martes, 12 de enero de 2016

EL HOMBRE QUE VENDIÓ EL MUNDO

No hacía tanto tiempo que había dejado atrás esa etapa de la vida de una persona en la cual los amigos son casi lo más importante. Tenía pareja y como la mayoría de la gente facturas que pagar…. Recuerdo que era una noche entre semana en una ciudad ni grande ni pequeña, tras terminar con la tarea que me había llevado hasta allí camine por las calles solitarias buscando algún lugar donde tomar una copa. Nunca fui un hombre de salir por ahí solo, pero a pesar de lo frio de la noche prefería pasear por aquellas calles inhóspitas antes que encerrarme en la impersonal soledad de un hotel de negocios.

Al final de un parque divise las luces encendidas de un local abierto. Según me acercaba vi tras las cristaleras que estaba bastante lleno pese a ser la noche que era.  Al abrirse la puerta un viejo rock & roll de Lou Red o de Bowie,  ahora mismo no lo recuerdo, llegó hasta mis oídos. La cosa pintaba bien. Cada día era más raro encontrar garitos en los que no se pinchase música comercial o electrónica. Decidido, subí un escalón y abrí la puerta de madera oscura con cristales color ámbar.
Me quedé parado en la entrada buscando un sitio en la barra, cuando de repente le vi. No cabía duda de que era él. Yo le recordaba siempre vestido con una chupa de cuero negro, ahora levaba un traje azul con la corbata floja y el último botón de la camisa desabrochado. Es curioso, ambos habíamos sufrido la misma evolución en nuestra vestimenta. Su nombre era Jorge y era amigo mío. No un amigo íntimo, más bien amigo de amigos, pero era de mi antigua pandilla y además un tío que me caía bastante bien.

Él me vio al mismo tiempo y con gesto asombrado levantó el brazo a modo de saludo. Era un tipo al que había perdido la pista hacía años. Según me dijeron, se había enganchado a la heroína y sinceramente creía que o bien ya estaba muerto o en la cárcel o tirado en cualquier cubículo infecto chutándose lo que pudiera conseguir, pero su aspecto saludable parecía desmentir este pasado oscuro. Estaba algo más entrado en carnes y aún tenía una buena mata de pelo, eso sí algo más canoso de lo que yo recordaba. Nos estrechamos con fuerza la mano y nos palmeamos los hombros de manera afectuosa.
Tras los saludos de rigor y preguntarnos por nuestras respectivas vidas actuales, pedimos unas copas y recordamos gente y anécdotas de nuestro pasado en común.  Estaba claro que detrás de los buenos momentos había cosas que a Jorge le dolía recordar y ahora sé que a mí también. Noches de excesos, tragedias personales, vandalismo y acciones que vistas en aquel momento resultaban poco edificantes. Hechos que yo recordaba como vividos por una persona distinta a la que era en ese momento.
A nuestra conversación pronto se le acabaron las palabras. Había muchas vivencias comunes difíciles de verbalizar. Tomamos  varias copas más y hablamos sobre la gente del local, la cual parecía rodearnos como si ambos estuviéramos dentro de una burbuja. Luego, Jorge adoptando un tono serio, me dijo que “él había sido siempre mi amigo”. Por mí parte le dije que me alegraba mucho de verle tan bien ya que después de perderle la pista, pensaba que habría muerto en algún lugar extraño bastante tiempo atrás.

Ante este arranque mío de sinceridad, Jorge se irguió en su taburete y me contestó de manera muy seria:

 -No que va. Yo nunca perdí el control. Debes saber que estás cara a cara con el hombre que vendió el mundo-

 Por un momento no supe que decir, luego una carcajada espontanea salió de dentro de mí. Aquello yo ya lo había escuchado  antes… choque su mano y me despedí. A la mañana siguiente tenía que emprender un viaje largo y no quería salir demasiado tarde.

En la calle me di cuenta de que estaba más borracho de lo que creía. No sé cuánto tiempo vagué perdido por las calles vacías de aquella ciudad desconocida. Finalmente di con el hotel. Antes de subir a la habitación, vomité junto a un árbol y compre una botellita de agua en una máquina que había en la entrada. Apenas pude dormir. Sueños convulsos me visitaron durante las horas que permanecí postrado entre aquellas cuatro paredes. Las palabras mi amigo Jorge no dejaban de resonar en mí cabeza “estás cara a cara con el hombre que vendió el mundo”.


Al día siguiente me di una ducha caliente y acompañé el desayuno con un par de tabletas de paracetamol. La larga autopista por la que el coche rodaba  ajeno al mal tiempo exterior me permitió pensar con más claridad en la conversación de la noche anterior. Realmente todos nosotros, tendríamos que haber muerto bastante tiempo atrás en algún lugar lejano… yo era uno de tantos. Yo también le había vendido el mundo a alguien, a alguien quien ni siquiera conocía y se lo había vendido a cambio de aquella jaula de plexiglás para ratones con luces brillantes, colores y escaparates llenos de artículos innecesarios. Ese pensamiento me debería de inquietar, pero la verdad es que no era así.  Yo, igual que mi amigo Jorge, jamás habíamos perdido el control…

In memoriam David Robert Jones (David Bowie) 1947-2016.

No hay comentarios:

Publicar un comentario