sábado, 13 de octubre de 2012

ZONA CHILL OUT, TENDENCIAS DECORATIVAS Y OTRAS ELUCUBRACIONES


Hace no mucho tiempo, fui con unos amigos a comer a un nuevo restaurante que han abierto cerca de donde vivo. De entrada todo bien, decoración moderna, sencilla pero de buen gusto y unos amplios ventanales que dan a unas lagunas muy bonitas. Un maitre impecable nos preguntó ¿Van a comer en el comedor o van a picar algo en la zona chill out? Al escuchar estas palabras, supe que algo andaba mal. La habíamos cagao y además no teníamos escapatoria. No fui el único que se percató del asunto, pude ver como a un amiguete que en estas cosas del papeo piensa como yo, se le ponían las orejas tiesas como a un podenco. Las mujeres, el resto de family y el muro de fría cortesía que los empleados levantaron a nuestras espaldas, impidieron que saliéramos por patas de aquel sitio tan fisno aún a riesgo de quedar como unos catetos y unos pelafustanes.

Elegimos la opción “comedor” que para lo que habíamos venido parecía lo menos raro. Ya sentados, pudimos comprobar que la carta era cara de cojones. Aún me quedaba la esperanza de comer opíparamente, ya que inevitablemente, me iba a tener que rascar el bolsillo. No tardaron en defraudarme, bueno si tardaron, el servicio era manifiestamente mejorable. Las raciones eran muy escasitas y la comida tampoco era para echar cohetes. Dos horas y pico más tarde me encontraba en mi casa con mucho menos dinero, comiéndome un bocata de chorizo.

Me gustan los bares y restaurantes que son fieles a su estilo, aunque para la pitanza, en general prefiero lo patrio. Unas cabezas de toro en las paredes me sugieren un gordo y sangriento entrecot en el plato. La cestería de mimbre, las labores en humilde esparto o los aperos de labranza, me hablan de pan candeal de densa miga apretada y corteza dorada. Unas piezas de cerámica, de cucharas humeantes rebosantes de legumbres y matanza en invierno y de fresca ensalada o gazpacho en verano. Unas redes o unos aparejos marineros son promesa de un arroz a banda o un jugoso besugo a la espalda. Como decía la canción “Que le voy a hacer si me gusta el buen comer y no hay nada mejor que una buena cazuela. Porrón pon pon Manuela” No sólo me gusta la comida tradicional española, me gusta en general la buena comida, pero en un restaurante pago por comer no por ver un sitio, para ver, me voy a un museo (Existe la combinación restaurante-museo en la cadena Museo del Jamón, la decoración aunque simple es contundente, consiste en chorizos y jamones)

En los últimos tiempos se ha impuesto una tendencia en la decoración hacia el lejano oriente. Un lejano oriente que al final es un tótum revolútum de la India a Japón pasando por Indonesia y China. El denominado estilo zen se puede aplicar con criterio y hasta incluso con elegancia, pero lo que yo no acabo de ver es la fusión de lo zen con lo carpetovetónico. Por ejemplo: No queda nada bien, tener una liebre disecada, disfrazada de cazador y al lado un altarcillo de Buda sobre unos cantos rodados con unos palitos apestosos de esos que se queman para dar “buen olor” (Creo que no quedan bien ni por separado).

La decoración del hogar ha dado pasos atrás desde que aparecieron las televisiones de pantalla plana. Recuerdo las televisiones de mi infancia, aquellos robustos armatostes que por si solos llenaban media sala de estar y donde sobre un tapete de ganchillo inmaculadamente blanco, galopaba un torito negro zaino, tocaba la corneta una muñeca vestida de legionario o descansaba sobre un pequeño caballete un platito de cerámica “Recuerdo de Mazarrón”. En los actuales aparatos solo cabría un funambulista y eso suponiendo que en la parte de arriba del televisor no esté el sensor de la wii.

Que bonitos aquellos cuadros de bosques, ciervos, cabañas de madera o montañas nevadas frente a la mesa camilla bajo cuyos faldones  nos calentábamos las piernas al amor del brasero y comíamos castañas cuando llegaban los primeros fríos.

Hoy todo aquello resulta viejuno y “de modé” Hemos sustituido el papel pintado por paredes de colores imposibles que no transmiten ningún sentimiento. El cuadro de la cabaña ya no está y en su lugar hay un vaso grande de cristal con cuatro palos de bambú colocados de modo casual. La vitrina con las copas de los días de fiesta y el juego de café “bueno” y las demás porcelanas, han dejado lugar a una mesa lisa con unos cuencos. Todo muy minimalista, simple y elegante, pero sin alma.

Me acuerdo de aquellas tardes luminosas de domingo cuando aún era un niño. Recuerdo que me gustaba sentarme en el suelo y mirar como la luz que entraba por la ventana iluminaba diminutas motitas de polvo y estas bailaban cuando yo soplaba. Nada que hacer, nada de que preocuparse. Posiblemente la felicidad si existe se parezca bastante a aquello.

Disculpen mis desvaríos y lo inconexo de este relato. Pero es lo que ahora mismo me sale. No tengo ninguna historia que contarles y la actualidad está enquistada en las mismas noticias sobre las que ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir. Además cumplo años y eso me pone un poco tontorrón.

Esperemos que en los próximos días llueva y este año sí, podamos coger setas.

 

Dr. Miriquituli.

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