viernes, 9 de agosto de 2013

PEDRO PABLO EJECUTIVO DE GRANDES CUENTAS


Pedro Pablo maldecía su suerte. Toda una vida de trabajo y ahora, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, se veía pateándose los polígonos de la zona Sur de Madrid; igual que cuando empezó en la empresa ¡Manda cojones! Y encima con el horroroso calor de la ciudad que se había echado de repente… Pero él era un profesional desde hacía más de treinta años, un comercial de la vieja escuela. Le habían enseñado a sentirse cómodo con un traje, a abrocharse el último botón de la camisa y mantenerlo siempre oculto bajo el nudo de la corbata, los zapatos siempre relucientes como espejos, a dar la mano seca y firme, pese al calor que pudiese hacer. Los primeros diez segundos de contacto, en una entrevista comercial, son clave para hacerse una buena o mala primera impresión de la persona que se tiene en frente. Ahora parecía que ya nada de eso importaba. El equipo de comerciales de la empresa, era un grupo variopinto de personas, al que Pedro Pablo había sido obligado a incorporarse abandonando su despacho y en la practica su anterior puesto “Ejecutivo de Grandes Cuentas” como aún rezaba en sus tarjetas de visita. Estaba claro que la empresa le quería joder para poder ponerle de patitas en la calle dándole lo menos posible. Diez años antes, no hubiera aguantado una situación similar ni un solo segundo. Se habría marchado a la competencia visto y no visto llevándose todos sus clientes, pero últimamente, con las nuevas tecnologías, el trato personal cliente-proveedor casi había desaparecido en las grandes empresas.

 

Luego estaba el asunto de sus desastrosas relaciones sentimentales, y es que las desgracias nunca vienen solas. Él se había casado de joven y había tenido un hijo, al que veía de pascuas a ramos. Eso sí, todavía seguían retirando de su cuenta corriente una jugosa tajada para la educación del chaval, aunque según las últimas noticias que le habían llegado del antiguo barrio donde vivía su ex, Fernando, que así es como se llamaba el único vástago de Pedro Pablo, se había metido junto con otros ninis en un edificio vacío del centro y vivía como ocupa, dedicado al menudeo de hachis, tocando los bongos y planificando la próxima revolución anarco-comunista. 

 

Poco tiempo atrás, Pedro Pablo, un hombre siempre animoso, creía haber encontrado la felicidad amorosa en su madurez cuando conoció a Úrsula. Ella era casi veinte años más joven que él y aunque poco agraciada y algo entrada en carnes, ponía una sonrisa en su existencia. Eran los años de vino y rosas del boom inmobiliario, del “España va bien”, así que la pareja decidió comprarse un adosado en una localidad toledana lindante con la Comunidad de Madrid. Cuando Pedro Pablo llegaba a casa se encontraba todo manga por hombro: La cama sin hacer, la nevera vacía, el sofá lleno de bolsas de patatas fritas a medio comer, la maquinilla con la que Ursulita se había depilado las ingles sobre la mesita del salón, con sus pelitos negros rizados sobresaliendo entre las cuchillas… Cosas todas que cabrearían a cualquier prójimo que se las encontrase al llegar a casa tras doce horas de trabajo exigente. Pero cada una de las noches de Pedro Pablo, era una noche de luna llena con aromas de jazmín y azahar, entre los algo celulíticos, pero siempre acogedores muslos de Úrsula.

 

¡En que puta hora se le ocurrió hacer caso a Úrsula y contratar una asistenta!

 

Denisa era de nacionalidad rumana, aunque llevaba bastantes años en España. La verdad es que Pedro Pablo no notaba mucha diferencia en la casa en cuanto a limpieza desde que ella había empezado a trabajar. Bueno si, ahora había ceniceros llenos de colillas por todas las habitaciones. Una noche se encontró un cenicero en la mismísima mesilla de su habitación y le hizo saber su malestar a Ursula. La consecuencia de su justificada protesta, fueron un par de semanas sin practicar sexo. Aquellos días a palo seco le hicieron reflexionar sobre lo irrelevante de ciertas fobias personales en comparación con la buena armonía conyugal. Así que como le daba mucho asco el olor a tabaco, colocó ambientadores en todas las habitaciones del chalet y no volvió a hablar más del asunto.

 

Cierto día, tuvo que salirse de su zona habitual de trabajo y visitar a un nuevo cliente en Griñón, a tan solo cinco minutos de su casa. Terminó sus gestiones en menos tiempo del que había pensado y decidió pasarse a darle un beso a su mujer. Entró y se encontró en la cocina a Denisa sentada en la mesita, fumándose uno de sus apestosos pitillos y bebiéndose sus botellines, mientras veía en televisión un programa sobre enfermedades de esos que ponen por las mañanas. Cuando preguntó por Úrsula, la rumana, visiblemente alterada, le dijo que había salido, pero unos ruidos que provenían del piso de arriba parecían desmentir sus palabras. Denisa le indicó que los ruidos los hacían sus hermanos Florin y Dimitri a los que había llamado para que echasen un vistazo al inodoro de la habitación, el cual en su limpieza diaria había encontrado atascado. Pedro Pablo quiso comprobar este extremo de primera mano y subió las escaleras con paso ágil. Cuando abrió la puerta del dormitorio lo que vio le dejó conmocionado: su mujer estaba en la cama con un par de individuos que la tenían a cuatro patas. Mientras uno la endiñaba por detrás, Úrsula, con los ojos en blanco se estaba tragando hasta los huevos la polla del otro sujeto y eso no era lo peor, aquellos dos tipos mientras se la trajinaban ¡ESTABAN FUMANDO!

 

Pedro Pablo perdió su habitual compostura y buena educación y comenzó a dedicar improperios a su mujer y a los dos rumanos. Úrsula y los dos hombres se miraron brevemente y decidieron sin mediar palabra liarse a guantazos con el bueno de Pedro Pablo, que ante el chaparrón de hostias que le estaba cayendo, no tuvo más remedio que retroceder escaleras abajo, pero allí se encontraba Denisa que se sumó al grupo agresor. Pedro Pablo se vio de patitas en la calle a la puerta de su propia casa. El comercial, desde la acera de en frente, por si salían y continuaban pegándole, siguió insultando a grito pelado, hasta que un coche patrulla de la guardia civil se detuvo frente al domicilio. Los dos agentes descendieron del vehículo y se dirigieron hacia Pedro Pablo.

 

-¡Menos mal que han venido agentes! Me han agredido y me han echado de mi propia casa…-

 

Con rápidos movimientos, los guardias civiles redujeron al comercial y le esposaron las manos detrás de la espalda, luego le introdujeron en el asiento trasero del coche patrulla.

 

-Me entran ganas de vomitar, viendo a hijos de puta como tú. ¿Tienes muchos cojones pegando a una mujer? Por suerte para ti te tenemos que llevar derechito ante el juez de guardia, que si llegas a ir al cuartelillo, por mis muertos que hoy tú cagabas sangre ¡Cabronazo!- Le dijo el picoleto que iba en el asiento del copiloto.

 

Así Pedro Pablo se vio con una orden de alejamiento a más de quinientos metros de su casa y teniendo que seguir pagando las mensualidades del chalet.

 

Con sus menguados ingresos sólo le quedó una solución: irse a vivir con su padre a un pequeño piso del centro de Madrid.

 

Y ahí estaba Pedro Pablo en el polígono industrial de Villaverde donde había empezado tantos años atrás. La situación general no era demasiado halagüeña, pero si sus jefes esperaban que tirase la toalla, lo tenían claro. Recorrió una zona del polígono ocupada por naves pequeñas, la mayoría cerradas. En una de las puertas Pedro Pablo vio a un tipo alto, desgarbado y de aspecto zarrapastroso que estaba pintando unos hierros a brocha, a la puerta de la nave. Tras pasar por delante un par de veces, hizo de tripas corazón y decidió entrarle a aquel, a todas luces, náufrago de la situación económica nacional.

 

-Buenas tardes ¿Podría hablar con el gerente o encargado de la empresa?-

 

-Yo mismo ¿Qué desea?-

 

Pedro Pablo, superando el estupor que le había producido saber que aquel tipo fuese gerente o encargado de ninguna cosa, esbozó su mejor sonrisa comercial, tendiendo la mano hacia aquel extraño. Al estrechársela,  Pedro Pablo pudo reparar en las negras uñas de su interlocutor y en la gran cantidad de roña y pintura fresca, que las zarpas del guarro aquel atesoraban en todos sus poros. En cuanto saliese de aquel antro, lo primero que haría, iba a ser emplear medio paquete de toallitas y todo un frasco de colonia en desinfectar cualquier parte de su cuerpo o indumentaria que hubiera estado en contacto con el guarro empresario.

 

-Pedro Pablo Cogollo, comercial para la zona de Transportes Butragueño…-

 

-Julio Arnaiz Alonso, gerente de Plasjusa, S.L. ¡Encantado!- Dijo el empresario pintor, con una sonrisa socarrona, bailándole en los labios.

 

Pedro Pablo, algo amoscado por el tono de Arnaiz, le expuso los productos y servicios que su empresa ofrecía y resultó que Plasjusa, S.L. se adaptaba a la perfección al perfil de cliente de Transportes Butragueño, ya que su actividad consistía en fabricar diferentes productos promocionales, que empaquetaba y enviaba a cualquier punto de la geografía española.

 

Tras firmar un contrato con Plasjusa, Pedro Pablo se dirigió contento hacia su coche. Rellenó la ficha de alta como nuevo cliente y añadió a la ficha la tarjeta con un clip. Tentado anduvo el comercial de recortar la esquina de la tarjeta, la cual tenía marcados los dedos de Arnaiz, pero se lo pensó mejor y decidió que no estaba de más  tener las huellas dactilares de los nuevos clientes para así poderlos perseguir mejor en caso de impago.   

 

Tras media hora de dar vueltas por el barrio de su padre en busca de aparcamiento, Pedro Pablo consiguió aparcar su antiguo Audi 100, un coche un tanto aparatoso pero de una fiabilidad mecánica fuera de toda duda, un objeto de prestigio que aún conservaba de los buenos tiempos y que cuidaba como oro en paño, ya que era su principal herramienta de trabajo.

 

-Hola papa, hola…. ¿Hay alguien en casa?- Dijo Pedro Pablo tras subir al 5º sin ascensor donde estaba situada la vivienda de su padre.-

 

Desde el fondo de la casa, la voz de Ángel Cogollo, sonó apurada.-Ya voy hijo, me estaba vistiendo, que he quedado con Fernandito para ir a una manifestación.-

 

-¿Qué es eso de una manifestación y a donde vas con chaqueta?- Preguntó Pedro Pablo alarmado.

 

- “Asedia el congreso” o algo parecido. Vamos a darle caña a esa panda de mangantes del Congreso de los Diputados.-

 

-Por favor papa, ya tengo bastante con los follones en los que siempre anda metido mi hijo, como para tener también un padre antisistema ¿Y esa chaqueta? Con el calor que hace… ¡Te va a entrar el sarampión! Trae, dámela que la vuelva a colgar en el armario.-

 

-Que no hijo, que yo ando un poco delicado y luego refresca mucho –

 

-¡Que tontería! Trae para acá que la cuelgo- Dijo Pedro Pablo tratando de quitarle la chaqueta a su padre, en ese instante un objeto metálico cayó del bolsillo de la misma. Don Pablo se agachó con agilidad felina y se volvió a meter al bolsillo el objeto caído.-

 

-¿Qué llevas ahí papa?

 

-Nada nada… Me voy que llego tarde.-

 

-¿Cómo que “nada”? Enséñame lo que llevas en el bolsillo.-

 

Tras un breve forcejeo con su padre, Pedro Pablo consiguió hacerse con el objeto que el anciano llevaba en el bolsillo. Se trataba de la vieja pistola Astra del 9 corto que Ángel Cogollo tenía desde que hizo las milicias universitarias como alférez de complemento en el heroico Regimiento Mixto de Transmisiones, sito en la segoviana localidad de La Granja de San Ildefonso. De hecho durante su servicio militar, se había filmado en su cuartel, aquella perla del cine español de los años sesenta que se llamó “Quince Bajo la Lona” y que hizo popular aquella cancioncilla que decía:

 

Margarita se llama mi amor

Margarita Rodríguez Laurel

Una chica chica chica  bum

Del calibre 136…

 

Por eso el patriarca de los Cogollo había bautizado a la pistola como “Margarita” y la tenía desde entonces guardada en una caja de puros en el fondo del maletero de un armario, ya que a la difunta Mercedes, esposa de don Ángel y madre de Pedro Pablo, no le hacía ninguna gracia que aquel cacharro anduviese por la circulación.

 

-¿Estas loco o que te pasa papa? ¿Qué es lo que quieres? ¿Hacer daño a alguien o que te lo hagan a ti?-

 

-¡Estoy hasta los cojones de estos fachas que nos gobiernan y me voy a cargar a todos los diputados que pueda y a los esbirros que les protegen!- Dijo el anciano fuera de si.

 

-Por favor papa, no digas más tonterías. Te recuerdo que el abuelo era un cargo importante del Sindicato Vertical y que todos tus tíos estaban afiliados a la Falange.-

 

-¡Ya no respeta nadie a las personas mayores! Cualquier día me tiro al metro… pero antes te desheredo y le dejo el piso al Partido Comunista y a la CNT- Dijo el mayor de los Cogollo con lágrimas en sus ojos.

 

En estas estaban padre e hijo cuando la puerta del piso se abrió y entro en el mismo Fernandito, el hijo de Pedro Pablo, con su novia Ariadna. Tras dar un beso a su padre, el Cogollo de la generación más reciente, se interesó por el estado de su abuelo, el cual lloraba desconsoladamente.

 

-¿Qué le pasa al abuelo? ¿Por qué está así?-

 

Pedro Pablo le mostró la pistola que don Ángel Cogollo llevaba en el bolsillo de la chaqueta – Esto pasa por meter ideas raras en la cabeza de tu abuelo, que por cierto, no está muy bien ya de por si. No se a quien habéis salido vosotros dos, los Cogollo siempre hemos sido gente de orden.-

 

Tras convencer, aparentemente, al abuelo de las ventajas de la no violencia, éste, junto a su nieto y la novia del mismo, se marcharon a la manifestación.

 

-Papa no has cenado nada y te tienes que tomar la pastilla-

 

-Ya nos comemos unos bocatas de entresijos en el bar de José ¡Adiós hijo!- Dijo Ángel Cogollo

 

-¡Entresijos! Pero si tú no puedes comer eso ¡Tienes el colesterol por las nubes!- Exclamo Pedro Pablo, mientras el trío se marchaba escaleras abajo.

 

Pedro Pablo no se quedó nada tranquilo tras la salida de los miembros de su poco controlable familia. Para relajarse se puso las Cuatro Estaciones de Vivaldi y encendió un palito de olor, mientras se preparaba una ensaladita y un huevo pasado por agua.

 

Tras su frugal cena, escuchando las florituras de los instrumentos de cuerda y respirando los aromas de sándalo de la India en su sillón, el comercial se sintió al fin algo relajado tras la complicada jornada, pero en ese instante sonó una llamada en su teléfono móvil. Era Fernando. Pedro Pablo supo inmediatamente que algo no andaba bien.

 

-Hola papa, ha ocurrido algo un poco chungo…-

 

-¿Qué es lo que ha pasado? ¿Dónde está tu abuelo?-

 

-El abuelo está bien… bueno tiene un pequeño corte en la frente, pero no es nada, pero le han trincao esos hijoputas y se lo han llevado a la comisaría.-

 

-¿Tú estás bien? ¿A que comisaría se lo han llevado?-

 

-Si si estamos bien, estamos escondidos en casa de unos colegas. No lo se supongo que a la de Centro, en la calle San Bernardo creo. Te dejo que creo que tienen intervenido mi móvil. Te quiero papa, ya me pondré yo en contacto contigo, adiós….-

 

Pedro Pablo puso las noticias de Tele Madrid, donde estaban dando un especial informativo sobre la concentración no autorizada por la delegación del gobierno “Asedia el Congreso” en la que se habían producido numerosos disturbios, cargas policiales y graves destrozos en el mobiliario urbano. Se vistió y salió a toda prisa hacia la comisaría de policía de centro, muy cerca de la Gran Vía. Cuando llegó preguntó al guardia de la puerta que le dijo que esperara en un banco de madera que había apoyado contra una pared que mucho tiempo atrás debió de ser blanca. Pedro Pablo extendió un inmaculado pañuelo de hilo sobre el banco y tuvo buen cuidado de no apoyar la espalda contra la mugrosa pared. Al poco rato una pareja de agentes trajeron a un yonki esposado y le indicaron que se sentase en el mismo banco que ocupaba Pedro Pablo.

 

-Siéntate aquí y estate tranquilito hasta que volvamos a buscarte.-

 

Tras marcharse los policías, el yonki se despatarró en el banco como si estuviera en el salón de su casa, aunque por la cantidad de mierda que tenía encima aquel pobre hombre, debía de llevar muchísimo tiempo en la calle. Pedro Pablo se encogió un poco más en el extremo del banco.

 

-Buenas noches ¿Por qué te han traído aquí? Eh tú ¿Estas sordo o que? ¿Tienes un pitillo? Seguro que tú eres uno de esos de la Gurtel ¿Conoces a Barcenas? Parece un menda enrollao ¿Qué no? Joder estirao ¡Eres un muermo!-

 

Pedro Pablo miraba a la pared de enfrente como si en ella se estuviese apareciendo la Virgen de Fátima, mientras aquel sujeto, tan poco de su agrado, seguía dándole la brasa. En este brete se encontraba el agente comercial, cuando un policía de paisano se presentó en la salita.

 

-¡Coño Furnieles! Otra vez por aquí ¿Esta vez que ha sido?-

 

-Buenas noches inspector Cantero. Na, unos guiris que dicían que les que les quería robar la cámara ¡To mentira! Solamente me acerqué a pedirles un euro pa un bocata.-

 

-“Pa un bocata” ¡Menuda pieza estás hecho tú!-

 

Tras ignorar la perorata que le dirigía el indigente toxicómano, el inspector cantero se volvió hacia Pedro Pablo.

 

-¿Es usted familiar de Ángel Cogollo?-

 

-Si soy su hijo, Pedro Pablo Cogollo, para servirle a usted.-

 

-Encantado, inspector Manuel Cantero. Haga usted el favor de acompañarme-

 

-Si ya lo decía yo, el Estirao es uno de los de la Gurtel esa- Dijo el Furnieles mientras los dos hombres desaparecían escaleras abajo.

 

-¿Cómo está mi padre inspector? ¿Está herido? ¿Está detenido?-

 

-Tiene un pequeño rasguño en la frente que se ha producido el mismo al lanzarse contra los escudos de los antidisturbios y si, está detenido por agresión a las fuerzas del orden. Sepa que han sido necesarios cuatro agentes para reducir a su padre en la Carrera de San Jerónimo y que aquí en comisaría ha mordido a otro policía que ha tenido que ser atendido en urgencias, incluso le han tenido que poner la antitetánica.- Dijo el madero con un deje de admiración en la voz, como reconociendo que el abuelo Cogollo, no era un delincuente cualquiera, si no un rebelde de tomo y lomo.

 

Finalmente, tras mucho rogarle al inspector Cantero, aduciendo razones como la enfermedad mental (no diagnosticada) de Ángel Cogollo y los muchos medicamentos que tenía que tomar, el policía consintió en soltar al abuelo, con la promesa de Pedro Pablo, hombre siempre convincente, de que él se hacia responsable personalmente de que su padre no la liase otra vez.

 

De camino al coche Pedro Pablo Cogollo hablaba así a su padre:

 

-Papa espero que no se vuelva a repetir algo como esto. He empeñado mi palabra con el inspector Cantero en que te vas a estar quietecito en casa y no vas a liar ningún otro follón.-

 

-Mira hijo: Eres muy buena persona, pero tienes que dejar de ser tan panoli. Ese Cantero es un hijo de puta con los cuernos retorcidos, si no pregúntale a Fernando por ese “perfecto caballero” amigo tuyo, Lleva ya tiempo intentando enchironarle y si me ha soltado es por que no sabe que soy su abuelo o por que algo anda tramando el jodío facha ese.-

 

-Papa te voy a llevar a que te vea un psiquiatra. Creo que sufres algún tipo de manía persecutoria y piensas que aún estamos en la posguerra. El gobierno actual, aunque lo esté haciendo de pena, fue elegido por más de 10 millones de ciudadanos a los que nadie puso una pistola en la cabeza para que les votara-

 

-Ya lo se que no estamos en la posguerra. Ahora son mucho más sutiles. Sus medios de control sobre la población son discretos. Nos llenan la cabeza de mierda controlando todos los medios de comunicación. Los partidos políticos no son más que una farsa, ni más ni menos que la voz de sus amos, los grandes grupos económicos y mediáticos. Comemos basura. El medio ambiente les importa tres cojones. Quieren reducir todo a escombros para reinar sobre el caos.-

 

-Papa, mi visión de la vida no es mucho mejor que la tuya, pero te olvidas de un factor importante. El ser humano, sea de la condición que sea, es gilipollas por naturaleza y hasta incluso para llevar a cabo un plan maligno como el que describes, la acaba cagando por cualquier menudencia.-

 

-Puedes reírte lo que quieras de este pobre viejo, pero acuérdate de lo que te he dicho sobre el inspector Cantero. Es un mal bicho. Si a mi me pasa algo, protege a tu hijo que pese a las apariencias, es un chaval cojonudo.-

 

Ya en casa, Pedro Pablo Cogollo limpió con agua oxigenada el corte de la frente de su padre y se lo curó con betadine. Le dio una tableta de paracetamol y le acostó en la vieja cama de hierro, la misma que habían ocupado sus progenitores durante toda su infancia y juventud en aquel viejo piso lleno de recuerdos. Luego, con la casa ya en silencio, el comercial encendió su portátil y leyó las noticias que venían en Internet sobre la manifestación de esa tarde. En la portada de varios diarios, una foto de don Ángel siendo sujetado en el suelo por los antidisturbios. Tarde ya, Pedro Pablo se retiró a descansar con cierta sensación de desasosiego a causa de los sucesos del día.

 

         

 

  

 

 

 

 

 

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