una persona en la cual los amigos son casi lo más importante. Tenía
pareja y como la mayoría de la gente facturas que pagar…. Recuerdo que era una
noche entre semana en una ciudad ni grande ni pequeña, tras terminar con la
tarea que me había llevado hasta allí camine por las calles solitarias buscando
algún lugar donde tomar una copa. Nunca fui un hombre de salir por ahí solo,
pero a pesar de lo frio de la noche prefería pasear por aquellas calles
inhóspitas antes que encerrarme en la impersonal soledad de un hotel de
negocios.
Al final de un parque divise las luces encendidas de un
local abierto. Según me acercaba vi tras las cristaleras que estaba bastante
lleno pese a ser la noche que era. Al
abrirse la puerta un viejo rock & roll de Lou Red o de Bowie, ahora mismo no lo recuerdo, llegó hasta mis
oídos. La cosa pintaba bien. Cada día era más raro encontrar garitos en los que
no se pinchase música comercial o electrónica. Decidido, subí un escalón y abrí
la puerta de madera oscura con cristales color ámbar.
Me quedé parado en la entrada buscando un sitio en la barra,
cuando de repente le vi. No cabía duda de que era él. Yo le recordaba siempre
vestido con una chupa de cuero negro, ahora levaba un traje azul con la corbata
floja y el último botón de la camisa desabrochado. Es curioso, ambos habíamos
sufrido la misma evolución en nuestra vestimenta. Su nombre era Jorge y era
amigo mío. No un amigo íntimo, más bien amigo de amigos, pero era de mi antigua
pandilla y además un tío que me caía bastante bien.
Él me vio al mismo tiempo y con gesto asombrado levantó el
brazo a modo de saludo. Era un tipo al que había perdido la pista hacía años.
Según me dijeron, se había enganchado a la heroína y sinceramente creía que o
bien ya estaba muerto o en la cárcel o tirado en cualquier cubículo infecto
chutándose lo que pudiera conseguir, pero su aspecto saludable parecía
desmentir este pasado oscuro. Estaba algo más entrado en carnes y aún tenía una
buena mata de pelo, eso sí algo más canoso de lo que yo recordaba. Nos estrechamos
con fuerza la mano y nos palmeamos los hombros de manera afectuosa.
Tras los saludos de rigor y preguntarnos por nuestras
respectivas vidas actuales, pedimos unas copas y recordamos gente y anécdotas
de nuestro pasado en común. Estaba claro
que detrás de los buenos momentos había cosas que a Jorge le dolía recordar y
ahora sé que a mí también. Noches de excesos, tragedias personales, vandalismo
y acciones que vistas en aquel momento resultaban poco edificantes. Hechos que
yo recordaba como vividos por una persona distinta a la que era en ese momento.
A nuestra conversación pronto se le acabaron las palabras.
Había muchas vivencias comunes difíciles de verbalizar. Tomamos varias copas más y hablamos sobre la gente
del local, la cual parecía rodearnos como si ambos estuviéramos dentro de una
burbuja. Luego, Jorge adoptando un tono serio, me dijo que “él había sido
siempre mi amigo”. Por mí parte le dije que me alegraba mucho de verle tan bien
ya que después de perderle la pista, pensaba que habría muerto en algún lugar
extraño bastante tiempo atrás.
Ante este arranque mío de sinceridad, Jorge se irguió en su
taburete y me contestó de manera muy seria:
-No que va. Yo nunca
perdí el control. Debes saber que estás cara a cara con el hombre que vendió el
mundo-
Por un momento no
supe que decir, luego una carcajada espontanea salió de dentro de mí. Aquello yo
ya lo había escuchado antes… choque su
mano y me despedí. A la mañana siguiente tenía que emprender un viaje largo y
no quería salir demasiado tarde.
En la calle me di cuenta de que estaba más borracho de lo
que creía. No sé cuánto tiempo vagué perdido por las calles vacías de aquella
ciudad desconocida. Finalmente di con el hotel. Antes de subir a la habitación,
vomité junto a un árbol y compre una botellita de agua en una máquina que había
en la entrada. Apenas pude dormir. Sueños convulsos me visitaron durante las
horas que permanecí postrado entre aquellas cuatro paredes. Las palabras mi
amigo Jorge no dejaban de resonar en mí cabeza “estás cara a cara con el hombre
que vendió el mundo”.
Al día siguiente me di una ducha caliente y acompañé el
desayuno con un par de tabletas de paracetamol. La larga autopista por la que
el coche rodaba ajeno al mal tiempo
exterior me permitió pensar con más claridad en la conversación de la noche
anterior. Realmente todos nosotros, tendríamos que haber muerto bastante tiempo
atrás en algún lugar lejano… yo era uno de tantos. Yo también le había vendido
el mundo a alguien, a alguien quien ni siquiera conocía y se lo había vendido a
cambio de aquella jaula de plexiglás para ratones con luces brillantes, colores
y escaparates llenos de artículos innecesarios. Ese pensamiento me debería de
inquietar, pero la verdad es que no era así. Yo, igual que mi amigo Jorge, jamás habíamos
perdido el control…
In memoriam David Robert Jones (David Bowie) 1947-2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario