Por suerte o por desgracia me crié en una familia que nunca tuvo
demasiado dinero, pero lo que si tenía eran estanterías repletas de libros.
Esta abundancia de papel impreso hizo que yo, un mal estudiante, más por rebeldía
que por falta de capacidad (Me gusta creer que fue por eso) me iniciase a la
temprana edad de siete años en el mundo de la lectura. Aún está en la casa de
mi padre una edición preciosa encuadernada en piel roja y con finísimas hojas de
papel color sepia, de las obras completas de Don Benito Pérez Galdós. Ese fue
el primer libro que mis infantiles manitas abrieron.
Alguien que como yo, este atrapado por un vicio tan
pernicioso como es la lectura, podrá comprender como se sentía este que
escribe, a tan tierna edad y navegando en el Santísima Trinidad con rumbo al
cabo Trafalgar, presenciando la rendición del general Junot en Bailén, ayudando
a cargar el cañón de Agustina de Aragón en el sitio de Zaragoza o escuchando el
redoble de un tambor, rebotando con el eco de mil truenos en las paredes de
granito del paso del Bruc. Efectivamente, si conocen la obra de Galdós sabrán
que estoy hablando de los Episodios Nacionales, una compilación de libros que
recogen el abrupto comienzo de la historia contemporánea española según la visión
del genial escritor de las Palmas de Gran Canaria. Galdós dividió los Episodios
Nacionales en cuatro partes: La primera desde Trafalgar hasta la restauración
de Fernando VII y las otras tres hasta la restauración de su nieto Alfonso XII.
Confieso que me quedé en la lectura de la primera parte. Era muy niño y al
disminuir la intensidad de las hazañas bélicas perdí un poco el interés. Tengo
pendiente la lectura de los siguientes episodios y lo quiero hacer en aquellos
tomos de tapas de piel roja, pero estos aún no me pertenecen, son de la casa de
mi padre y allí han de permanecer espero que aún por muchos años.
Mas adelante, estudiando con los Hermanos de la Sagrada
Familia (De aquella etapa no puedo decir que guarde demasiados buenos recuerdos,
aunque alguno si) tuve un profesor excepcional que también lo fue de mi padre. El
hermano Timoteo, un navarro elegantísimo, que en clase de literatura con su
bien modulada voz, nos hacía trepar Peñas Arriba por las montañas asturianas,
cazar osos y escuchar el canto del urogallo en lo mas profundo de un bosque cantábrico
de la mano de José María Pereda.
Ya fuera de aquel colegio, me encontré muchas veces con
aquel venerable sabio paseando por el Retiro, siempre ataviado con abrigos de
buen paño, boina y un libro perpetuamente atrapado entre su brazo izquierdo y su
cuerpo. Me causaban una vivísima impresión aquellos encuentros, un poco como si
estuviera viendo una figura salida del pasado, al mismísimo Valle-inclan o al
paisano de Timoteo, Pío Baroja con el que guardaba un cierto parecido físico.
El hermano Timoteo fue uno de los culpables de que a mí me guste tanto la
historia. Timoteo nominalmente era muy “de derechas” pero yo creo que era todo lo
de derechas que puede ser un hombre de su vastísima cultura e inteligencia, o
sea un derechista impostor. Aún recuerdo el brillo de sus ojos al hablarnos de los
ilustrados y del Siglo de las Luces o del gesto irónico con el que nos hablaba
de Franco y su cruzada nacional. También recuerdo como se ensombrecía su rostro
al narrarnos lo que Fernando VII mando hacer con el famoso guerrillero Juan
Martín Díez “el Empecinado” al que expusieron en una jaula en la plaza pública,
donde fue apedreado y vejado antes de subir al patíbulo.
Hoy va a suceder un acontecimiento notable. Un miembro de la
familia real va a tener que comparecer ante los tribunales por primera vez en
la historia de España. Sinceramente, dudo mucho que llegue la sangre al río.
Parece que ya está pactado que el presunto delito de la infanta Cristina quede
solamente en una falta y la condena consista en una sanción económica. Dicha
sanción, como todos los gastos de la institución monárquica, saldrá del
bolsillo de los españoles. Supongo que luego renunciará a su remota posibilidad
de obtener la corona y ella y su marido cambiaran de aires, siempre a sueldo de
alguna de las empresas que habitualmente nos vacían los bolsillos con la connivencia
del gobierno de turno.
Generalmente suelo sentir una cierta empatía hacia las
personas que sufren el escarnio público, pero en este caso la cosa va más allá
de las personas. Mañana no comparece en el juzgado de Palma solamente Cristina
de Borbón. Comparece aunque de una manera muy amortiguada (Desde todas las
instancias de poder de este país se han encargado de que así fuera), la monarquía.
En cuanto al tan comentado “paseillo” que sufriría Cristina hasta las puertas
de los juzgados , no puedo dejar de pensar en aquel bravo guerrillero enjaulado
como si de una fiera se tratase, por orden de aquel malvado necio que tantísimo
le debía.
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