Pedro Pablo maldecía su suerte. Toda una
vida de trabajo y ahora, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, se
veía pateándose los polígonos de la zona Sur de Madrid; igual que cuando empezó
en la empresa ¡Manda cojones! Y encima con el horroroso calor de la ciudad que
se había echado de repente… Pero él era un profesional desde hacía más de
treinta años, un comercial de la vieja escuela. Le habían enseñado a sentirse
cómodo con un traje, a abrocharse el último botón de la camisa y mantenerlo
siempre oculto bajo el nudo de la corbata, los zapatos siempre relucientes como
espejos, a dar la mano seca y firme, pese al calor que pudiese hacer. Los
primeros diez segundos de contacto, en una entrevista comercial, son clave para
hacerse una buena o mala primera impresión de la persona que se tiene en
frente. Ahora parecía que ya nada de eso importaba. El equipo de comerciales de
la empresa, era un grupo variopinto de personas, al que Pedro Pablo había sido
obligado a incorporarse abandonando su despacho y en la practica su anterior
puesto “Ejecutivo de Grandes Cuentas” como aún rezaba en sus tarjetas de visita.
Estaba claro que la empresa le quería joder para poder ponerle de patitas en la
calle dándole lo menos posible. Diez años antes, no hubiera aguantado una
situación similar ni un solo segundo. Se habría marchado a la competencia visto
y no visto llevándose todos sus clientes, pero últimamente, con las nuevas
tecnologías, el trato personal cliente-proveedor casi había desaparecido en las
grandes empresas.
Luego estaba el asunto de sus desastrosas
relaciones sentimentales, y es que las desgracias nunca vienen solas. Él se
había casado de joven y había tenido un hijo, al que veía de pascuas a ramos.
Eso sí, todavía seguían retirando de su cuenta corriente una jugosa tajada para
la educación del chaval, aunque según las últimas noticias que le habían
llegado del antiguo barrio donde vivía su ex, Fernando, que así es como se
llamaba el único vástago de Pedro Pablo, se había metido junto con otros ninis
en un edificio vacío del centro y vivía como ocupa, dedicado al menudeo de
hachis, tocando los bongos y planificando la próxima revolución
anarco-comunista.
Poco tiempo atrás, Pedro Pablo, un hombre
siempre animoso, creía haber encontrado la felicidad amorosa en su madurez
cuando conoció a Úrsula. Ella era casi veinte años más joven que él y aunque
poco agraciada y algo entrada en carnes, ponía una sonrisa en su existencia. Eran
los años de vino y rosas del boom inmobiliario, del “España va bien”, así que
la pareja decidió comprarse un adosado en una localidad toledana lindante con
la Comunidad de Madrid. Cuando Pedro Pablo llegaba a casa se encontraba todo
manga por hombro: La cama sin hacer, la nevera vacía, el sofá lleno de bolsas
de patatas fritas a medio comer, la maquinilla con la que Ursulita se había
depilado las ingles sobre la mesita del salón, con sus pelitos negros rizados
sobresaliendo entre las cuchillas… Cosas todas que cabrearían a cualquier
prójimo que se las encontrase al llegar a casa tras doce horas de trabajo
exigente. Pero cada una de las noches de Pedro Pablo, era una noche de luna
llena con aromas de jazmín y azahar, entre los algo celulíticos, pero siempre
acogedores muslos de Úrsula.
¡En que puta hora se le ocurrió hacer
caso a Úrsula y contratar una asistenta!
Denisa era de nacionalidad rumana, aunque
llevaba bastantes años en España. La verdad es que Pedro Pablo no notaba mucha
diferencia en la casa en cuanto a limpieza desde que ella había empezado a
trabajar. Bueno si, ahora había ceniceros llenos de colillas por todas las
habitaciones. Una noche se encontró un cenicero en la mismísima mesilla de su
habitación y le hizo saber su malestar a Ursula. La consecuencia de su
justificada protesta, fueron un par de semanas sin practicar sexo. Aquellos
días a palo seco le hicieron reflexionar sobre lo irrelevante de ciertas fobias
personales en comparación con la buena armonía conyugal. Así que como le daba
mucho asco el olor a tabaco, colocó ambientadores en todas las habitaciones del
chalet y no volvió a hablar más del asunto.
Cierto día, tuvo que salirse de su zona
habitual de trabajo y visitar a un nuevo cliente en Griñón, a tan solo cinco
minutos de su casa. Terminó sus gestiones en menos tiempo del que había pensado
y decidió pasarse a darle un beso a su mujer. Entró y se encontró en la cocina
a Denisa sentada en la mesita, fumándose uno de sus apestosos pitillos y
bebiéndose sus botellines, mientras veía en televisión un programa sobre
enfermedades de esos que ponen por las mañanas. Cuando preguntó por Úrsula, la
rumana, visiblemente alterada, le dijo que había salido, pero unos ruidos que
provenían del piso de arriba parecían desmentir sus palabras. Denisa le indicó
que los ruidos los hacían sus hermanos Florin y Dimitri a los que había llamado
para que echasen un vistazo al inodoro de la habitación, el cual en su limpieza
diaria había encontrado atascado. Pedro Pablo quiso comprobar este extremo de
primera mano y subió las escaleras con paso ágil. Cuando abrió la puerta del
dormitorio lo que vio le dejó conmocionado: su mujer estaba en la cama con un
par de individuos que la tenían a cuatro patas. Mientras uno la endiñaba por
detrás, Úrsula, con los ojos en blanco se estaba tragando hasta los huevos la
polla del otro sujeto y eso no era lo peor, aquellos dos tipos mientras se la
trajinaban ¡ESTABAN FUMANDO!
Pedro Pablo perdió su habitual compostura
y buena educación y comenzó a dedicar improperios a su mujer y a los dos
rumanos. Úrsula y los dos hombres se miraron brevemente y decidieron sin mediar
palabra liarse a guantazos con el bueno de Pedro Pablo, que ante el chaparrón
de hostias que le estaba cayendo, no tuvo más remedio que retroceder escaleras
abajo, pero allí se encontraba Denisa que se sumó al grupo agresor. Pedro Pablo
se vio de patitas en la calle a la puerta de su propia casa. El comercial,
desde la acera de en frente, por si salían y continuaban pegándole, siguió
insultando a grito pelado, hasta que un coche patrulla de la guardia civil se
detuvo frente al domicilio. Los dos agentes descendieron del vehículo y se
dirigieron hacia Pedro Pablo.
-¡Menos mal que han venido agentes! Me
han agredido y me han echado de mi propia casa…-
Con rápidos movimientos, los guardias
civiles redujeron al comercial y le esposaron las manos detrás de la espalda,
luego le introdujeron en el asiento trasero del coche patrulla.
-Me entran ganas de vomitar, viendo a
hijos de puta como tú. ¿Tienes muchos cojones pegando a una mujer? Por suerte
para ti te tenemos que llevar derechito ante el juez de guardia, que si llegas
a ir al cuartelillo, por mis muertos que hoy tú cagabas sangre ¡Cabronazo!- Le
dijo el picoleto que iba en el asiento del copiloto.
Así Pedro Pablo se vio con una orden de
alejamiento a más de quinientos metros de su casa y teniendo que seguir pagando
las mensualidades del chalet.
Con sus menguados ingresos sólo le quedó
una solución: irse a vivir con su padre a un pequeño piso del centro de Madrid.
Y ahí estaba Pedro Pablo en el polígono
industrial de Villaverde donde había empezado tantos años atrás. La situación
general no era demasiado halagüeña, pero si sus jefes esperaban que tirase la
toalla, lo tenían claro. Recorrió una zona del polígono ocupada por naves
pequeñas, la mayoría cerradas. En una de las puertas Pedro Pablo vio a un tipo
alto, desgarbado y de aspecto zarrapastroso que estaba pintando unos hierros a
brocha, a la puerta de la nave. Tras pasar por delante un par de veces, hizo de
tripas corazón y decidió entrarle a aquel, a todas luces, náufrago de la
situación económica nacional.
-Buenas tardes ¿Podría hablar con el
gerente o encargado de la empresa?-
-Yo mismo ¿Qué desea?-
Pedro Pablo, superando el estupor que le
había producido saber que aquel tipo fuese gerente o encargado de ninguna cosa,
esbozó su mejor sonrisa comercial, tendiendo la mano hacia aquel extraño. Al
estrechársela, Pedro Pablo pudo reparar
en las negras uñas de su interlocutor y en la gran cantidad de roña y pintura
fresca, que las zarpas del guarro aquel atesoraban en todos sus poros. En
cuanto saliese de aquel antro, lo primero que haría, iba a ser emplear medio
paquete de toallitas y todo un frasco de colonia en desinfectar cualquier parte
de su cuerpo o indumentaria que hubiera estado en contacto con el guarro
empresario.
-Pedro Pablo Cogollo, comercial para la
zona de Transportes Butragueño…-
-Julio Arnaiz Alonso, gerente de
Plasjusa, S.L. ¡Encantado!- Dijo el empresario pintor, con una sonrisa
socarrona, bailándole en los labios.
Pedro Pablo, algo amoscado por el tono de
Arnaiz, le expuso los productos y servicios que su empresa ofrecía y resultó
que Plasjusa, S.L. se adaptaba a la perfección al perfil de cliente de
Transportes Butragueño, ya que su actividad consistía en fabricar diferentes
productos promocionales, que empaquetaba y enviaba a cualquier punto de la
geografía española.
Tras firmar un contrato con Plasjusa,
Pedro Pablo se dirigió contento hacia su coche. Rellenó la ficha de alta como nuevo
cliente y añadió a la ficha la tarjeta con un clip. Tentado anduvo el comercial
de recortar la esquina de la tarjeta, la cual tenía marcados los dedos de
Arnaiz, pero se lo pensó mejor y decidió que no estaba de más tener las huellas dactilares de los nuevos
clientes para así poderlos perseguir mejor en caso de impago.
Tras media hora de dar vueltas por el
barrio de su padre en busca de aparcamiento, Pedro Pablo consiguió aparcar su
antiguo Audi 100, un coche un tanto aparatoso pero de una fiabilidad mecánica
fuera de toda duda, un objeto de prestigio que aún conservaba de los buenos
tiempos y que cuidaba como oro en paño, ya que era su principal herramienta de
trabajo.
-Hola papa, hola…. ¿Hay alguien en casa?-
Dijo Pedro Pablo tras subir al 5º sin ascensor donde estaba situada la vivienda
de su padre.-
Desde el fondo de la casa, la voz de Ángel
Cogollo, sonó apurada.-Ya voy hijo, me estaba vistiendo, que he quedado con Fernandito
para ir a una manifestación.-
-¿Qué es eso de una manifestación y a
donde vas con chaqueta?- Preguntó Pedro Pablo alarmado.
- “Asedia el congreso” o algo parecido.
Vamos a darle caña a esa panda de mangantes del Congreso de los Diputados.-
-Por favor papa, ya tengo bastante con
los follones en los que siempre anda metido mi hijo, como para tener también un
padre antisistema ¿Y esa chaqueta? Con el calor que hace… ¡Te va a entrar el
sarampión! Trae, dámela que la vuelva a colgar en el armario.-
-Que no hijo, que yo ando un poco
delicado y luego refresca mucho –
-¡Que tontería! Trae para acá que la
cuelgo- Dijo Pedro Pablo tratando de quitarle la chaqueta a su padre, en ese
instante un objeto metálico cayó del bolsillo de la misma. Don Pablo se agachó
con agilidad felina y se volvió a meter al bolsillo el objeto caído.-
-¿Qué llevas ahí papa?
-Nada nada… Me voy que llego tarde.-
-¿Cómo que “nada”? Enséñame lo que llevas
en el bolsillo.-
Tras un breve forcejeo con su padre,
Pedro Pablo consiguió hacerse con el objeto que el anciano llevaba en el
bolsillo. Se trataba de la vieja pistola Astra del 9 corto que Ángel Cogollo
tenía desde que hizo las milicias universitarias como alférez de complemento en
el heroico Regimiento Mixto de Transmisiones, sito en la segoviana localidad de
La Granja de San Ildefonso. De hecho durante su servicio militar, se había
filmado en su cuartel, aquella perla del cine español de los años sesenta que
se llamó “Quince Bajo la Lona” y que hizo popular aquella cancioncilla que
decía:
Margarita
se llama mi amor
Margarita
Rodríguez Laurel
Una
chica chica chica bum
Del
calibre 136…
Por eso el patriarca de los Cogollo había
bautizado a la pistola como “Margarita” y la tenía desde entonces guardada en
una caja de puros en el fondo del maletero de un armario, ya que a la difunta
Mercedes, esposa de don Ángel y madre de Pedro Pablo, no le hacía ninguna gracia
que aquel cacharro anduviese por la circulación.
-¿Estas loco o que te pasa papa? ¿Qué es
lo que quieres? ¿Hacer daño a alguien o que te lo hagan a ti?-
-¡Estoy hasta los cojones de estos fachas
que nos gobiernan y me voy a cargar a todos los diputados que pueda y a los
esbirros que les protegen!- Dijo el anciano fuera de si.
-Por favor papa, no digas más tonterías.
Te recuerdo que el abuelo era un cargo importante del Sindicato Vertical y que
todos tus tíos estaban afiliados a la Falange.-
-¡Ya no respeta nadie a las personas
mayores! Cualquier día me tiro al metro… pero antes te desheredo y le dejo el
piso al Partido Comunista y a la CNT- Dijo el mayor de los Cogollo con lágrimas
en sus ojos.
En estas estaban padre e hijo cuando la
puerta del piso se abrió y entro en el mismo Fernandito, el hijo de Pedro
Pablo, con su novia Ariadna. Tras dar un beso a su padre, el Cogollo de la
generación más reciente, se interesó por el estado de su abuelo, el cual
lloraba desconsoladamente.
-¿Qué le pasa al abuelo? ¿Por qué está
así?-
Pedro Pablo le mostró la pistola que don
Ángel Cogollo llevaba en el bolsillo de la chaqueta – Esto pasa por meter ideas
raras en la cabeza de tu abuelo, que por cierto, no está muy bien ya de por si.
No se a quien habéis salido vosotros dos, los Cogollo siempre hemos sido gente
de orden.-
Tras convencer, aparentemente, al abuelo
de las ventajas de la no violencia, éste, junto a su nieto y la novia del
mismo, se marcharon a la manifestación.
-Papa no has cenado nada y te tienes que tomar
la pastilla-
-Ya nos comemos unos bocatas de
entresijos en el bar de José ¡Adiós hijo!- Dijo Ángel Cogollo
-¡Entresijos! Pero si tú no puedes comer
eso ¡Tienes el colesterol por las nubes!- Exclamo Pedro Pablo, mientras el trío
se marchaba escaleras abajo.
Pedro Pablo no se quedó nada tranquilo
tras la salida de los miembros de su poco controlable familia. Para relajarse
se puso las Cuatro Estaciones de Vivaldi y encendió un palito de olor, mientras
se preparaba una ensaladita y un huevo pasado por agua.
Tras su frugal cena, escuchando las
florituras de los instrumentos de cuerda y respirando los aromas de sándalo de
la India en su sillón, el comercial se sintió al fin algo relajado tras la
complicada jornada, pero en ese instante sonó una llamada en su teléfono móvil.
Era Fernando. Pedro Pablo supo inmediatamente que algo no andaba bien.
-Hola papa, ha ocurrido algo un poco
chungo…-
-¿Qué es lo que ha pasado? ¿Dónde está tu
abuelo?-
-El abuelo está bien… bueno tiene un
pequeño corte en la frente, pero no es nada, pero le han trincao esos hijoputas
y se lo han llevado a la comisaría.-
-¿Tú estás bien? ¿A que comisaría se lo
han llevado?-
-Si si estamos bien, estamos escondidos
en casa de unos colegas. No lo se supongo que a la de Centro, en la calle San
Bernardo creo. Te dejo que creo que tienen intervenido mi móvil. Te quiero papa,
ya me pondré yo en contacto contigo, adiós….-
Pedro Pablo puso las noticias de Tele
Madrid, donde estaban dando un especial informativo sobre la concentración no
autorizada por la delegación del gobierno “Asedia el Congreso” en la que se
habían producido numerosos disturbios, cargas policiales y graves destrozos en
el mobiliario urbano. Se vistió y salió a toda prisa hacia la comisaría de policía
de centro, muy cerca de la Gran Vía. Cuando llegó preguntó al guardia de la
puerta que le dijo que esperara en un banco de madera que había apoyado contra
una pared que mucho tiempo atrás debió de ser blanca. Pedro Pablo extendió un
inmaculado pañuelo de hilo sobre el banco y tuvo buen cuidado de no apoyar la espalda
contra la mugrosa pared. Al poco rato una pareja de agentes trajeron a un yonki
esposado y le indicaron que se sentase en el mismo banco que ocupaba Pedro
Pablo.
-Siéntate aquí y estate tranquilito hasta
que volvamos a buscarte.-
Tras marcharse los policías, el yonki se
despatarró en el banco como si estuviera en el salón de su casa, aunque por la
cantidad de mierda que tenía encima aquel pobre hombre, debía de llevar
muchísimo tiempo en la calle. Pedro Pablo se encogió un poco más en el extremo
del banco.
-Buenas noches ¿Por qué te han traído
aquí? Eh tú ¿Estas sordo o que? ¿Tienes un pitillo? Seguro que tú eres uno de
esos de la Gurtel ¿Conoces a Barcenas? Parece un menda enrollao ¿Qué no? Joder
estirao ¡Eres un muermo!-
Pedro Pablo miraba a la pared de enfrente
como si en ella se estuviese apareciendo la Virgen de Fátima, mientras aquel
sujeto, tan poco de su agrado, seguía dándole la brasa. En este brete se
encontraba el agente comercial, cuando un policía de paisano se presentó en la
salita.
-¡Coño Furnieles! Otra vez por aquí ¿Esta
vez que ha sido?-
-Buenas noches inspector Cantero. Na, unos
guiris que dicían que les que les quería robar la cámara ¡To mentira! Solamente
me acerqué a pedirles un euro pa un bocata.-
-“Pa un bocata” ¡Menuda pieza estás hecho
tú!-
Tras ignorar la perorata que le dirigía
el indigente toxicómano, el inspector cantero se volvió hacia Pedro Pablo.
-¿Es usted familiar de Ángel Cogollo?-
-Si soy su hijo, Pedro Pablo Cogollo,
para servirle a usted.-
-Encantado, inspector Manuel Cantero.
Haga usted el favor de acompañarme-
-Si ya lo decía yo, el Estirao es uno de
los de la Gurtel esa- Dijo el Furnieles mientras los dos hombres desaparecían
escaleras abajo.
-¿Cómo está mi padre inspector? ¿Está
herido? ¿Está detenido?-
-Tiene un pequeño rasguño en la frente
que se ha producido el mismo al lanzarse contra los escudos de los
antidisturbios y si, está detenido por agresión a las fuerzas del orden. Sepa
que han sido necesarios cuatro agentes para reducir a su padre en la Carrera de
San Jerónimo y que aquí en comisaría ha mordido a otro policía que ha tenido
que ser atendido en urgencias, incluso le han tenido que poner la
antitetánica.- Dijo el madero con un deje de admiración en la voz, como
reconociendo que el abuelo Cogollo, no era un delincuente cualquiera, si no un
rebelde de tomo y lomo.
Finalmente, tras mucho rogarle al
inspector Cantero, aduciendo razones como la enfermedad mental (no
diagnosticada) de Ángel Cogollo y los muchos medicamentos que tenía que tomar,
el policía consintió en soltar al abuelo, con la promesa de Pedro Pablo, hombre
siempre convincente, de que él se hacia responsable personalmente de que su
padre no la liase otra vez.
De camino al coche Pedro Pablo Cogollo
hablaba así a su padre:
-Papa espero que no se vuelva a repetir
algo como esto. He empeñado mi palabra con el inspector Cantero en que te vas a
estar quietecito en casa y no vas a liar ningún otro follón.-
-Mira hijo: Eres muy buena persona, pero
tienes que dejar de ser tan panoli. Ese Cantero es un hijo de puta con los
cuernos retorcidos, si no pregúntale a Fernando por ese “perfecto caballero”
amigo tuyo, Lleva ya tiempo intentando enchironarle y si me ha soltado es por
que no sabe que soy su abuelo o por que algo anda tramando el jodío facha ese.-
-Papa te voy a llevar a que te vea un
psiquiatra. Creo que sufres algún tipo de manía persecutoria y piensas que aún
estamos en la posguerra. El gobierno actual, aunque lo esté haciendo de pena,
fue elegido por más de 10 millones de ciudadanos a los que nadie puso una
pistola en la cabeza para que les votara-
-Ya lo se que no estamos en la posguerra.
Ahora son mucho más sutiles. Sus medios de control sobre la población son
discretos. Nos llenan la cabeza de mierda controlando todos los medios de
comunicación. Los partidos políticos no son más que una farsa, ni más ni menos
que la voz de sus amos, los grandes grupos económicos y mediáticos. Comemos
basura. El medio ambiente les importa tres cojones. Quieren reducir todo a
escombros para reinar sobre el caos.-
-Papa, mi visión de la vida no es mucho
mejor que la tuya, pero te olvidas de un factor importante. El ser humano, sea
de la condición que sea, es gilipollas por naturaleza y hasta incluso para
llevar a cabo un plan maligno como el que describes, la acaba cagando por
cualquier menudencia.-
-Puedes reírte lo que quieras de este
pobre viejo, pero acuérdate de lo que te he dicho sobre el inspector Cantero.
Es un mal bicho. Si a mi me pasa algo, protege a tu hijo que pese a las
apariencias, es un chaval cojonudo.-
Ya en casa, Pedro Pablo Cogollo limpió
con agua oxigenada el corte de la frente de su padre y se lo curó con betadine.
Le dio una tableta de paracetamol y le acostó en la vieja cama de hierro, la
misma que habían ocupado sus progenitores durante toda su infancia y juventud
en aquel viejo piso lleno de recuerdos. Luego, con la casa ya en silencio, el
comercial encendió su portátil y leyó las noticias que venían en Internet sobre
la manifestación de esa tarde. En la portada de varios diarios, una foto de don
Ángel siendo sujetado en el suelo por los antidisturbios. Tarde ya, Pedro Pablo
se retiró a descansar con cierta sensación de desasosiego a causa de los
sucesos del día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario