¿Fetichista? No lo se,
posiblemente. El diccionario define el fetichismo como un gusto sexual
poco convencional hacia objetos prendas, partes del cuerpo, etc. Yo, de toda la
vida, me he excitado con las muñecas, pero para mí las muñecas no son solamente
un mero vehículo de excitación ¡Yo amo a las muñecas!
Cuando apenas era un tierno infante, mi madre me dejaba en
casa de la vecina de vez en cuando para ir a la compra o realizar algún recado.
El caso es que aquella vecina, Pepita, tenía una hija un tanto repipi que tenía
su habitación repleta de muñecas. Desde la cama y desde las estanterías,
decenas de fijos ojos vitrificados me miraban incitadores. Un día doña Pepita y
su hija me sorprendieron en cueros, con el pito muy tieso, tumbado en la cama
con una muñeca de exuberantes y rubios tirabuzones a la que había despojado de
su vestido de pastorcilla, sombrero y cayado incluido.
-¿PERO QUE HACES JORGITO?- Dijo doña Pepita visiblemente
azorada al sorprenderme en tan comprometida situación.
Yo, con la espontaneidad propia de mis pocos años le conteste –Hago lo que papa y mama hacen por
las noches en la cama, porque quiero a esta muñeca pastorcilla y me voy casar
con ella cuando seamos mayores.-
Bien por su natural bondadoso o bien por que en su casa con
un marido borracho y putero y una hija mayor a la que se beneficiaba cualquier
macarra que le diese una vuelta en moto, incluso si la moza estaba de buenas, se
la pasaban por la piedra los que venían andando; doña Pepita tenía motivos
bastantes para callar. La que nunca me perdonó aquello fue Susanita, la hija
menor de los vecinos. Cada vez que me veía, me miraba como a un apestado y
nunca más permitió que volviera a entrar en su cuarto, el cual recuerdo como un
paraíso perdido.
Andando ya en la preadolescencia, exploraba otros modos de
relación con los seres de plástico. La aparición de los Madelman y más delante
de los Geyperman hicieron que durante un tiempo me desviase de mi estricta
heterosexualidad. Pero esa momentánea incursión en sexo gay, básicamente era un
asunto de voyeurismo. Me gustaba ver como el cazador de montaña le bajaba los
pantalones y le desabrochaba la guerrera al oficial de la Wergmach, mientras el
buceador de combate hacia cabriolas sobre el tanque con un soldado del Ejercito
Rojo. Al final las aguas volvieron a su cauce y en mis juegos con los muñecos
de acción tomaba parte Barbie, a la que los susodichos aguerridos militares ponían
mirando a Cuenca y a otros muchos lugares igualmente dignos de ser admirados.
Durante la transición, mis amigos del cole andaban matándose
a pajas con las películas del destape y las fotos del Interviú, yo estaba
tranquilo. Pero entonces llegaba la Navidad y toda mi aparente calma se
derrumbaba como un frágil castillo de naipes. Aún resuena machaconamente en mi
cabeza esa musiquilla insidiosa…
Las muñecas de Famosa se dirigen al portal
Para hacer llegar al Niño su cariño y amistad…
¡Dios! Era (Y aún es) ver aquellas muñecas fabricadas en la
industriosa localidad alicantina de Ibi caminando hacia el portal de Belén y
ponerme palote en el acto.
Ya en mi juventud, había citas sexuales obligadas. Cuando el
Corte Inglés anunciaba con bastante tiempo el cambio de una estación a otra “YA
ES PRIMAVERA EN EL CORTE INGLÉS”, el menda estaba allí el primero a ver como
los escaparatistas desnudaban a los maniquíes para ponerles la ropa de la nueva
temporada. Lo malo es que al percatarse de mi presencia, los operarios de los
grandes almacenes, cubrían con papel de envolver los escaparates y si veían que
seguía merodeando por la zona, llamaban a la policía. No fueron pocas las
tardes que pasé en comisaría, pero al no poder acusarme de nada concreto, no
les quedaba más remedio que soltarme.
Muchos han sido los amores que he tenido desde que alcancé
la edad adulta. Primero muñecas hinchables de poco precio y más tarde, caras
maniquís de látex, que incluso hablan cochinadas y tienen movimientos
succionadores en sus orificios, pero de todas, más tarde o más temprano me he
acabado cansando.
Ya resignado a un pasar yermo y sin amor por este valle de
lágrimas, iba tirando como tantos españoles tras el estallido de la burbuja
inmobiliaria, ganándome la vida como podía con trabajillos de poco más o menos.
Como madrugaba mucho, a eso de las once de la mañana, todos los días almorzaba
en un bar del polígono industrial. Unas ricas porras mojadas en café con leche
me hacían olvidar durante un rato mi triste existencia, pero luego, al retomar
mis labores, sentía como que estaba perdiendo mi vida, como si esta se me
estuviera yendo por el desagüe sin cuajar en nada productivo. Este era mi
sentir hasta que la vi a ella…
Como todos los días, a las once en punto como un clavo,
estaba yo mojando la porra, cuando se abrió la puerta del bar. Me percaté de
ello por que era invierno y en la calle hacía un frió pelón de acojonar. Con
movimientos renqueantes, una figura femenina se situó a mi lado en la barra. La
mujer dio educadamente los buenos días a los que contesté con un gruñido y
seguí a lo mío. Cuando acabé de almorzar, extendí mi brazo para coger una
servilleta y entonces ocurrió algo… Sin querer roce la mano de la mujer que se
había sentado a mi lado y sentí un tacto inconfundible ¡ERA DE PLASTICO!
Aquella mujer tenía un brazo ortopédico ¡Un brazo como de muñeca! Un latigazo de electricidad erizó todo el
vello de mi cuerpo. Alce la vista y me tope con dos ojos azules de desigual
mirada; uno recorría mi anatomía de arriba abajo y otro permanecía fijo en el
infinito, una mirada que yo conocía bien; la misma que tenían las muñecas del
cuarto de Susanita…
Carraspeé, me armé de valor y comencé a hablar –Buenos días
señorita. Disculpe que la importune, pero no he podido por menos que fijarme en
sus hermosos ojos azules y si no tiene inconveniente cuando salga del trabajo
me gustaría invitarle a una Fanta o a una lata de berberechos o a lo que usted
guste, porque sepa usted que me parece preciosa…
Ante mi alarde de verbosidad, la mermada dama, al principio
pareció acojonarse, pero viendo que mi interés por ella era genuino, finalmente
accedió a mi petición y quedamos en ese mismo sitio para cuando los dos
saliésemos del trabajo.
Yo esperaba impaciente en el bar con una rosa envuelta en
celofán comprada en los chinos. Al poco rato llegó ella con su andar
renqueante. Pedimos unas consumiciones y ocupamos una mesa en una esquina del
local. Mari Ángeles que así es como se llama, me contó que hacia ya bastantes
años, siendo casi una niña, había sufrido un accidente de tráfico muy grave en
el que había perecido toda su familia y ella había perdido un brazo, una pierna
y un ojo. En la actualidad estaba trabajando como telefonista en una empresa de
transporte y mensajería, lo cual complementado por una pensión de invalidez, le
permitía ir viviendo de una manera desahogada. La velada transcurrió de forma amena
y cuando terminamos la cena a base de tapas, yo caballero, me ofrecí a
acompañarla hasta el vehículo adaptado que le había subvencionado la ONCE. Aquella
noche no quería venirse a mi casa, pero yo conseguí echando mano de un poco de
persuasión, que cambiase de parecer. Desde entonces vive conmigo, la cuido y me
ocupo de que no le falte de nada.
¡Que feliz soy! Mari Ángeles es una mujer extraordinaria:
Luchadora, comprensiva, educada y en la cama… ¡Como es en la cama! Siempre está
dispuesta a satisfacer cualquiera de mis fantasías sexuales. El otro día se
vistió de muñeca legionaria sólo para mí.
Se que esta noche me reserva algo especial. Sospecho lo que
es y ardo en deseos de estar junto a ella, por eso queridos lectores de este
blog os voy a dejar. Mi amada me espera…
Un individuo más cercano a los cincuenta que a los cuarenta,
abandona una desangelada habitación, en la que tan
solo hay: una silla de oficina vieja de mala calidad y una mesa con cuatro
patas metálicas que hace bastante tiempo han mudado el revestimiento cromado por
óxido. Sobre la mesa un ordenador portátil aún encendido. El hombre recorre la
vivienda en dirección a una puerta cerrada al fondo de un pasillo. Todo
está sucio y desordenado. Abre la puerta y pulsa un interruptor. Una vieja bombilla
de filamento ilumina la estancia abarrotada de trastos: cajas de las que
sobresalen brazos y piernas de maniquís, estanterías con muñecas de todo tipo
vestidas y desnudas, varias muñecas hinchables y de látex con exuberantes
atributos sexuales apoyadas en las paredes y finalmente un pequeño catre sobre
el que hay una caja de cartón y plástico transparente como las que suelen
contener juguetes sólo que de gran tamaño.
Algo se agita dentro de la caja. Al acercarse, el hombre
observa durante un instante a la mujer que atada con bridas de plástico y
amordazada con cinta adhesiva, yace desnuda dentro del embalaje.
-Hola mi amor. He venido a jugar contigo…-
El hombre llamado Jorge, saca de un armario un disfraz de pastorcita
pulcramente planchado y colgado de una percha, junto con un cayado blanco de
madera. Deposita estos objetos al lado de la cama y sale de la habitación. Tras
unos minutos vuelve, pero esta vez va ataviado con una vestimenta peluda de
color marrón. En sus manos lleva una toalla pequeña y un frasco de cloroformo.
-Hoy vamos a jugar a la bella pastorcita y el lobo.-
Con dedos temblorosos, Jorge abre la caja que contiene desde
hace aproximadamente un mes a Mari Ángeles Sempere, luego vierte un generoso chorro
de cloroformo sobre la toallita y lo acerca al rostro de la aterrorizada mujer,
la cual, tras el inicial forcejeo finalmente queda inconsciente y relaja todo su
cuerpo. Los parpados del ojo bueno se le cierran y el ojo de cristal permanece abierto, como
mirando a los ojos de su raptor. Una lágrima resbala por la mejilla de Jorge
Fernández, que exclama:
-¡TE QUIERO MUÑECA!-
Dr Miriquituli.
No hay comentarios:
Publicar un comentario