Un chaval delgado de mirada brillante salió deprisa del
metro. Bajó la calle Fuencarral para luego perderse por las callejuelas. En un
sucio bar que olía a orines pidió una copa de algo barato con alta graduación
alcohólica y encendió un pitillo. Los parroquianos levantaron la vista para
observarle brevemente con una expresión que oscilaba entre la lastima y la
indiferencia. Luego siguieron a lo suyo concentrados en el fondo de sus vasos.
El humo azul de los cigarros daba al local un ambiente como
de ciénaga, fuera el viento invernal barría las callejas. Los pocos transeúntes
que andaban por las calles, se arrebujaban en sus abrigos y apretaban el paso
en dirección al metro o a sus casas para refugiarse de la helada noche de
Madrid.
Poco a poco otros chicos y un par muchachas pálidas se
juntaron con el primero que había llegado al bar. Todos lucían parecido
aspecto: chaquetas negras de cuero, vaqueros ajustados, botas de baloncesto o
zapatos boogies y el pelo bastante corto y de punta.
-¿Vais a ir el miércoles al Rockola? Toca el grupo del
Pajarillo y otros. No se cuales son pero creo que va a molar…-
-Me gustaría pillar anfetas ¿Alguien se viene? Hay que bajar
donde las putas y no quiero que me vuelvan a dar el palo...-
-De paso podíamos pillar algo de costo ¿Ponemos un fondo
común?-
-Vale, pero sólo para el costo. Si alguien quiere pirulas
que ponga la guita, las centras son a dos libras y las dexidrinas medio talego…-
-Si hay dexis a mi tráeme dos-
-Lo más seguro es que solamente haya centramina. Hay un
camello nuevo, creo que el menda es médico y siempre tiene.-
-Si un nota que va de traje y que tiene una “loca” azul
flamante. Es mogollón de raro, pero dicen que es legal-
El chaval que había llegado primero al bar y otros dos
cogieron la pasta de los demás y se internaron en el barrio chino. Encontraron al
tipo del SEAT 1430 azul en la esquina de Ballesta con Valverde. Estaba hablando
con unas lumis en la puerta de un club, pero cuando vio a los chavales asintió
levemente y con un gesto les indicó que le siguieran. A unos cientos de metros
tenía aparcado el SEAT. El chico flaco entró con el hombre en el coche y allí
realizaron la transacción. El camello, un individuo de mediana edad vestido con
esmero aunque de una manera anticuada, no se parecía a nadie que anduviese por
esos barrios. Tras su atuendo, como de oficinista de la posguerra se ocultaba
un cuerpo enjuto pero forjado en un material durísimo, una dureza cuyo brillo
asomaba a sus ojos, apenas dos rendijas abiertas en su inexpresivo rostro. Unos
ojos de color indefinido que no se perdían detalle de lo que pasaba a su
alrededor, unos ojos como de fiera al acecho…
De nuevo juntos, el grupo de muchachos abandonó el bar donde
se habían dado cita. Se encaminaron a otro local a unas pocas calles del
primero. Era un garito con un pequeño escenario donde algunas veces músicos
aficionados se subían a tocar. Los chavales ocuparon unas mesas en la esquina. La
barra estaba separada de la zona del escenario por unas gruesas cortinas de
terciopelo rojo que le daban al local un aspecto como de pequeño cine, además
olía que tiraba para atrás a ozono pino, conocido popularmente como “zorropino”,
un desinfectante que se usaba con profusión en todo tipo de locales públicos.
-Pues el domingo pasado en la Bobia estaban aquellas pivas
que conocimos el viernes en el Agapo…-
-Si si un bar que se llama Colombín por la zona de Doctor Esquerdo, alli pasan dexidrinas…
-Seguro seguro, yo voy contigo a jugar al baloncesto…-
-Huele a uñas quemadas… Pasa ya ese porro ¿No?-
-Luis y Ramón se curraron la otra noche con los franceses en
frente del San Mateo 7…-
-¡Que hijos de puta los rockabilys! Ya no se quedan en sus
garitos… Alguien va a tener que darles un escarmiento.-
Humo de tabaco, humo de porros, conversaciones inconexas, todo
el mundo hablando con todo el mundo a la vez. Gritos y risas en la mesa de los
amigos del chaval flaco, también en el resto de mesas. En los altavoces del
garito sonando Lou Reed, Bowie, Iggy Pop, Ramones… Gente honesta que cantaba
como vivía.
La velada fue dando sus últimos coletazos. Fuera del local,
por las venas de la ciudad un torrente de luz blanca fluía incesante. Poco a
poco el entusiasmo del grupo fue decayendo y uno a uno los asistentes a la
improvisada reunión se fueron retirando. Finalmente el muchacho delgado se
quedó solo en la acera sucia de la calle. Un puñetazo de viento frío le golpeó
en el rostro. Se subió el cuello de la chupa y bajó Fuencarral en dirección a
la Gran Vía. En las esquinas, acechando, las fieras con ojos de diamante.
In memoriam
Lewis Allen Reed 1942-2013.
Dr
Miriquituli.
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