Cantaba el gran Rafael Farina a su “perro
amigo” y es que de verdad, si hay un animal con el que el ser humano ha entablado
una verdadera amistad, ese es el perro.
El perro salvaje o el lobo, que genéticamente
son casi idénticos, fue el primer animal domesticado por la mano del hombre
hace la friolera de más de 15000 años. El lobo-perro con sus agudos sentidos,
su fuerza y su resistencia, paso de enemigo implacable a aliado insustituible
del ser humano, para la caza y en la guardia del territorio de la manada mixta
hombres-perros. Humanos y canes han caminado juntos durante milenios y en
nuestros días esta especial relación de las dos especies es más estrecha que
nunca.
Voy a contar la historia de unos perros que
por esas casualidades que tiene el destino, un día llegaron a mis manos.
Hace no mucho tiempo, falleció mi abuela
paterna. En el velatorio coincidí con varios tíos y primos a los que no veía desde
hacía bastante. Por esa época yo tenía un perro en una finca rústica de mi
propiedad. Un adorable bandido, que a causa de la leishmaniasis falleció a
principios de este invierno. Toby que así es como se llamaba el primer perro de
la finca (Ya se que el nombre es poco original, pero era el que le habían
puesto los mismos que siendo muy jovencito le abandonaron en la perrera ¡Ni de
ponerle un nombre decente se preocupó aquella gente!) tenía la jodía costumbre
de escaparse a ensanchar sus horizontes. Yo voy a diario a la finca, pero tan
solo un rato, algo que Toby debió de juzgar insuficiente. Además le debía de
parecer poco grata la compañía de mi burro Homero, ya que a la más mínima
ocasión se daba el piro. Ante este comportamiento fuguista compulsivo, pensé
que a lo mejor lo que quería era compañía perruna femenina. Estuve un tiempo
buscando una perrita por las perreras sin encontrar ninguna que se adaptase a
las necesidades del puesto. En el velatorio de mi abuelita comenté este extremo
con mi tío Antonio, que como Farina es un gran amante de los perros y tiene
varios. Me dijo que no buscase más. Poco tiempo antes, de una preciosa deutsche
drahthaar y de un podenco de su propiedad, le habían nacido varios cachorritos
mestizos y que si quería me regalaba un par que no había podido colocar con
nadie de confianza.
Cuando comenté el asunto de los perros con mi
familia, se mostraron entusiasmados y decidimos acercarnos el fin de semana a
verlos. La verdad es que eran unos cachorritos preciosos que se adaptaron
magníficamente a la vida en la finca, un lugar duro con unas oscilaciones térmicas
que pueden ir de menos de 10º C negativos a mas de 40º positivos en verano.
Para que vamos a engañarnos… Choco y Canelo como
guardianes dejaban mucho que desear. Se limitaban a hacer bulto junto a Toby
que era el perro dominante y el único que guardaba algo. Cuando crecieron un
poco se reveló su verdadero talento, en este caso más un handicap que una
ventaja, eran unos cazadores acojonantes. Un zorro, lagartos, lagartijas,
culebras ¡Hasta pájaros cazaban! Lo malo es que pronto centraron su atención en
el corral, el cual asaltaron en un par de ocasiones, diezmando a la población
gallinera.
Varias luchas de poder después, conseguí
estabilizar la manada y los problemas de fugas y gallinicidios cesaron.
Entonces comenzó otro problema bastante más gordo, los robos. Por aquel entonces
la enfermedad de Toby estaba ya muy avanzada y los primeros hielos que el
diciembre pasado fueron bastante duros, no hacían presagiar nada bueno en la
evolución de la misma. En aquel punto crítico, me entraron en la finca. Me
destrozaron a mazazos la puerta de la caseta, Rompieron los cristales y se
llevaron los cercos de las ventanas. Una bicicleta, alguna botella de licor y algunas
herramientas poco valiosas completaron el botín. Sin duda los ladrones no
pudieron hacer todo esto sin amedrentar de alguna manera a los perros. El pobre
Toby, al que después del robo tuve que alojar en el interior de la caseta, se
tumbó en una mantita y así permaneció sin apenas comer ni beber hasta el día
que hubo que llevarlo al veterinario…
Una perdida en la manada, un nuevo statu quo.
Aparentemente de nuevo la estabilidad… Hasta hace un par de semanas en las que
llegué como cada tarde a la finca a echar de comer a mis animales y me
sorprendió que los perros no acudieran a la puerta a darme la bienvenida como
siempre hacían. Les busque con la secreta esperanza de que se hubieran
escondido tras perpetrar alguna fechoría, temerosos por la regañina que les
esperaba, pero los perros no estaban. Inspeccionando la valla, vi que junto a
la puerta de entrada un trozo de alambrada estaba descosido por la parte de
abajo, lo que venía a confirmar mis peores temores… Me habían robado a Choco y
a Canelo.
Inmediatamente puse el caso en conocimiento de
la Guardia Civil. El guardia que me atendió muy amablemente, me indicó que
debía poner una denuncia en el cuartelillo al día siguiente. Así lo hice y tras
la denuncia, la pareja me acompañó a la finca. En estas estaba cuando recibí
una llamada del servicio de recogida de animales de la Comunidad de Madrid.
Los perros habían aparecido en la A-IV en la
incorporación a la M-506. La autopista que va desde Madrid a Andalucía en el
cruce con la carretera de San Martín de la Vega a Villaviciosa de Odón, un
sitio de muchísimo tráfico, distante de mi finca unos 25 km. Me informaron que
uno de los perros había sido atropellado y que el otro estaba bien salvo
algunas magulladuras (Tenía un mordisco en el morro que le había dado su
hermano o cualquiera de los otros perros robados) Quede con los del servicio de
recogida de animales en una gasolinera. Cuando llegué, Choco estaba sedado en
una camilla. Al parecer tenía serios daños internos y rota la columna vertebral,
por lo que tras darles mi permiso, los funcionarios de la Comunidad de Madrid
sacrificaron al animal allí mismo. Canelo estaba completamente aterrorizado
bajo la camilla donde yacía su hermano. Le saqué de la ambulancia y le monté en
el maletero de mi coche. Al poco rato, tras firmarles un papel, me entregaron a
Chocolatín en una bolsa de plástico ya que ellos no podían deshacerse del cadáver.
Cuando Canelo bajó del coche en la finca, tras
dar sinceras muestras de alegría y alivio, bebió mucha agua y se fue a esconder
a su madriguera debajo de la caseta de obra. Los animales no hablan pero son
capaces de decirte muchas cosas. No me puedo quitar de la cabeza la mirada de
Canelo cuando saque la bolsa que contenía los restos de su hermano, tampoco la
del burro… Enterré al perro con mis propias manos al pie de un viejo olivo.
Para el resto de la manada pasado un tiempo, Choco será un recuerdo cada vez
más y más difuso, tan sólo la tierra le recordará. Esta primavera la hierba
crecerá más alta y más verde donde descansa su cuerpo.
Quizá, en un ejercicio de deportividad, puedo
llegar a aceptar que cada cierto tiempo alguien me robe. Tal vez sea el peaje
que tengo que pagar por ver pasar las grullas remontando o descendiendo por la
vega, asistir al despertar anual de la tierra, ver al atardecer un búho real
ululando sobre las peñas que rodean mi olivar o comerme una lechuga cojonuda de
mi huerto…
Según me dijo la Guardia Civil de Pinto,
municipio en cuya demarcación se produjo el atropello, me podía considerar
afortunado de haber recuperado uno con vida ya que al parecer cuando los perros
robados no les valen, normalmente los ahorcan. También he leído por ahí que
roban perros para entrenar a perros de pelea, unos pobres animales a los que
mentes enfermas han transformado en auténticos monstruos. Creo que esos hijos
de la gran puta llegan incluso a cruzar apuestas para ver en cuanto tiempo sus
perros descuartizan a otros perros físicamente menos fuertes.
Estos desalmados esta vez han ido demasiado
lejos ¡Abandonar a mis perros al lado de una autopista para que los atropellen!
Han atacado a los míos, han atacado a unos miembros de mi manada y no pienso
olvidarlo ni perdonarlo…
Lo decía Mairena y cualquier persona de bien
que haya tenido perro, sin duda suscribirá sus palabras:
¡MALDITA SEA LA MANO QUE MATA UN PERRO!
Dr Miriquituli.
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