sábado, 23 de agosto de 2014

UNA SEMANA EN LA PLAYA día 2

Las camas eran todavía peores de lo que Manolo había imaginado. Además los mosquitos se habían cebado con su familia. Sobre todo con Andreita, a la que su madre en medio de la noche había tenido que untar de repelente todas las partes del cuerpo que el pijama de verano dejaba al descubierto y además suministrarle un antihistamínico por vía oral.

A las 6,30 de la mañana la urbanización dormía. A Manolo le había petado la aplicación del móvil “Running hard on the beach” y con la mierda de cobertura 3G que tenía en aquel lugar era imposible actualizarla. Tras varios intentos infructuosos, finalmente decidió correr a la antigua usanza: Como Filípides entre Maratón y Atenas, pensó. Luego descartó ese pensamiento, ya que el mítico corredor griego la había palmado después de llegar a Atenas y notificar a las autoridades la victoria ateniense sobre los persas… Hizo unos estiramientos antes de entrar en la playa y se puso a correr por la parte dura de la arena. Manolo corrió aproximadamente tres cuartos de hora. Luego hizo unos abdominales y unos estiramientos. En estas estaba cuando tras la duna apareció un gorro blanco inconfundible. Era la Gorda de la Nectarina con una sombrilla y un par de sillas plegables. Manolo se escabulló y observo sin ser visto los movimientos de la mujer. Esta clavo la sombrilla y dejó las dos sillas abiertas tomando posesión de ese sector de la playa. Luego cuando se fue la Gorda, Manolo se acercó a la sombrilla y estudió el terreno. La playa estaba vacía, entonces Manolo Fernández se bajó los pantalones y defecó en ambas sillas, un buen moñigo para cada una…

Tras comprar media docena de porras en un remolque churrería, Manolo, de un humor excelente, preparó una cafetera de café bien negro en la pequeña y ahora limpia cocina del apartamento. Primero Conchi y luego Andreita se despertaron mucho más relajadas que la víspera. Desayunaron todos juntos, luego recogieron la casa y finalmente se fueron a la playa. Allí estaba, con su eterno gorro blanco de “Pinturas Fermín” la Gorda de la Nectarina abroncando al Calvo de Bigotes, el cual sumiso, estaba lavando las sillas en la orilla con un estropajo y Fairi. Había sido un ataque con daños colaterales, pero así es la guerra… La familia Fernández Martínez tomó posiciones una fila por detrás de la gorda. ¿Tanto madrugar para que? Al final daba lo mismo una fila delante o una detrás, pero es que hay gente que es muy agonías…

Andreita hizo amistad con unas niñas de la urbanización. Vino muy contenta hasta la sombrilla donde estaban sus padres a pedirles permiso para quedar con aquellas niñas después de la siesta. Como buena madre, Conchi fue a informarse de quien eran las nuevas amigas de su hija. Para sorpresa de Manolo eran nietas de… Claro que si ¡De la Gorda de la Nectarina! Resulta que la buena mujer se llamaba Dolores y su marido Vicente, ambos naturales de Motilla del Palancar provincia de Cuenca. Manolo exhibió su sonrisa más falsa cuando le presentaron al maduro matrimonio, pero percibió que a la gorda no la podía engañar con sus buenos modales. Aquella mujer era el mismísimo demonio y Manolo sabía que ella sabía que él había sido el autor de la cagada matutina sobre sus sillas de playa. Ambos callaban, pero ambos eran conscientes de la guerra secreta en la que peleaban sin que sus seres queridos se dieran cuenta de la misma.

La familia Fernández Martínez estaba en el apartamento a punto de sentarse a comer macarrones con tomate y chorizo y unas pechuguitas de pollo a la plancha, cuando sonó el timbre. Era una de las nietas de Dolores, la Gorda de la Nectarina, que venía a traerles un plato de croquetas recién hechas. Conchi y Andreita las encontraron deliciosas pero Manolo no quiso ni siquiera probarlas.

-Pero si a ti te encantan las croquetas…- Afirmo Conchi conocedora de los gustos culinarios de su marido.

-Están buenísimas papa. Deberías probarlas-

-No hija. Muchas gracias. El caso es que se me ha quitado el hambre…- Dijo Manolo Fernández con un nudo en el estómago al haber puesto en serio riesgo de envenenamiento a sus dos seres más queridos.

Manolo no pudo pegar ojo a la hora de la siesta atento a cualquier queja de las chicas para salir cagando leches en dirección al hospital ante el más mínimo síntoma de intoxicación o envenenamiento. Pero no sucedió nada. A las cinco en punto como un clavo, el veterano cantaor del bajo comenzó a poner música, ajeno a las quejas que desde algunas terrazas le llegaban. Pero aquel era hombre de convicciones  firmes y consideraba que dormir más tarde de las cinco era cosa de afeminados y gentes de mal vivir. Pese a las muchas quejas sobre lo inapropiado de la hora o sobre el volumen de la música, no hubo nadie en la contornada capaz de apearle del burro.

Tengo que hacerme un rosario
Con tus dientes de marfil
Para que pueda besarlos
Cuando este lejos de ti…

Cantaba rotundo Juanito Valderrama en el radiocasete del tocho del bajo. Manolo nunca había comprendido la sutileza del piropo que encerraban aquellas coplillas. Se imaginaba a un individuo vestido en traje corto cordobés, arrancándole los piños con unos alicates a una bella morena en bata de cola. Como  hombre nacido después de la Revolución Francesa, aquel acto bárbaro le repugnaba, ya fuera por amor, por adoración o por una afición insana a la odontoestomatología con inclinaciones necrófilas. 

Viendo la cosa tranquila, Manolo cogió la puerta y se fue hasta el bar a tomarse un cafetito. En la terraza del bar “Albatros” vio a algunos conocidos. Vicente, el Calvo con Bigote marido de la gorda de la nectarina y Juan “para lo que haga falta”, compartían mesa con un individuo moreno con gafas de sol.

-¡Hombre Manolo! Siéntate con nosotros. Nos falta un jugador para el mus ¿Tu le pegas?- Dijo el socorrista haciendo sonar los hielos de su copa de pacharán.-

-¿Qué si juego al mus? Señores he de informarles de que están ustedes ante uno de los mejores jugadores vivos de mus del mundo… ¡Incluido Villaverde Alto!

Manolo pidió una consumición y una baraja al camarero y los cuatro improvisados amigotes comenzaron el juego. El mus es un gran invento capaz de separar a los avispados de los pardillos y para sorpresa de Manolo y Juan “para lo que haga falta”, que era su pareja en el juego, los avispados eran el calvo de bigotes y su compañero moreno con gafas de sol. Los rivales de Manolo se pasaban las señas con soltura sin ser detectados. Se daban mus ciego y otras virguerias similares,  cosas que para hacerlas bien, uno tiene que haber pasado muchas, muchas horas con las cuatro cartas en la mano. Finalmente, Manolo y el socorrista que perdieron la “vaquita” 6 á 1, tuvieron que pagar las consumiciones. El cuarteto mantenía una alegre tertulia en la terraza del Albatros, cuando de un edificio cercano al bar, surgió un inconfundible gorro blanco. Dolores “la Gorda de la Nectarina”. Visiblemente enfadada al hallar a su marido confraternizando con el enemigo, se puso a llamarle a gritos haciendo ostensibles aspavientos con los brazos.

-VICENTE VICENTE… SUBE AHORA MISMO QUE TE TENGO QUE DECIR UNA COSA.-

El calvo de bigotes, aunque llevaba bastante tiempo en la playa y estaba muy moreno, se puso blanco como una hoja de papel. Masculló una excusa y abandono precipitadamente la mesa para ir corriendo hasta el portal del edificio donde se encontraba su malévola esposa. El compañero de Vicente, el hombre moreno de las gafas de sol, al marcharse su coleguilla, también optó por darse el piro. Así que Juan “para lo que haga falta” y Manolo se quedaron solos apurando el último trago.

-¡Joder! Que miedo tienen algunos a la parienta…- Dijo Manolo Fernández haciendo tintinear los hielos del vaso de tubo.

-Tienen miedo con razón. Llevo algunos años como socorrista en esta playa y te puedo decir que tener miedo a Doña Dolores es una postura inteligente. Todos los años elige un enemigo y cuando este se va de aquí es un autentico guiñapo humano. Es una autentica maestra de la guerra psicológica…-

El autonomo vacacionante medito durante unos instantes ¿Seguro que le interesaba a él buscarse problemas con semejante mujer para siete días que iba a pasar allí? Pues no, la verdad… Manolo Fernández pensó que por su parte ya estaba bien, que a partir de entonces iba a tener la fiesta en paz. Al fin y al cabo Doña Dolores había tenido la gentileza de mandarles un plato de croquetas, que a decir de su mujer y su hija estaban exquisitas.

Manolo vio pasar a Andreita con las nietas de Doña Dolores y las saludó con la mano. Estas se acercaron hasta debajo de la terraza de su abuela y la llamaron. Informaron a la Gorda de la Nectarina de donde iban a estar y luego se marcharon con Andreita. Doña Dolores siguió con la mirada a las tres niñas mientras se alejaban, luego volvió la vista hacia la terraza del Albatros. Manolo levantó la mano en gesto amistoso. La Gorda de la Nectarina le observó fríamente y luego se metió dentro de casa sin devolver el saludo.

-¡Madre mía Manolo! Tú eres su victima de este año… Yo que tú liaba el petate y me marchaba a casa cuanto antes. ¡Esa mujer es implacable!-

-¿Por qué me voy a ir? Yo no le he hecho nada…-

El socorrista le dedicó una mirada a su amigo como de “A mí no me cuentes cuentos que ya llevo mucha playa”

-Vale si… Me cagué en sus sillas pero ella se me coló en el supermercado y además estoy casi seguro de que fue ella la que me jodió el intermitente del coche en el parking.-

-Mira Manolo, me caes simpático y ya sabes que puedes contar conmigo “para lo que haga falta” pero te has metido en un lío de los buenos. Te voy a contar brevemente la historia de la familia Peláez:

-Hace cuatro o cinco años, ya no lo recuerdo, vino a pasar sus vacaciones una pareja encantadora con un par de niños. Los Peláez venían llenos de ilusiones. Querían descansar, hacer un poco de deporte, comer bien… en definitiva, hacer durante unos pocos días las cosas que durante el año no podían hacer. Un incidente playero de poca importancia y varios encuentros desafortunados en establecimientos de la zona hicieron saltar la enemistad entre Dolores y el padre de la familia Peláez. Cuando las cosas tomaron un cariz chungo, Julio Peláez se quiso echar atrás, pero ya era demasiado tarde… Doña Dolores hizo su trabajo de minado de moral, día a día, como la gota que cae sobre la piedra y finalmente acaba horadándola. El caso es que el bueno de Julio, el último día de vacaciones, alquiló un patinete y desapareció en el mar. El patinete apareció unos días más tarde pero de Julio Peláez no se ha vuelto a saber nada.

-Me estás acojonando… ¿Qué es esa tía? ¿Una comando israelita? ¿Una psicópata? ¿Tiburón 3?-

Viendo que le había metido el miedo en el cuerpo a su reciente amigo, Juan “para lo que haga falta” comenzó a reírse sonoramente.

-¡Que maricón! Por un momento me lo había tragado…- Dijo Manolo Fernández aliviado.

-Bueno, lo de los Peláez no llegó a ese punto. Doña Dolores tiene una mala ostia de flipar, pero no es tan buena nadadora como para hacer desaparecer a nadie en el mar. Lo que si es verdad es que aquel año, los Peláez habían comprado un apartamento. En cuanto que se terminaron sus vacaciones, pusieron el piso a la venta y por aquí no han vuelto a venir. –

Pidieron la cuenta, que generoso, abonó Manolo. Luego cada uno siguió su camino. Al llegar a casa, el autónomo, se encontró a Conchi viendo un programa de despelleje en “tu cadena amiga”. Su mujer le comunicó que: esa noche cenaban fuera. Manolo cogió su libro y se salió a la terraza. Acompañado por los grandes éxitos de Lola Flores procedentes del radiocasete de él del bajo, leyó hasta que Andreita, muy ilusionada por los magníficos planes nocturnos que había hecho con su recién adquirida pandilla vino a pedirle permiso tras el “lo que diga tu padre” de Conchi. Se hacen mayores a toda leche, pensó.

Cónchi se puso un vestido corto que con la piel bronceada por el sol playero le sentaba de maravilla. La verdad es que estaba muy guapa, pensó Manolo. Tal vez esa noche después de la cena, cuando Andreita se durmiera… Manolo Fernández se puso el pantalón y el polo que su mujer le había dejado sobre la cama y en cuanto estuvieron listos, los Fernández Martínez salieron a cenar.

En el paseó marítimo de la urbanización Playamar los Naranjos la oferta para cenar era amplia: El Rincón del Pescador, la Cueva de Alí y los Cuarenta Pinchitos, Arrocería el Barco de Chanquete, Taberna los Siete Niños de Écija y un largo etcétera de restaurantes, bares y chiringuitos más o menos arreglados. Conchi se decantó por cenar en “Taberna el Pirata Pata Palo” un local donde un mulato de muy buen ver, les mostró amablemente la carta mientras les invitaba a un vasito de sangría.

-¿A ti que te parece?- Preguntó Conchi a su marido ante la profesional mirada del exótico relaciones públicas. Manolo que estaba hasta los cojones de deambular sin rumbo por el paseo, aunque no le gustaban un pelo ni el restaurante, ni el untuoso captador de clientes, aceptó sentarse a la mesa a matar el hambre que ya a esas horas, como un lobo, le roía las tripas.

Pidieron una ensalada, varios entrantes, una botella de rosado y un Nestea para Andreita que lo que quería es salir pitando de allí para reunirse con sus amigos. El servicio era pésimo y la comida aún peor. Cuando pidieron la cuenta, les soplaron 120 pavos del ala. Tentado estuvo Manolo Fernández de liarla parda ante el precio abusivo de aquella cena tan mediocre, pero su mujer le contuvo. Pagaron resignados y Andreita se esfumó como por ensalmo tras sacarles 10 pavos más a sus padres “para un helado”, con la promesa de a la una en punto estar en el chiringuito playero donde ya, de perdidos al río, sus padres pensaban tomarse un gintonic.

Por dos gintonics con poco hielo y servidos en unos sospechosos vasos de plástico, Manolo soltó otros 18 eurazos. La música infame y un público casi en su totalidad formado por jovenzuelos con altísimos niveles de hormonas, atronaban los oídos de la pareja. Al menos tenían delante la hermosa estampa del Mediterráneo con una gran luna amarilla emergiendo tras la línea del horizonte. La verdad es que a ciertas edades uno se conforma con poca cosa…

A la una y media tuvieron que ir a buscar a Andreita, a la que encontraron en compañía de las nietas de la Gorda de la Nectarina y unos chavales más mayores con cortes de pelo tipo escoba. A regañadientes tuvieron que consentir en dejar a la niña “media hora más” y volver ella a casa en compañía las hijas de Doña Dolores a las que “dejaban hasta las dos”. Resignado, el matrimonio Fernández Martínez regresó al pequeño apartamento de vacaciones, donde ambos se desvistieron, cogieron sus respectivos libros y comenzaron a leer en la terraza, esperando el regreso de Andreita.

A las dos y cuarto volvió la niña. Ella y su madre se acostaron y Manolo estiró un poco más el tiempo de lectura. Cuando consideró que su hija podía estar dormida, se dirigió al dormitorio conyugal. Se tumbó sobre el colchón lleno de chichones. Abrazó a su mujer y cariñoso comenzó a besarle el cuello.

-Para Manolo que no tengo ganas y además me va a bajar-

¡Cojonudo! El último mes, con el estrés del trabajo no se había comido un rosco y por lo que parecía, tampoco se lo iba a comer allí en la playa. Se fue a la nevera, cogió una cervecita fresca y se tumbó en la hamaca. Venidos desde la cercana depuradora, una nube de mosquitos zumbaba a su alrededor. Desde algún apartamento cercano le llegó el sonido inconfundible de una pareja haciendo el amor. Manolo apuró la lata y fue a tumbarse a la cama, donde su mujer roncaba sonoramente.










No hay comentarios:

Publicar un comentario