martes, 29 de octubre de 2013

UN GIRO INESPERADO


Aquella mañana Pedro Pablo llegó tarde al trabajo, algo que no sucedía desde hacía años. Se dirigió a la sala acristalada, donde ya estaban reunidos los comerciales. Entró mascullando una excusa y ocupó el único sitio que quedaba libre. Tras la consabida charla “motivadora” de Fernández de los Ríos, la cual, básicamente consistía en recordarles “que no le resultaban rentables a la empresa” y “que como no cambiaran la tendencia negativa, estarían todos despedidos a final de mes”. El jefe de ventas dio por terminada la reunión, pero antes de que cada uno se marchase a su zona, Carlos Fernández de los Ríos ordenó a Miriam y a Oswaldo de Jesús al departamento de personal. Eso sólo podía significar una cosa…

 

Pedro Pablo se quedó remoloneando por la recepción de Transportes Butragueño, haciendo como que leía los papeles colgados en el tablón de anuncios. A los veinte minutos salieron. Oswaldo de Jesús hecho un mar de lágrimas, colgado del hombro de una Miriam cariacontecida, pero que a pesar de todo trataba de dar  ánimos al colombiano. El veterano comercial les llevó a desayunar. Tras unas enormes porras mojadas en café con leche, los dos cesantes parecieron recobrar un tanto los ánimos. Luego Pedro Pablo les dejó en la boca del metro, con el compromiso de que hablaría con Miriam tras la jornada laboral para ver en qué podía echarles un cable.

 

De camino a su zona, con el Audi sucio y algo destartalado tras el fin de semana, el comercial pasó por delante de Transportes Butragueño. En ese momento un BMW negro salió del parking sin respetar el stop y obligando a Pedro Pablo a pegar un brusco frenazo. Tras el bocinazo y los improperios de rigor, cayó en la cuenta de que el coche negro que aceleraba unos cuantos metros por delante, no era otro que el de Carlos Fernández de los Ríos. Dejó distancia y decidió seguir al jefe de ventas, sin saber muy bien a priori qué hacer ni qué decir cuando se encontrase frente a él.

 

El BMW se dirigió hacia las afueras del polígono. En una de las calles que dan al descampado el coche negro aminoró su marcha. Varias prostitutas en pelota picada exhibían sus marchitos encantos, ante un tráfico incesante de vehículos ocupados por hombres solos.

 

Carlos Fernández de los Ríos se paró junto a una morena con las tetas gordas, bajó la ventanilla y se puso a negociar el precio. Una vez que ambas partes quedaron de acuerdo, el jefe de ventas abrió la puerta y la tetona se sentó en el asiento del copiloto.

 

Pedro Pablo con su smart phone de última generación inmortalizaba la escena desde una gasolinera próxima. Luego en el wasap buscaba la dirección del jefe de ventas y le daba a enviar.

 

El comercial se dirigió a la dirección que le había dado Fernando en el vídeo de la víspera. Se trataba de una fábrica bastante grande. Aparcó y tal y como le había pedido su hijo en el mensaje, preguntó por el encargado. Un hombre joven, vestido con ropa de trabajo, el pelo largo y un par de llamativos aros en la oreja derecha salió a la recepción.

 

-Buenos días ¿En que puedo ayudarle caballero?-

 

-Buenos días. Parece que hoy hace todavía más calor que ayer…-

 

-Lo peor está aún por venir… ¿El señor Cogollo, supongo? Acompáñeme- Dijo el melenudo conspirador que no las tenía todas consigo viendo la pinta demasiado políticamente correcta del padre de Fernando.

 

En el almacén de Viuda de Corrochano e Hijos CB, rodeados de bidones con productos químicos, ambos hombres entraron en una pequeña oficina. El encargado de la fábrica, de nombre Manolo, sacó un sobre amarillo de esos que tienen plástico de burbujas por dentro y se lo entregó al comercial.

 

-Debe hacer llegar este sobre a la dirección que pone en la solapa lo antes posible, si puede ser hoy mismo-

 

Pedro Pablo conocía la dirección. Era un polígono cercano a su antigua vivienda a no más de quince minutos del lugar en el que se encontraba en ese momento.

 

-Voy a ir ahora mismo- dijo decidido a zanjar aquel peliagudo asunto cuanto antes. -¿Se puede saber qué contiene ese sobre?- Preguntó Pedro Pablo, aún con un cierto poso de duda ante las extrañas actividades de su hijo y lo rocambolesco de la situación.

 

-Cuanto menos sepa, mejor para usted y para todos. Sólo le puedo decir que es un disco duro, pero ignoro la información que contiene. Seguramente le han seguido hasta aquí. Nos jugamos la seguridad de mucha gente. Vaya en una furgoneta de reparto de las nuestras y deje aquí el coche-

 

Pedro Pablo obediente, hizo lo que Manolo le dijo y se dirigió a la dirección indicada. Allí un individuo que lucía unas pobladas patillas decimonónicas y un gorro de lana con bastante mierda pese a los treinta  y muchos grados de temperatura ambiente, se hizo cargo del sobre. En el camino de vuelta, le pareció ver por el espejo retrovisor, un Peugeot de color oscuro como el que llevaba tantos días vigilando su calle. Aceleró un poco y cuando llegó a la fábrica de Viuda de Corrochano e Hijos, lo hizo solo, sin ningún coche sospechoso a la vista.

 

Pedro Pablo había puesto en silencio el móvil, porque no quería que nadie le molestara mientras cumplía con el encargo de su hijo. Al volver a activar el sonido vio en la pantalla una decena de llamadas perdidas de Carlos Fernández de los Ríos y un mensaje en el que le citaba para hablar “sobre lo ocurrido” junto al monumento del Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles, sobre las dos de la tarde.

 

Tras unas cuantas gestiones con pocos resultados tangibles, Pedro Pablo se dirigió al lugar de su cita con el jefe de ventas, pasándose antes por un área de servicio para dejar el coche como a él le gustaba llevarlo ¡Absolutamente impecable! Al guardar la bayeta y la cera abrillantadora en el maletero, el comercial vio la caja de puros King Eduard que contenía a “Margarita”, la pistola de su padre, de la que se había olvidado completamente. Sin pensárselo dos veces, cogió el arma y se la metió en la parte de detrás del pantalón de manera que la americana la tapase.

 

Pese a estar rodeado por varias autopistas, líneas de tren de alta velocidad, polígonos industriales y urbanizaciones, este cerro testigo en el que tradicionalmente se sitúa el centro geográfico de la Península Ibérica, es un remanso de paz. Pedro Pablo comenzó el ascenso entre los pinos. Era un sitio en el que con frecuencia paraba a medio día a comerse la fiambrera y a estirar las piernas antes de seguir con las visitas de la tarde.

 

En la cumbre del cerro hay un monasterio y una estatua de Jesucristo sobre un alto pedestal. A los pies de la estatua nueva, hay una estatua antigua que las tropas republicanas que defendían Madrid se dedicaron a fusilar durante la guerra. Cada vez que veía esa estatua, Pedro Pablo pensaba “Cómo no iban a perder la guerra haciendo esas gilipolleces…”

 

Junto a la estatua tiroteada estaba aparcado el BMW del jefe de ventas. Pedro Pablo aparcó unos metros más allá y se bajó del coche abrochándose la chaqueta. Carlos Fernández de los Ríos también bajó. Llevaba unas gafas de sol de un tamaño desmesuradamente grande. Aquellas gafas acompañadas de un casco y una máscara de oxígeno, perfectamente podían formar parte del equipo de un piloto militar de F-18. El jefe de ventas iba fumándose un pitillo y lo primero que hizo fue echarle el humo directamente a la cara a Pedro Pablo.

 

-¿De qué vas Cogollo? ¿Qué pasa que ahora te dedicas a seguirme?-

 

-No Carlitos, yo me dedico a trabajar, como he hecho siempre… Me importa un pepino lo que hagas o dejes de hacer, pero no estoy dispuesto a tragar con la injusticia que has cometido con Miriam y con Oswaldo. Los dos son muy trabajadores y total… la empresa les paga una mierda. Si tienes algo contra mí ahora es el momento de hacérmelo saber.-

 

Tras volverle a echar el humo del cigarrillo, el jefe de ventas habló así:

 

-Así que estás interesado en la putita de la Miriam… ¿O la putita en la que estás interesado es el sudaca? Va a ser eso… ¡Tan modosito siempre! Yo creo que eres un poquito julandrón. Pues que sepas que cualquiera de los dos me hubiera comido la polla con tan solo haber chasqueado los dedos… Es más, igual los readmito y les doy por culo a cambio ¿Qué te parece viejo?-

 

A Pedro Pablo, un hombre habitualmente de buen carácter, le resultaba absolutamente intolerable aquel menoscabo hacia personas a las que quería y apreciaba. Hablando con lentitud, casi arrastrando las palabras, el comercial respondió a las provocadoras palabras del jefe de ventas

 

-Mira, tarado hijo de puta, te voy a decir lo que vamos a hacer: Hoy mismo vas a readmitir a los dos. Di que te has equivocado o lo que te salga de los cojones, pero mañana quiero ver en el departamento a Oswaldo y a Miriam a primera hora de la mañana. ¿Lo has entendido?-

 

-¿O si no qué….?- Dijo Fernández de los Ríos con una sonrisa socarrona.

 

Antes de que pudiera ni siquiera pestañear, Pedro Pablo le arrimó tal hostia con la mano abierta en toda la cara, que las gafas de sol y el pitillo del jefe de ventas salieron volando por los aires.

 

Tras los primeros instantes de estupor, Fernández de los Ríos se rehizo. Iba a machacar a aquel viejo, que además de doblarle la edad aparentemente no tenía media hostia. El jefe de ventas estaba completamente seguro de poder con el comercial, no en vano pasaba largas horas haciendo dolorosos ejercicios en los aparatos del gimnasio para lucir percha y musculatura. Con esta idea fija en su mente, se abalanzó sobre Pedro Pablo, pero éste dio un rápido paso atrás, sacó a “Margarita” del cinto  y le puso el cañón debajo de la nariz.

 

-No muevas un músculo o te vas a tener que sujetar con esparadrapo las gafas horteras esas que gastas-

 

Fernández de los Ríos temblaba de pies a cabeza. Tras unos instantes en esa postura, el comercial bajo el arma y se la volvió a guardar. En el fondo aquel mequetrefe le daba un poco de pena.

 

-Esta conversación no ha tenido lugar. Cuando llegues a la oficina dices que ha sido un error tuyo, que sí que estaban cumpliendo objetivos y los readmites ¿Lo has entendido?-

 

-Sí sí ahora mismo… pero por favor ¡No me hagas nada!-

 

Finalmente Pedro Pablo se quedó solo en la cima del cerro. Cogió la caja de puros y metió la pistola dentro. No creía que Fernández de los Ríos fuese a decir nada de la conversación que había tenido lugar, además no había testigos de la misma, pero lo mejor que podía hacer era deshacerse de Margarita y tratar de volver a su vida anterior una vez que se resolvieran los problemas de su hijo. Anduvo un rato por el pinar para aclarar sus ideas, finalmente escondió la caja con la pistola en el tocón hueco de un pino cortado y se alejó en dirección al coche.

 

Pese a que la mayoría de empresas hacían horario de verano, el comercial consiguió aquella tarde cerrar un par de operaciones pequeñas tras las que llevaba bastante tiempo. Pedro Pablo estaba en el coche organizando el papeleo, cuando sonó un mensaje en su móvil. Era de Miriam.

 

Hola Pedro Pablo, Oswaldo y yo hemos encontrado trabajo. Te invito esta noche a cenar para celebrarlo.

 

Inmediatamente llamó a Miriam pensando que el trabajo que habían encontrado era el que hasta aquella mañana tenían Oswaldo y ella en Transportes Butragueño, pero la bella comercial le informó de que en realidad era como comerciales en reuniones tupper sex para Fresa y Menta Distribuciones, la empresa de Melchor Cerrudo. El jefe de ventas les había llamado a primera hora de la tarde pero como ya le habían dicho que sí a Cerrudo y las condiciones eran mejores, habían rechazado la oferta de readmisión. Pedro Pablo sintió una punzada de pena, pero su corazón generoso se alegró de que hubiera conseguido un trabajo mejor aunque fuera lejos de él.

 

Al final la cosa quedaba en que a las nueve Pedro Pablo y Miriam quedaban para una cena ellos dos solos en casa de Miriam. Después de un día difícil parecía que por fin las cosas comenzaban a arreglarse. Pedro Pablo se fue a casa más contento que unas castañuelas.

 

Para variar, aquella tarde encontró sitio en su barrio a la primera, justo un par de plazas por detrás del Peugeot de color oscuro de los hombres del inspector Cantero.

 

Ya en casa, Pedro se afeitó la poblada barba que comenzaba a oscurecer su rostro, una herencia sin duda de su antepasado Jaime el Barbudo, el legendario bandolero. Se duchó y se aplicó en sus partes pudendas un producto a base de feromonas masculinas de ocelote que había comprado por Internet a Fresa y Menta distribuciones. Tras constatar que la entrepierna le olía a gato muerto, se duchó de nuevo, esta vez con jabón Lagarto. Especial atención prestó a su higiene bucal. Tras el cepillado, se paso la seda concienzudamente por los espacios interdentales. Es bien sabido que la lengua es un órgano habitualmente plagadito de bacterias y otros microorganismos indeseables y esa noche Pedro Pablo la pensaba utilizar de lo lindo, por lo que se la cepilló con Perborato Dental del Doctor Jiménez. Remató la faena con unas gárgaras de colutorio y unas gotas de su fragancia favorita, Eau de Gorilé, un toque floral pero muy masculino.

 

Vestido con ropas frescas de lino, el comercial se dirigió al encuentro de su amada. Miriam había estado cocinando toda la tarde. Un pollo con ciruelas pasas, aromatizado con especias y un chorro de brandy, se asaba en el horno llenando el piso con su delicioso aroma. La comercial llevaba un corto vestido de tirantes y debajo del mismo sólo unas delicadas braguitas de encaje como pudo apreciar Pedro Pablo, que andaba más caliente que el pollo del horno.

 

La opípara cena dio paso a la conversación íntima con una copa de vino en la mano.

 

-¿Por qué te fuiste el otro día? Lo pasamos fenomenal por los bares de las Vistillas ¿Es que no estabas cómodo?-

 

-La verdad es que pensé que entre tú y Alfredo había algo y sinceramente viéndole a él y viéndome a mí…-

 

-Alfredo solamente es un amigo. Sí es verdad, está muy bueno, pero tú eres un hombre tremendamente varonil… con esos pelos entrecanos que te nacen en la espalda algo encorvada, esa barriguita prominente o ese principio de alopecia que me vuelve loca. No debería seguir pegándole al morapio o voy a acabar perdiendo los papeles como el otro día…- Dijo Miriam acercando su rostro al de Pedro Pablo, mientras en el equipo de música sonaba el tema central de la película Oficial y Caballero “Up where we belong”

 

Quién sabe lo que trae el mañana

En un mundo en el que pocos corazones sobreviven.

Todo lo que sé, es cómo me siento

Sé que es real y rezo una oración…

 

Ambos agentes comerciales se fundieron en un húmedo beso, primero en el sofá y luego en todas las superficies tanto horizontales como verticales que fueron encontrando camino del antaño mancillado lecho conyugal de Miriam y que aquella noche se transformaba en la nave que conducía sus cuerpos sudorosos a una tierra prometida de vida y de dicha.

 

Con los testículos vacíos y el riego sanguíneo bombeado desde un corazón al que le habían nacido alas volviendo a circular por el cerebro, Pedro Pablo que curraba al día siguiente y no tenía allí ninguna de las cosas imprescindibles para un correcto descanso como: Su antifaz, su pijama de hilo o su almohada de látex natural, se despidió de una Miriam algo desilusionada con un beso cariñoso y la promesa de que al día siguiente los primeros rayos del Astro Rey les iluminarían juntos en el lecho.

 

Pedro Pablo caminaba por las calles vacías en dirección al coche. Si se espabilaba todavía dormía unas buenas cuatro horitas, luego una siestecita en el Audi a medio día… suficiente para al día siguiente volver a darlo todo en sus obligaciones, tanto laborales como en las sexuales recientemente adquiridas.

 

Abrió la puerta del coche. Puso las llaves en el contacto y cuando se iba a abrochar el cinturón, sintió cómo unas fuertes manos aferraban su cabeza contra el asiento. Luego un pinchazo en el cuello y unos instantes después, el negro vacío de la inconsciencia.

 

Despertó con un regusto amargo en la boca. Aunque estaba oscuro, el lugar donde se encontraba tenía algo que le resultaba vagamente familiar. Extendió la mano hasta donde intuía que había un interruptor de la luz y lo pulsó. Aún estaba bajo los efectos de algún fuerte narcótico y sus ojos no se habían acostumbrado a la luz. Poco a poco se fue ubicando. Estaba en el dormitorio principal del chalet que hasta su separación había compartido con Úrsula. Estaba sentado en la cama y con la pistola de su padre sobre el regazo. Miró el arma sin comprender muy bien cómo ambos habían llegado hasta allí. Luego se incorporó y dio unos pasos tambaleantes hacia la puerta. En su camino tropezó con un objeto redondeado que rodó un trecho. Cuando Pedro Pablo bajó su vista para ver con qué se había tropezado, observó horrorizado el rostro bovino de su ex que le miraba sin expresión ¡Alguien había separado la cabeza del cuerpo de Ursulita, el cual yacía unos metros más allá en un gran charco de sangre!

 

Ahora sí que estaba metido en un lío de verdad. Alguien le había tendido una trampa… y no iba a tardar en venir a cobrar su presa. Respiró hondo y trato de aclarar su mente. Tenía la ropa toda manchada de sangre. Buscó en el armario y encontró un chándal del Real Madrid sin estrenar que le había regalado Úrsula poco antes de su separación. Se quitó las ropas manchadas y se lo puso. No le quedaba bien con los zapatos, pero ese era ahora el menor de sus problemas. Cogió la pistola y se encaminó escaleras abajo.

 

En la planta baja del chalet lo que vio confirmó todos sus temores. Florin y Dimitri estaban muertos cada uno con un tiro en la cabeza y Denisa… ¡Lo de Denisa superaba cualquier aberración que Pedro Pablo hubiera imaginado para la asistenta! Estaba tumbada sobre la mesa de la cocina. Restos de sangre y masa encefálica chorreaban por el televisor, el cual estaba emitiendo imágenes de gente tonificada muscularmente usando un novedoso aparato para hacer abdominales, que se podía adquirir por tan solo 69 € más gastos de envío. Denisa tenía los ojos abiertos como platos. Junto a su mano un pitillo se había consumido sobre la mesa, dejando un cerco de quemado y nicotina. Su asesino le había bajado los pantalones y le había introducido por el ano un botellín de Mahou. Pedro Pablo sobrecogido, deseó fervientemente a pesar de las diferencias que había tenido en vida con la difunta, que la violación anal se hubiera producido post mortem para que la asistenta rumana se hubiera ahorrado toda esa humillación y sufrimiento antes de dejar este mundo.

 

El ruido de una sirena de policía se iba haciendo cada vez más cercano. La trampa se cerraba sobe el comercial. Pedro Pablo abrió la puerta de la cocina que daba al patio trasero del chalet. Solamente le separaba el chalet del vecino de la inmensidad oscura del campo hasta las lejanas luces de la ciudad.

 

Pedro Pablo saltó la valla de su antiguo chalet. Ya en el patio del vecino, cuando se disponía a dar el salto hacia el descampado, oyó un gruñido a su espalda. Al volverse vio un perro pequeño, de esos que parecen un zorrito, un perrito como el que lleva Paris Hilton en el bolso. El comercial, aliviado por el diminuto tamaño del perro, siguió a lo suyo ignorando al can que cada vez gruñía más cabreado. Ya estaba a punto de brincar cuando sintió un dolor agudo en la pantorrilla. El jodío chucho le estaba mordiendo la pierna. Le sacudió una patada, pero volvió a arremeter contra él aún más enfurecido si cabe. Lo que tenía de pequeño lo tenía de cabrón. Las sirenas de la policía sonaban cada vez más cerca y una luz se encendió en la segunda planta del chalet. La situación se volvía desesperada por momentos. Pedro Pablo tuvo que optar por una solución extrema. Sacó la pistola y apuntó con ella al perrito. Una llamarada salió por la bocacha del arma. El impacto levantó una nube de tierra junto a la agresiva mascota la cual retrocedió unos pasos atrás. Luego, tras un instante de incertidumbre en el que el comercial siguió encañonándole con el arma, el perrito salió corriendo como una exhalación hacia su caseta, donde se metió y no volvió a salir. Justo cuando un coche patrulla llegaba a la puerta de su antiguo chalet, Pedro Pablo saltó la valla y se perdió en la noche del extrarradio. 
 
 
Dr Miriquituli.
 
 

 

 

 

 

 

 

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